viernes, 22 de marzo de 2024

Querido diario - Hoy: La chimera


 

En una de las escuelas en las que trabajo como profesor, la biblioteca hace un expurgo por los pasillos. Yo ya me llevé todos los libros de autores que conocía o me interesaban. Pero aquel día no había alumnos y tenía que cumplir el horario completo de las horas que daba. Era la primera o segunda jornada del temporal de lluvia y viento que los medios ya califican de “histórico”.

 

Los libros que quedan juntan polvo en unas mesas mustias. Me pongo a examinarlos para ver si se me pasó alguno que podría reconsiderar. Un título me intriga, La galería de espejos, pero no conozco al autor, Homero M. Guglielmini. Como el tiempo no me urge, tomo el teléfono y busco información en la enciclopédica internet.

 

Me entero que fue un filósofo y literato, que adhirió primero al nacionalismo (de derecha, supongo), después al peronismo y cuando la Revolución Fusiladora lo echó de los lugares en los que trabajaba, fue rescatado por los españoles que le dieron una beca, vuelto al país, trabajó un tiempo de periodista, se instaló en Mar del Plata, donde lo mató un ladrón que quiso entrar a su casa, y su muerte prematura no le permitió dejar exégetas, y así su obra se fue deslizando al olvido en el que está hoy.

 

Me entero también que el libro suyo, que tengo en las manos, ganó un premio importante. Me lo llevo a la sala de profesores y lo hojeo. Leo la contratapa y a pesar de que sé que no debo hacerlo, leo el prólogo. Un profesor de la facultad nos enseñó que el prólogo, aunque está al principio, hay que leerlo último. Lo escribió alguien que ya leyó el libro y ustedes no, nos dijo, entonces puede revelarle datos del argumento o condicionarlos con su opinión, mejor leerlo cuando ustedes ya tengan una idea formada, mejor confrontar la opinión con el prologuista que aceptarla de entrada, solo porque no tienen ni idea de qué trata o cómo es el libro, no hay nada como el criterio propio.

 

En estos días, sus palabras me vienen mucho a la mente, porque se me ha dado por elucubrar que mucho de lo malo que nos está pasando social, política, económica y culturalmente es porque permitimos que, en política, sobre todo, piensen por nosotros, nos levantamos y no desayunamos con nuestros pensamientos, no, prendemos la radio, la tele o nos metemos en internet para que nos digan qué tenemos que pensar, el criterio propio, de tan perdido no existe.

 

Pero esta vez mi transgresión no es tanta. El propio autor escribe el prólogo y más que valorarse de más dándose loas o traicionarse contando lo que no debe, hace una declaración de principios: “Pero ¿dónde empieza lo imaginario y dónde acaba? Nadie lo sabe, nadie lo sabrá nunca. Nuestra vida y nuestro mundo están entretejidos por la inextricable urdimbre y la permanente confusión de fantasía y realidad, de ensuelo y vigilia, de ficción y verdad. Los hilos de la realidad nos parecen más importantes porque son más gruesos y toscos, eso es todo. Pero a cada momento podemos dar vuelta el tapiz, y entonces veremos las figuras al revés (…) No es cierto que vivimos preferentemente instalados en la realidad: la mayor porción de nuestro ser -quizá la mejor- se apoya en la expectativa, el proyecto, el sueño, el temor, la ilusión, la angustia, la esperanza. El pasado se va muriendo a cada minuto, no queda de él sino el recuerdo, a su vez una forma de la imaginación, tenue como un tul. Imaginamos el pasado en forma semejante a cómo imaginamos el futuro. Lo que ha sido, ya no es, lo que habrá de ser, no es todavía. Frente a esa área inmensa de lo recordado y presentido, de lo que anhelamos o rememoramos, el caudal, de la realidad es tan breve que cabe en el hueco de un dedal. (…) Está bien que así sea: nuestra vida sería insoportable si no pudiéramos suponer e imaginar en cualquier momento algo más bello y consistente que ella misma. Los poetas tienen siempre razón”

 

Por eso a la noche, entre las películas por ver, opto por La chimera. Me gusta mucho el cine de Alice Rohrwacher (y no menor es el placer que tengo cada vez que pronuncio su nombre, que en fonética gaucha es algo así como “aliche rorguaker”). Su cine transita la cornisa entre la realidad y el sueño. Su estilo es claramente discernible. Es luminoso, brillante, alegre, aunque con un dejo de melancolía. Celebra las caras idiosincráticas de lo que para ella es Italia, aunque a diferencia de Fellini, al que cita y homenajea, no va por lo fenomenológico, sino por lo peculiar. Los rostros que ilumina puede que no parezcan bellos de entrada, pero a los segundos son elegantes y distinguidos. La belleza en su cine no depende de quién la mire sino de cómo ella la fotografíe.

 

La chimera comienza en media res y si bien no es ningún misterio lo que sucede, se tarda un poquito en descifrar que está pasando, aunque se disfruta enormemente la desazón. Arthur (Josh O’Connor) está durmiendo en un vagón de tren. Viste un traje blanco, sucio y desprolijo. Las chicas que lo acompañan en el compartimento elogian su apostura. Él, cuando se despierte, dirá que tienen el perfil de unos dibujos clásicos, la nariz de las chicas es prominente, pero no las afea. El guarda es quien lo despierta para pedirle el boleto. Arthur le entrega un papel. El guarda le pierde la simpatía que le demostraba. ¿Un papel en vez del boleto? Más tarde comprenderemos que quizá es un certificado que explica que pasó un tiempo breve en la cárcel. Entra un vendedor de medias y le hace a Arthur el chiste de que tiene que comprarle las medias sí o sí, porque las que tiene puestas huelen feo. Arthur reacciona mal, el vendedor le regala unas medias coloridas y se va ofendido. Las chicas también abandonan el compartimento. Arthur las sigue al pasillo, pero de ellas ya no hay rastro, salvo el perrito blanco que sostenían en el regazo que en medio del pasillo parece regañar a Arthur.

 

Nada hay de anormal en esa escena, pero todo está como un poco corrido de lo que es esperable. Y así es en todo el film. Adelantemos un poco. Aunque no hay indicaciones muy definidas, estamos, por la ropa y los muebles y los utensilios, los peinados y los zapatos en la década del ochenta. Arthur y una banda de muy queribles malandras se dedican a saquear tumbas etruscas. Se quedan con las ofrendas y los ornamentos que se ponían junto a los muertos para hacerles la vida más cómoda en el más allá. Este saqueo cultural está penado por la ley, de ahí que deban cuidarse de los policías.

 

Arthur es amigo de Flora (Isabella Rossellini) una anciana que vive en una ex casa solariega que ahora se cae a pedazos. Es la abuela de Beniamina (Yile Yara Vianello), amor por el que pena Arthur sin consuelo y nosotros jamás sabremos si ella se fue sin noticias desde entonces o está muerta. A Flora la sirve Italia (Carol Duarte) que más allá del nombre no es italiana, es portuguesa. Italia le oculta a Flora, confinada a una silla de ruedas, que en la mansión están también sus dos hijas, una bebé y una preadolescente, algo que precipitará la ruptura entre ambas.

 

La música que usa Rohrwaker es variada y va desde Mozart, Monteverdi hasta el folklore y el pop italiano, con todos los intermedios imaginables. En uno de los episodios de Fellini Roma, una de las películas de mi vida, unos arqueólogos abren una habitación enterrada y cubierta de frescos bellísimos, la luz entra y con ella el oxígeno u otros agentes químicos (la ciencia no es lo mío) y los frescos comienzan a borrarse, después de siglos, su belleza es a la vez redescubierta y vista por última vez. Aquí en un momento determinado, al entrar a una tumba, pasa algo parecido, pero los dibujos esta vez no desaparecen, solo pierden su brillo y su definición, pasan a ser un fantasma de lo que fueron. Tiene que ver quizá con algo que se dice por ahí, de que lo que las tumbas guardan no son para ojos humanos. El final puede ser visto como abierto o ambiguo. No creo que sea ninguna de las dos cosas. Porque como dice Gugliemini en el prólogo de su La galería de espejos: “Los poetas tienen siempre razón.

Gustavo Monteros



viernes, 15 de marzo de 2024

Querido diario - Hoy: Quiz Lady


 

El mundo se va al carajo (si es que ya no llegó y tardamos en enterarnos) El capitalismo resolvió sus crisis mutando en neoliberalismo y los ricos son enésimamente más ricos y los pobres de tan pobres ya ni saben qué son. Y las clases medias se caen sin remedio perdidas en negaciones, estupideces y creencias de seguir en estados de bienestar que solo existen en sus sueños.

 

Y todo este descalabro socio-económico también es cultural y hace que las películas (por no decir libros, músicas, artes plásticas y los etcéteras vinculantes) sean cada vez más malas.

 

Y como hay que vivir y seguir entreteniéndonos, nos ponemos perdonavidas y decimos que tal o cual película se deja ver, que tal actriz o actor la hacen llevadera, que si no se le pide mucho entretiene. O sea, excusas para seguir tirando. Para no admitir que perdimos el tiempo. Que los deslumbramientos están cada vez más lejos. Que todo es profesionalismo, oficio. Poco arte. O ninguno.

 

Si hasta en la temporada de premios, los entusiasmos nos duran un segundo. Y vistas contra la luz cruda de la mañana, hasta encumbradas y celebradas obras pierden el brillo de la noche anterior. Anatomía de una caída no resiste mucho análisis. Si se rearma su trama, pierde el tenue encanto pegado con alfileres.  Los que se quedan exhibe más maña que inspiración. Y es probable que se convierta, como dicen todos, en un nuevo clásico navideño como ¡Qué bello es vivir!, no porque tenga méritos para estar a la altura del ejemplo, sino porque por regla general, las películas navideñas son tan malas, que esta que es apenas buena, ya se posiciona alto.  Pobres criaturas es creativa, pero si no adherís a su ética ni estética (mi caso) te quedás más afuera que Nora al final de Casa de muñecas. Zona de interés es dura de ver y pueda que persista, pero es como Noche y niebla de Resnais, más una experiencia de deber cívico que el regocijo ante una obra de arte. Está bien, los fusilados de Goya o el Guernica no provocan lo mismo que La novicia rebelde, pero a lo que voy es claro, creo. Insisto, por las dudas. No todo arte depara las mismas emociones, pero uno tiende a identificar las reacciones ante las obras como primordialmente positivas. Oppenheimer es un thriller rebuscado que da más vueltas que una oreja para escamotear el villano y ofrecer una mínima vuelta sorpresiva al final.

 

En el cine contemporáneo, algunas películas zafan mejor por perfilarse en un género. Si tienen tiros bien pegados, muchas de acción o policiales pueden pasar por buenas. Los musicales disimulan mejor sus tropiezos porque tienen más espejitos de colores, canciones logradas, actuaciones oportunas, coreografías atinadas y así tremendos bodrios como La la land quedan bien aspectadas (en su momento hablé bien de Chicago, perdón, mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa, ¡me enamoran sus canciones!) Este año, la versión musical de El color púrpura tiene sus méritos, aunque usted no lo crea. Y Wonka, la verdad sea dicha, ¡me encantó! No vi la nueva Mean Girls, todavía.

 

Pero a la hora de la verdad, la que la tiene difícil es la comedia. Si, por lo menos, no muestra efectividad está liquidada. Aunque, claro, hay muchos tipos de comedia. Porque no todos nos reímos de lo mismo.

 

Me cruzo con Quiz Lady (Jessica Yu, 2023) y veo el tráiler para ver si puedo reírme con su humor (por aquello ya mencionado de que no todos nos reímos de lo mismo) Concluyo que puedo llegar a reírme con ella y la veo.

 

Es tanto una buddy-movie, como una roadmovie, como una feel-good movie de superación.

 

Ann Yum (Awkwafina) y Jenny Yum (Sandra Oh) son dos hermanas distanciadas, vueltas a reunir por la huida de la madre de un geriátrico. Ann, desde siempre, es fanática de un programa de preguntas y respuestas, un Quiz Show bah, conducido por Terry Mc Teer (Will Ferrell) en el que el campeón habitual es el participante, Ron Heacock (Jason Schwartzman). Una deuda inesperada de la madre hará que Jenny inste a Ann a participar del show para ganar la abultada suma adeudada. Francine (Holland Taylor), la vecina de Ann, tendrá una participación no menor en las idas y vueltas.

 

Si en el policial estar un paso delante de la trama es un demérito, en la comedia no necesariamente lo es. En las de enredos, por ejemplo, en la presentación de personajes, uno puede adivinar quién se enredará con quién. Las sorpresas no dependerán de la originalidad de la trama, sino del desarrollo. Aquí, hasta cierto punto, eso se cumple. Uno ve venir para dónde irá la trama, pero el cómo a veces nos elude y sorprende.

 

Hay excesos innecesarios, el personaje de Jenny tiene un permanente juego de comedia física que dista mucho de ser elegante. El motivo por el que Jenny no pudo seguir estudiando es literalmente escatológico. Si bien es sabido que es muy incómodo hacer las necesidades físicas en casa ajena, más en un baño adyacente a los dormitorios de los anfitriones, la solución que la pequeña Ann encuentra es un poco extrema. (Los arquitectos deberían reconsiderar la vuelta de letrinas alejadas de la casa principal, a veces, para personas tímidas o inhibidas pueden ser muy convenientes)

 

Estoy tentado a terminar con los lugares comunes de que se deja ver, de que Sandra Oh, Awkwafina y el resto del elenco hacen atractiva la visión, de que, si no se le pide mucho, entretiene, pero hay un par de escenas que la distinguen y la hacen considerable. Al principio se ve a una Ann niña que va creciendo, siempre sentada en un sofá, frente al televisor, donde permanentemente está el Quiz Show de Terry Mc Teer. Detrás del sofá, sus referentes adultos, o sea su madre y su hermana, hacen su vida a los gritos y en referencia permanente a hombres e ignorando olímpicamente a Ann. Se comprenderá después porque en el trabajo tiene nulas habilidades sociales y que la única relación confiable para ella es la que tiene con este show de preguntas y respuestas y con su conductor perenne. Y en el final habrá una sobredosis de subtítulos impresos a la imagen que nos cuentan el destino final de todos los personajes, con detalles no siempre necesarios o pertinentes. Las dos escenitas despiertan más una sonrisa amarga que una carcajada fresca, pero hay creatividad en ellas y rescatan a esta comedia de la medianía habitual en estos tiempos, en la que el oficio prima sobre el talento genuino.

Gustavo Monteros

viernes, 8 de marzo de 2024

Querido diario - Hoy: Las hilanderas de la Luna


 

Entre mis seis y doce años fui un rehén entusiasta de cuanto producto cinematográfico quisiera venderme el sello Disney. No solo los largometrajes de dibujos animados como Bambi, El libro de la selva, Fantasía, La espada en la piedra, La dama y el vagabundo, Los 101 dálmatas, Peter Pan, etc, sino también los de acción o aventuras con actores: Cupido motorizado, El profesor distraído, 50.000 leguas de viaje submarino, La isla del tesoro, La familia Robinson, Mary Poppins, claro, entre muchas otras. Y si por rarezas de distribución zafé de las protagonizadas por sus estrellas infantiles Jodie Foster y Kurt Russell, no escapé de las protagonizadas por Hayley Mills: Pollyanna, Operación Cupido, Los hijos del capitán Grant, Magia de verano, Un gato del F.B.I. y la que más permaneció en mi memoria, al menos por un tiempo: Las hilanderas de la luna.

 

Cuando llegué a La Plata a vivir, con trece años casi cumplidos, me atosigué con (ojo que solo menciono las que vi en el año 1970) Perdidos en la noche, Adiós, Mr. Chips, Ana de los mil días, Baile de ilusiones, Bob & Carol & Ted & Alice, La primavera de una solterona, Los años verdes, Busco mi destino, Flor de cactus, Hello, Dolly!, Sweet Charity, Chicago, Chicago, Butch Cassidy, Abandonados en el espacio, Z, Krakatoa, al Este de Java, El secreto de Santa Vittoria, La pandilla salvaje, La caída de los dioses, entre otras muchas, y crecí de golpe, abracé la desilusión, la suspicacia, la paranoia, la amargura, la advertencia de males mayores, la violencia, la politización, la ambición de crear un mundo mejor del cine de los años setenta y así como se dejan de un día para otro los soldados de plomo y se los olvida en una caja que no tarda en perderse, ya no me sentí un niño y el sello Disney no pudo venderme más nada.

 

La vida da unas cuantas vueltas y llego a la plataforma Disney Plus, me pongo a escarbar en el catálogo y me choco con The Moon Spinners o sea Las hilanderas de la Luna de un tal James Neilson, hecha en 1964. Dura dos horas y la veo.

 

Nikky Ferris (Hayley Mills) una adolescente llega con su tía Frances (Joan Greenwood) a un remoto pueblito de Grecia. Intentan hospedarse en Las hilanderas de la Luna, un hotelito regido por Sophia (Irene Papas) y su hijo preadolescente Alexis (Michael Davis). El hermano de Sophia, Stratos (Eli Wallach) evita que las inglesas sean hospedadas, pero termina aceptando que se queden solo por una noche. Stratos y su secuaz, Lambis (Paul Stassino) tienen en la mira al inglesito que también es pasajero del hotel, Marc Camford (Peter McEnery). Stratos y Lambis invitan a Marc a pescar de noche. Marc no acepta, pero espía donde Stratos detiene el bote. Lambis que se ha quedado en tierra, ve a Marc iluminado por un faro que tiene Stratos en la embarcación y le dispara con un rifle hiriéndolo en el hombro.

 

A la mañana siguiente Nikky se extraña que le digan que Marc se ha ido, porque había quedado a ir a nadar con él. Paseando por la isla, Nikky encuentra a Marc refugiado en una ermita. Más tarde Marc le revelará haber sido guardián de joyas en un banco de Londres, que un día por tener una cita no esperó a que los guardas que siempre lo acompañaban y fue solo a entregar unas joyas pedidas, que lo asaltaron, lo golpearon en la cabeza, lo dejaron inconsciente y se las llevaron. La policía, la prensa y el banco no creyeron su inocencia. Como no encontraron pruebas en su contra, lo dejaron libre, aunque perdió el trabajo.

 

Unas circunstancias fortuitas lo pusieron en la pista de Stratos y el hotel Las hilanderas de la Luna. Porfía con que Stratos enterró las joyas en la zona de pesca de la bahía y que está por venderlas. Es así. De ahí que pronto conoceremos a los intermediarios de esta exclusiva compra venta, el cónsul Anthony Gamble (John Le Mesurier) y su esposa Cynthia (Sheila Hancock). En el último tramo aparecerá en un yate de lujo la compradora, Madame Habid (Pola Negri) y todo se resolverá de un modo u otro.

 

El director James Neilson es apenas eficiente y no ostenta mucha creatividad. Ni la secuenciación ni la dirección de actores son su fuerte. Hayley Mills no escatima mohín y sin querer (o queriendo) está más cerca de un histérica de libro que de una protagonista encantadora. Irene Papas, Joan Greenwood y Eli Wallach tiene mucho oficio y zafan. Peter McEnery que, con mucha imaginación, uno debe considerarlo el galán, en la primera escena está como de cocaína, pero después se calma. Un aparte para Pola Negri, gloria del cine mudo, en el que destacó por su extravagancia, sale de un autoimpuesto ostracismo para esta que fue su última participación en escena. Su Madame Habid, con un guepardo de mascota, es lo mejor de la película. Por la sencilla razón de que su escena está jugada en comedia, sin la indefinición de género del resto de la película, que es tanto un vehículo de lucimiento para la exestrella infantil, hoy adolescente plena, como una de aventuras (se destaca la bajada de un molino por sus aspas), una comedia (la tía Frances manejando una carroza fúnebre) con tonos dramáticos (el cónsul y su mujer, una beoda que nubla con alcohol el estar tan lejos de su hábitat social, los eventos fiesteros de la clase alta inglesa, parecen sacados de una obra de Pinter) y hasta con momentos musicales (la tía Frances recupera canciones folklóricas a punto de perderse para la BBC y logra que un coro de habitantes cante Las hilanderas de la Luna, canción que se basa en una leyenda sobre unas artesanas que trabajan con los hilos que le sacan al ovillo de la luna llena).

 

Puede que de niño esta película me haya gustado, pero hice bien en olvidarla cuando aprendí que el cine podía ser algo muy superior. Puede que un coleccionista de tesoros fallidos como Tarantino le halle encantos que yo francamente no le encuentro, por más nostalgia que le ponga.

Gustavo Monteros

viernes, 1 de marzo de 2024

Querido diario - Hoy: Meg La Reina de la Rom Com Ryan o Lo que sucede después


 

Mientras duró el descanso, elegí películas para nuestras secciones habituales de Programa doble, Películas que ya tendría que haber visto o Películas con títulos de una palabra evocadoras de ciudades, países o accidentes geográficos, etc. Pensé también en nuevas secciones: 50 años no es nada (donde repasaría films que este año cumplen 50 años de su estreno, como Chinatown), Reverdeciendo laureles (en la que vería si algunos clásicos sigue vigentes o ya perecieron), El original y la copia (análisis de obras que tuvieron su remake feliz o desafortunada) o Al mal tiempo, feel-good movies (espacio para contrarrestar la deshumanización ya instalada o para celebrar la poca humanidad que nos queda, revitalizando costumbres perdidas, como la solidaridad, la generosidad, la amabilidad) Pero a medida que se acercaba el momento de concretar las ideas y sentarme a escribir, me dominaba un sentimiento de Déjà vu, de ya lo hice antes y mejor quizá, de para qué insistir. ¿Acaso se me habían pasado las ganas de hablar sobre cine? No, me contesté. Solo es hora de variar el ángulo, de correrse de las estructuras practicadas, de abandonar las rigideces a las que obligan las formas elegidas de ejercer este amor por la narración audiovisual. Se me ocurrió entonces intentar uno de los recursos más viejos: el clásico y confesional Diario. Allá vamos.

 

Diario de un cinéfilo desesperado en tiempos de oscuridades político-sociales

 

(Juego a ser el ghost writer de Meg Ryan y la hago hablar de su carrera y de su última película)


Hasta para envejecer hay que tener suerte. Catherine Deneuve tiene una estructura ósea tan perfecta, que es bella a cualquier edad. Sophia Loren, también. Y en esto no se aplica el chiste de El club de las divorciadas, ese de que Sean Connery siempre es un semental sin importar su edad. A lo que voy, es que en esto los hombres no son la excepción. Omar Sharif terminó por ser un viejo tan apuesto como lo fue en su juventud. Pero Gregory Peck perdió con la edad gran parte de su encanto y James Stewart fue lisa y llanamente un viejo feo, que solo remitía de nombre al joven atractivo que supo ser. Yo tuve lo mío, un montón de películas lo atestiguan. No fui bella, pero si atractiva. Linda, pero no en el sentido de Ava Gardner, más bien en el de Betty Hutton. No pasaba desapercibida, se me consideraba hermosa, la cámara amaba mis mohines, tanto que me fijó en un solo perfil de personajes. El de la rubia un poco despistada, aunque encantadora. Sexy, sin exagerar e inteligente. Nada de rubia, algo bobalicona y tremendamente sexy, como Marilyn Monroe. Nada de rubia, muy sexy y algo hueca como Goldie Hawn. Un poco neurótica, pero sin llegar a los extremos de Diane Keaton. Fui la rubia que se salió del molde, la rubia inteligente. Todo gracias a Nora Ephrom y su guion para Cuando Sally conoció a Harry, que fue cuando mi carrera cambió. Hasta entonces, me había hecho notar un poco, llegué hasta ser ¡la novia del protagonista! Pero después de Sally fui una estrella. Claro, también soy una actriz y quise probar otras cosas, fuera de la romanticona que ve su vida completa cuando consiguió el beso abrasador de su galán. Probé con ser una alcohólica, una heroína militar con medalla y todo, una policía un tanto siniestra, la esposa de un secuestrado y hasta una representante de boxeadores. Me salí de las seudo actitudes virginales de la protagonista romántica y me puse provocadora y muy sexuada. Todo muy interesante para mí, pero todos pedían a la rubia más leve que se enamoraba y lograba su galán. Y se las dimos, hay peores maneras de ganarse la vida. Pisando los cincuenta, me dije: aunque la cara no se me cayó, la vergüenza, un poco sí. Por más vueltas de argumentos que les den a los guiones, voy a quedar ridícula si a una edad en la que ya alguna cosa tendría que tener clara, persisto en tener como única preocupación vital conseguir un hombre o mantenerlo al lado. No vivimos en las novelas de Jane Austen, hay más cosas en la vida de una mujer que un hombre. Me di una pausa en el cine, participé de algunas series y me puse a planificar mi debut como directora. Fue por entonces que se filtraron unas fotos en las que se me veía de mi edad. Tenía un poco de bótox, que entre las actrices que pierden la lozanía es como descubrirse con mal aliento y mejorar la higiene bucal. Algo tan natural como ser encantadora. Y como ahora cualquier cosa es un escándalo, se pusieron a especular que por mantener la belleza me había sometido a cirugías plásticas que me arruinaron la cara, que en vez de envejecer “naturalmente”, me ponía a emular a la recauchutada duquesa de Alba. Lo irónico del caso es que yo no me había hecho nada, estaba envejeciendo “naturalmente”, salvo que yo no tengo la suerte de la Deneuve o la Loren, o Sharif o Lassie, yo estoy más del lado de Jimmy Stewart. De mayorcita doy fea. Comedia, muchachos, comedia. Incorporarse, sacarse los restos del pastelazo de la cara y a seguir viviendo. Y debuté nomás como directora con Ithaca, sobra la novela de William Saroyan, The Human Comedy, sobre un carterito que durante la Segunda Guerra Mundial en un pueblo de los Estados Unidos debe repartir los telegramas de defunción de los soldados que cayeron en acción. Pasó con más pena que gloria, aunque me gustó hacerla y no me salió tan mal. Y me dije si lo que más quieren de mí es la rubia comediante de problemas amorosos, démosela. Aunque más no sea porque le debo un homenaje a Nora, Ephrom, claro. Y elegí llevar al cine la obra teatral de Steven Dietz, Shooting Star / Estrella fugaz y con Steven, Kirk Lynn y yo armamos el guion. Una expareja se reencuentra en un aeropuerto que interrumpe sus funciones por una tormenta de nieve. Son dos mayorcitos con la vida hecha que pasa en claro lo que pasó entre ellos y lo que hicieron después de ya no verse. Hoy la recuerdo porque es 29 de febrero que es cuando transcurre la acción y que por ser algo que no ocurre todos los años viene con su carga de magia excepcional. Y si a Ithaca prácticamente la ignoraron, a What Happens Later / Lo que sucede después le tiraron con toda la artillería conocida y por conocerse. Está bien, está bien, se basa en una obra de teatro y más allá de todos mis esfuerzos por darle variedad a su único escenario, un aeropuerto semi desierto, puede que denote por momentos su origen teatral y puede que haya insistido demasiado en hacerlos pasearse en el carrito eléctrico transportaequipaje, está bien secuenciada, el cuento se cuenta y se comparte bien, hay réplicas ingeniosas y una química palpable con mi coequiper David Duchovny. Y aunque no me crean por ser parte interesada, es una buena película. Ahora, gracias a las musas del celuloide, las películas no caen rápido en el olvido, los streamings son muchos y necesitan llenar archivos monstruosamente grandes, de ahí que todas las películas que se hacen tengan asegurada su ventana de acceso. Como a toda película que se ha elegido odiar, porque sí, porque alguna tiene que tener ese destino, porque hay que destilar veneno, porque hay que castigar la ilusión de glorias pasadas que quieren reverdecer sus laureles, o por lo que sea, más temprano que tarde, cuando ya no se tenga nada que ver, cuando se la elija para comprobar si es tan mala como se dice, en alguna noche de insomnio, en una tarde perdida de lluvia, se la descubrirá y será gozada, por lo que es, una buena comedia hecha con el mucho o poco arte que sus hacedores tengan, pero con un oficio aceitado en años de saberes aprendidos. Y se la querrá, se la asociará a otros recuerdos míos, tan actos de amor como este. Porque yo no envejeceré bonito, pero tuve la suerte de ser La Reina de la Rom Com y las coronas no son para cualquiera, son para los que las saben portar.

(Gustavo Monteros)


viernes, 23 de febrero de 2024

Querido diario - Hoy: El 74 de Giannini


 

Mientras duró el descanso, elegí películas para nuestras secciones habituales de Programa doble, Películas que ya tendría que haber visto o Películas con títulos de una palabra evocadoras de ciudades, países o accidentes geográficos, etc. Pensé también en nuevas secciones: 50 años no es nada (donde repasaría films que este año cumplen 50 años de su estreno, como Chinatown), Reverdeciendo laureles (en la que vería si algunos clásicos sigue vigentes o ya perecieron), El original y la copia (análisis de obras que tuvieron su remake feliz o desafortunada) o Al mal tiempo, feel-good movies (espacio para contrarrestar la deshumanización ya instalada o para celebrar la poca humanidad que nos queda, revitalizando costumbres perdidas, como la solidaridad, la generosidad, la amabilidad) Pero a medida que se acercaba el momento de concretar las ideas y sentarme a escribir, me dominaba un sentimiento de Déjà vu, de ya lo hice antes y mejor quizá, de para qué insistir. ¿Acaso se me habían pasado las ganas de hablar sobre cine? No, me contesté. Solo es hora de variar el ángulo, de correrse de las estructuras practicadas, de abandonar las rigideces a las que obligan las formas elegidas de ejercer este amor por la narración audiovisual. Se me ocurrió entonces intentar uno de los recursos más viejos: el clásico y confesional Diario. Allá vamos.

 

Diario de un cinéfilo desesperado en tiempos de oscuridades político-sociales

 

También fui actor. Mi carrera de tan modesta fue casi secreta. Los pocos fulgores que disfruté fueron los entusiasmos inesperados de conocidos y parientes que no esperaban nada de mi talento y que en noches de estreno a regañadientes concedían que quizá no fuera histriónicamente tan negado y algo pudiera lograr con mi insistencia de hacerlos reír y emocionarse. En noches de insomnio fantaseo con los papeles con los que me hubiera gustado consagrarme en el teatro o el cine, la tele no me moviliza demasiado, soy un nadie con pretensiones. Y como soy enciclopédico y me gusta solazarme con las carreras ajenas, se me da por pensar si tal o cual actor comprendió la trascendencia de su labor en el momento en que encaraba el personaje que habría de hacerlo inolvidable o si lo vivió como una instancia más de su trabajo.

 

Uno de los actores que más admiro es Giancarlo Giannini, sobre todo por culpa de su Pasqualino Siete Bellezas (o Pasqualino Settebellezze, en el original), que se estrenó en Italia el 20 de diciembre de 1975 y en Argentina el 20 de octubre de 1977 (por entonces las películas tardaban en llegar y la censura no ayudaba mucho, le ponía peros hasta a Bambi). No pude encontrar detalles de fechas de producción o mucha precisión de dónde se filmó. Lo poco que pude averiguar es que se rodó en parte en Yugoslavia (las escenas de la fuga) y que el escenógrafo Enrico Job pidió que las tomas de interiores del campo de concentración se filmaran en Tívoli, en una vieja fábrica de papel erigida sobre las ruinas de un templo griego y que hay escenas en Aversa y en Nápoles, claro). Y la única fecha fidedigna que averigüé dice que en junio de 1975 estaban filmando (¿esta fecha es terminación o inicio de rodaje?, no se sabe o yo no supe averiguar más. Las maravillas no surgen de la magia. Todo tiene trabajo, dudas, sudor, detrás. No basta con la inspiración y la suerte.

 

Vi y leí reportajes a Giannini sobre Pasqualino y nadie le preguntó si tuvo consciencia durante el rodaje de que estaba inscribiéndose en la Historia del cine.

 

Y como mi curiosidad es insaciable, me dije: ya que mi inquietud está insatisfecha, puedo hacer algo que si está a mi alcance: repasar la carrera de Giancarlo desde sus inicios hasta que llegó a Pasqualino. Ambición que tuve que contener o limitar al año anterior de filmar Pasqualino, porque Giancarlo antes y después de las siete bellezas es un hombre prolífico con gran capacidad de trabajo. Y si bien internet podía proveerme todos los títulos, mi tiempo es limitado. Trabajo, tengo otras inquietudes, una vida de relación, una perra, bañarme, comer, etc. A veces, muy pocas en realidad, envidio a los copistas medievales que en las tranquilidades de sus conventos se dedicaban a una sola tarea en sus vidas.



En el año 1974, Giannini estrenó tres películas. La primera Il bestione de Sergio Corbucci, conocida en la Argentina como Nino, el bestione, una comedia costumbrista, mencionada a la pasada en el documental de Netflix sobre Corbucci producido por Quentin Tarantino. Esta comedia es tanto una de caminos (road movie que le dicen) como una de amigos o parientes desparejos (buddy movies que le dicen) Al contrario de lo que implica el título para la distribución argentina, el bestione no es Nino (Giannini)] sino el camión gigantesco que, con su compañero, Sandro (Michel Constantin) se turnan en manejar mientras van de un país a otro con la gran carga que transportan. Los dos protagonistas se detestarán en un inicio y de a poco, por problemas a superar, por aventuras compartidas, por soledades iluminadas, comenzarán a aceptarse y apreciarse. Hoy da un poco de resquemor verla. Si bien no promueve el machismo, refleja una sociedad patriarcal condescendiente y despreciativa hacia las mujeres. El aire de los tiempos en que fue hecha. Al ser fiel a su época, denuncia una necesidad de cambio urgente, porque estos dos hombres no hallan fácil vivir en este mundo patriarcal. Sostienen el statu quo por inercia, no por convicción. Hoy, las feministas rechazan de plano estas películas (quizá hagan bien) y no observan que el mundo retratado reclama el desequilibrio que no tardaría en llegar. Uno es un hombre divorciado a la que la mujer le metió los cuernos, porque se sintió frágil y abandonada por los tiempos muertos de los largos viajes y el otro se aprovecha de las necesidades de una viuda mayor con algo de dinero porque es su única posibilidad cierta de reunir el dinero para comprar su propio bestione, y ambos rechazan haber sido arrinconados a esa realidad. Son machos que no se sienten cómodos en sus roles (Ciao machio, Marco Ferreri, 1978) en los tiempos (para jugar con otro título de película) de El futuro es mujer (Il futuro è donna, Marco Ferreri, 1984)




La segunda película que Giannini estrenó en 1974 se ve sin vergüenza porque es un drama histórico progresista y bien intencionado: Fatti de gente perbene (conocido en la Argentina no por la traducción fiel de su título original, Hechos de gente bien, sino como La gran burguesía) de Mauro Bolognini. Estamos en 1902 en Italia. Linda (Catherine Deneuve, esplendorosamente bella) está mal casada con un hombre violento, abusivo, cruel. Su hermano Tulio (Giannini) decide librarla de lo que considera una muerte segura matando al marido. Linda y Tulio son hijos de un profesor de Medicina de ideas amplias, opuestas a las restrictivas del catolicismo, el doctor Augusto Murri (Fernando Rey, actor que también estará en Pasqualino Settebellezze). La verdad del crimen saldrá a la luz, pero los responsables no serán juzgados por el asesinato en sí, sino por el odio a las ideas progresistas del doctor Murri. La acción coordinada de una prensa que defiende un catolicismo a ultranza demonizará, con la ayuda del comisario investigador, transformarán el juicio en una caza de brujas. La película nos demostrará que las campañas de los medios de comunicación hegemónicos actuales no inventaron nada al demonizar a los que se oponen al ideario de ultra derecha que sostienen. El film también nos corroborará que, en esos lejanos tiempos, tal como ahora, una justicia supeditada a la opinión fanatizada de los medios dominantes no es tal sino una farsa. Un drama de época muy bien hecho y por desgracia muy vigente.




Y la tercera película que Giancarlo estrenó en 1974 es Travolti da un insolito destino nell'azzurro mare d'agosto (Abrumado por un destino insólito en el mar azul de agosto, en la traducción original). Para su estreno en la Argentina, el título se simplificó a Insólito destino, y es la película inmediatamente anterior a Pasqualino Settebellezze que hizo el tándem Lina Wertmüller, directora y guionista y su actor fetiche, don Giancarlo Giannini, el genial. Se trata de una comedia de estereotipos opuestos. En un yate de lujo, alquilado a unos cuentapropistas, veranean unos ricos. La insoportable Raffaella (Mariangela Melato), una alta burguesa caprichosa, cruel, despreciativa, insultante se destaca del resto de los veraneantes. Y la padece el camarero-tripulante, Gennarino (Giancarlo Giannini, filmado más esplendorosamente que de costumbre por Wertmüller), un proletario socialista, machista y prejuicioso. El azar y el argumento determina que Raffaella y Gennarino terminen juntos en una isla desierta. De movida la extracción social, o sea la diferencia de clases, la ideología, las experiencias de vida y los prejuicios irremontables los separarán. Pero los dos son jóvenes, saludables y sexis, así que el prejuicio de la diferencia de clases se volverá deseo, y aunque apliquen en clave erótica la dicotomía amo-sirviente, invirtiéndola a cómo se daba en el barco, la pulsión sexual aplanará las diferencias. Tanto que cuando puedan ser rescatados, preferirían no serlo para continuar con su recién descubierta relación erótica-afectiva. La comedia es efectiva, aunque ratifica verdades de Perogrullo. Si se eliminan los mandatos sociales de clase, experiencia, crianza, surgirá una lógica nueva, que quizá contenga los mandatos mencionados, ahora reacondicionados a una manera más asequible a las necesidades de los individuos que deben padecerlos. Dice también que el sexo, reprimido por las convenciones y necesidades de dominio, de mantenimiento de un equilibrio social reaccionario, liberado es la puerta a un estado nuevo, quizá revolucionario. De todos modos, la realidad como la conocemos se impondrá, aunque nadie les quitará lo bailado, de ahí que el final sea más agridulce que triste.




Y a continuación de Insólito destino, algo que no puede negarse porque se lo ve muy bronceado, y aunque habría de estrenarse en 1975, Giannini rodó por septiembre de 1974 A mezzanotte va la ronda del piacere (conocida por estos pagos por la traducción literal de su título: A medianoche va la ronda del placer) de Marcello Fondato. Se trata de una comedia ligera a la manera de Punch and Judy, porque cualquier motivo es bueno para darse mamporros (tradición cómica que hoy merece la política de la cancelación, pero que se entronca con el comienzo del teatro y de gran éxito en el Medioevo y el Renacimiento. Tina Candela (Monica Vitti) enfrenta un juicio por haber supuestamente matado a su marido, Gino Benacio (Giannini) tras una violenta pelea. Digo supuesto crimen porque no hay cadáver, dado que Gino cayó accidentalmente en un sumidero y no se supo más de su cuerpo. Gabriella Sansoni (Claudia Cardinale) casada con Andrea Sansoni (Vittorio Gassman) más preocupado por hacer dinero en dudosos negocios que en atenderla, es llamada como miembro del jurado en el juicio a Tina Candela. Gabriella, única mujer en un jurado de hombres, tiende a comprender e inclinarse por la inocencia de Tina Candela. En un principio la balanza parece inclinarse hacia ella, Gino Benacio era un marido que por todo recurría a los cachetazos y a la infidelidad. Aunque, como se comprobará después, Tina Candela no se queda atrás. En cachetazos e infidelidad. Gabriella, afecto-carenciada, imaginará que las distintas instancias por las que pasa Tina Candela, le pasan a ella y Andrea. Por todo lo dicho, hoy es una comedia vergonzante, ofensiva e injustificable, más allá de unos buenos chistes y gags que no se relacionan para nada con la violencia contra la mujer.




Nunca sabré, o al menos no por ahora, si al comenzar a filmar Pasqualino Settebellezze, Giancarlo Giannini fue consciente de que entre manos tenían una genialidad. Lo que queda en evidencia es que le puso todo el amor a su profesión y el máximo compromiso con su histrionismo. El mismo empeño responsable que le puso a estos proyectos de variado propósito y resultados. Los actores que aman su profesión encaran cada proyecto con la creencia de que saldrán de la mejor manera. Y a veces sus esperanzas se cumplen.

Gustavo Monteros


viernes, 16 de febrero de 2024

Querido diario - Hoy: Past Lives - Of an Age


 

¡Bienvenidos a un nuevo año de Crónicas de cine!

Mientras duró el descanso, elegí películas para nuestras secciones habituales de Programa doble, Películas que ya tendría que haber visto o Películas con títulos de una palabra evocadoras de ciudades, países o accidentes geográficos, etc. Pensé también en nuevas secciones: 50 años no es nada (donde repasaría films que este año cumplen 50 años de su estreno, como Chinatown), Reverdeciendo laureles (en la que vería si algunos clásicos sigue vigentes o ya perecieron), El original y la copia (análisis de obras que tuvieron su remake feliz o desafortunada) o Al mal tiempo, feel-good movies (espacio para contrarrestar la deshumanización ya instalada o para celebrar la poca humanidad que nos queda, revitalizando costumbres perdidas, como la solidaridad, la generosidad, la amabilidad) Pero a medida que se acercaba el momento de concretar las ideas y sentarme a escribir, me dominaba un sentimiento de Déjà vu, de ya lo hice antes y mejor quizá, de para qué insistir. ¿Acaso se me habían pasado las ganas de hablar sobre cine? No, me contesté. Solo es hora de variar el ángulo, de correrse de las estructuras practicadas, de abandonar las rigideces a las que obligan las formas elegidas de ejercer este amor por la narración audiovisual. Se me ocurrió entonces intentar uno de los recursos más viejos: el clásico y confesional Diario. Allá vamos.

 

Diario de un cinéfilo desesperado en tiempos de oscuridades político-sociales

 

Las transculturizaciones me pudren. Me asusta que Halloween se instale o que la pérdida de raigambre cultural nos lleve a abrazar Acción de gracias. Pero suprema contradicción (¿a la Maryland?) San Valentín ya no me cae tan mal y San Patricio me seduce mucho. O sea, me perdono con aquello de Si no podés contra ellos, úneteles. Y como todo es compraventa y dado que no tenemos un mango que nos sobre, no intentan campañas agresivas para vendernos flores o bombones (algo complicado en tiempos de olas de calor) y se conforman con alentarnos a que celebremos nuestros San Valentines con cenas afueras que pueden ser con amigos si no tenemos parajes estables, en vías de serlo o palenques donde rascarnos. Eso sí, como siempre están vendiendo streamings varios, nos recuerdan hasta el hartazgo las películas de amor que tenemos disponibles en tal o cual plataforma. Yo, sin ir más lejos, enumeré el año pasado para estas fechas algunas de mis favoritas. ¿Tengo algunas nuevas para agregar a la lista?

 

De las que vi últimamente dos se me hicieron recuerdos recurrentes. Y bien que podrían haber terminado en la sección de Programa doble, porque las dos juegan con (para citar un clásico) Lo que no fue, pero bien pudo haber sido. Ellas son la nominada a dos Óscares 2024 (por Mejor Película Mejor Guion Original) Past Lives, escrita y dirigida por Celine Song con Greta Lee, Teo Yoo y John Magaro en los protagónicos y la no Oscarizada y un poquito más vieja, es del 2022, Of an Age, escrita y dirigida por Goran Stolevski con Thom Green y Elias Anton en los protagónicos.

 

En el comienzo de Past Lives vemos a la futura Nora y a Hae, dos chicos de 10 años en Seul, son compañeros de escuela, se complementan, se apoyan mutuamente y si no es el famoso primer amor, le pasa raspando. Pero la familia de Nora emigra a Canadá y la relación se suspende. Pasan 10 años y Nora que ahora está en Nueva York como dramaturga en ciernes, una noche jugando con su madre con las redes sociales descubre que Hae la anduvo buscando, le responde y se reencuentra por zoom. La relación reverdece, pero ante la imposibilidad de verse a la brevedad en persona, deciden darse un año sin comunicarse. Cuando este lapso haya pasado, unas cuantas cosas habrán pasado y llegado el momento de reencontrarse en persona, algunas cuestiones se han vuelto insalvables.

 

En Of an Age, estamos en el verano de 1999 en Australia, Kol (Elias Anton) un adolescente de 17 años tiene que participar en una competencia de ballroom con Ebony (Hattie Hook) una tarambana fiestera que despierta la tarde del concurso en una playa muy lejana de donde tienen que participar. Ebony le pide a su hermano mayor, Adam (Thom Green) que la pase a buscar. Y así Kol y Adam se conocen. Habrá idas y vueltas, y Adam y Kol pasaran una noche de amor. Pero, siempre hay un pero. Adam al día siguiente se va a estudiar a las antípodas. Se despiden para siempre jamás. Aunque 10 o 12 años más tarde, el casamiento de Ebony volverá a juntarlos. Pero el tiempo transcurrido y el océano de por medio habrán levantado barreras infranqueables, incluso cuando el amor siga tan vivo como en aquella noche fundacional.

 

Estas dos historias juegan con el esquema de Romeo y Julieta. Las circunstancias de las dos familias enfrentadas son sustituidas por elecciones profesionales, ambiciones personales y destiempos desafortunados. Pero lo más corrosivo y con lo que nos identificamos es con la idea de lo que pudo haber sido. Todos tenemos historias inconclusas que pudieron haber tenido derroteros con los que solo podemos fantasear. La vida nos llevó para otros lados, para otros brazos, para otros destinos. Sin embargo, en noches de insomnio o en esperas en los que la mente divaga, nos preguntamos y si…

 

Past Lives y Of an Age son historias conmovedoras que acompañan y se vuelven imperecederas. Y nada expresa su pernicioso sustrato como la letra de esta canción de Stephen Sonheim que canta el personaje Benjamin Stone en Follies

 

The road you didn’t take

 

You're either a poet

Or you're a lover

Or you're the famous

Benjamin Stone

 

You take one road

You try one door

There isn't time for any more

One's life consists of either/or

One has regrets

Which one forgets

And as the years go on

 

The road you didn't take

Hardly comes to mind

Does it?

The door you didn't try

Where could it have led?

 

The choice you didn't make

Never was defined

Was it?

Dreams you didn't dare

Are dead

Were they ever there?

Who said?

I don't remember

I don't remember

At all...

 

The books I'll never read

Wouldn't change a thing

Would they?

The girls I'll never know

I'm too tired for

 

The lives I'll never lead

Couldn't make me sing

Could they?

Could they?

Could they?

 

Chances that you miss

Ignore

Ignorance is bliss—

What's more

You won't remember

You won't remember

At all

Not at all...

 

You yearn for the women

Long for the money

Envy the famous

Benjamin Stones

 

You take your road

The decades fly

The yearnings fade, the longings die

You learn to bid them all goodbye

And oh, the peace

The blessed peace...

At last you come to know

 

The roads you never take

Go through rocky ground

Don't they?

The choices that you make

Aren't all that grim

 

The worlds you never see

Still will be around

Won't they?

The Ben I'll never be

Who remembers him?

El camino que no elegiste

 

O sos un poeta

O sos un amante

O sos el famoso Benjamin Stone

 

 

Tomás un camino

Abrís una puerta

No hay tiempo para nada más

La vida consiste en es esto o aquello

Uno tiene arrepentimientos

De los que se olvida

A medida que pasan los años

 

El camino que no elegiste

Apenas si te lo acordás

¿No?

La puerta que no abriste

¿Dónde te pudo llevar?

 

La elección que no hiciste

Nunca se definió

¿No?

Los sueños a los que no te atreviste

Están muertos

¿Alguna vez existieron?

¿Quién dijo qué?

No me acuerdo

No me acuerdo

Para nada…

 

Los libros que nunca leíste

Nada cambiaron

¿No?

Las chicas que nunca conocerás

Porque estoy cansado para hacerlo

 

Las vidas que no vivirás

No te hubieran hecho cantar

¿No?

¿No?

¿No?

 

A las oportunidades perdidas

Ignóralas

La ignorancia es felicidad

Lo que es más

No te acordarás

No te acordarás

De nada

Absolutamente nada…

 

Añoraste mujeres

Anhelaste dinero

Envidiaste a los famosos

Benjamin Stone

 

Tomás un camino

Las décadas vuelan

Las añoranzas se apagan, los anhelos mueren

Aprendés a despedirte de todo eso

Y, ah, la paz

La paz bendita

Por fin la llegás a conocer

 

Los caminos que nunca elegiste

Van por terreno pedregoso

¿No?

Las elecciones que hiciste

No son todas siniestras

 

Los mundos que nunca verás

Todavía andarán por ahí

¿No?

El Ben que nunca serás

¿quién se acuerda de él?

 

 

Stephen Sondheim

Traducción de quien les habla

 

Gustavo Monteros



viernes, 24 de noviembre de 2023

Desensillar hasta que aclare

 Hola

Iba a tomarme las vacaciones anuales desde el viernes 8 de diciembre, pero voy a adelantarlas un par de semanas. Para los que no viven en Argentina y no son de seguir la agenda política de cada país, les cuento que el domingo 19 de noviembre, la ultraderecha se hizo con la presidencia de la república. Si bien puedo divorciarme de la realidad y abstraerme en la escritura sobre cine, prefiero no hacerlo si tengo la oportunidad. El fondo de mi mente no dejaría de estar abarcado por la preocupación de toda la incertidumbre que se nos viene encima. Por eso mejor desensillar hasta que aclare. ¡Felices fiestas! Nos reencontramos por el día de San Valentín. ¡Y que no nos quiten lo conseguido!

Gustavo Monteros

viernes, 17 de noviembre de 2023

Lo que ya tendría que haber visto - Hoy: Mi familia y otros animales


 

En el mundo hay muchas películas, demasiadas quizás, y no hay cinéfilo que haya visto todas las que hubiera querido ver. Por motivos distintos, guarda algunas para otra ocasión. Hasta que la lista se le vuelve tan voluminosa como una novela de Tolstoi. Entonces, cuando puede, comienza a disminuir la selección, no sea cosa que se le haga una enciclopedia de varios volúmenes.

Esta sección no se llamará Lo que no fue ni Lo que el viento se llevó sino Lo que ya debería haber visto.

 

Hoy: My Family and Other Animals

Los pueblos cargan una idiosincrasia mítica y falaz, basada en supuestas observaciones objetivas, que si tuvieron algún fundamento fue más efímero que el famoso pedo en la canasta. Y así se dice, peyorativa y estereotipadamente, que los italianos son vocingleros y expansivos, que los franceses son antipáticos y poco amigos del baño, que los alemanes son fríos y carecen de humor, que los argentinos son charlatanes y ventajeros y así.

 

De los ingleses se dicen que son recatados, convencionales, inexpresivos. Esta caracterización se da de bruces con la celebración permanente de los ingleses de la excentricidad. Su historia y literatura rebosa de excéntricos, anticonvencionales, excepciones a la norma. Y si bien ya venían raritos desde los albores, en el siglo XX en cine, teatro, música, moda y literatura fueron el colmo. Y la familia Durrell no fue la excepción. Y para dejarlo en claro, al revés de las familias encumbradas por genios que por regla ostentan uno por árbol genealógico, los Durrell tuvieron dos y ¡en la misma generación!: Gerald y Lawrence.

 

Lawrence es el autor del Cuarteto de Alejandría (Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958), Clea (1960)) y por lo tanto un novelista insoslayable en la historia de la literatura mundial del siglo XX. Gerald fue un divulgador científico de la zoología, un conservacionista y ambientalista único. Su obra científica es medular y si bien ya no se usa observar en cautiverio, su amor por todas las especies animales es tan encomiable como inevitable. Yo, por el contrario, no soy ningún San Roque. Amo a los perros, pero tal predilección no me convierte en adicto al Animal Planet o la National Geography, lejos de ello. Por eso de todas las animaladas de Gerald Durrell, amo su obra literaria, en especial su trilogía de Corfú. (Mi familia y otros animales (1958), Bichos y demás parientes (1969), El jardín de los dioses (1978))

 

Y de las tres, me llevo de respuesta la primera a la pregunta trasnochada de qué libro te llevaría a una isla desierta (me llevaría también Cien años de soledad de Gabo García Márquez y la Santa Juana de Bernard Shaw, pero esa es otra historia). El libro de Gerald Durrell es rico, sustancioso y de una humanidad regocijante.  Y más que admite, invita a adaptaciones teatrales y cinematográficas.

 

Al cine propiamente dicho, todavía no llegó, pero a la pantalla chica, sí y en tres oportunidades. En 1987 como una miniserie de 10 episodios de media hora. En 2005 como una película para la televisión (de la que nos ocupamos aquí) y entre 2016 y 2019 la trilogía de Corfú completa se adaptó como una serie llamada The Durrells y tiene 26 episodios de entre 40 y 50 minutos.

 

A mi desvelaba la película, más que nada por el elenco envidiable. La matriarca de la familia, una mujer de decisiones súbitas, es Imelda Stauton, el hermano mayor, el novelista Lawrence en ciernes, aquí presentado solo como Larry, es Matthew Goode, la hermana que le sigue, Margot, una veinteañera que despierta al sexo es Tamzin Merchant, el hermano que sigue, Leslie, un adolescente fascinado con las armas de todo tipo es Russell Tovey y como el niño Gerald, el futuro experto en animales como tales y los llamados humanos, Eugene Simon. Todos se entregan al juego de interpretar estos más que peculiares individuos con encomio y delicia, y lo bien que hacen porque las aventuras, que se desarrollan un ratito antes de que se declare la Segunda Guerra, tienen su gracia, hay escenas logradísimas y a todos les dieron líneas desopilantes, además disfrutan el privilegio de filmar en la mismísima Grecia. Dirigió Sheree Folkson y el guion es de Simon Nye.

 

La guardé para un día de lluvia y como la ultraderecha preanuncia tormentas, la vi y cumplió su cometido, durante una hora y media, me olvidé de las amenazas que nos acucian.

Gustavo Monteros