jueves, 20 de marzo de 2014

El pasado



El pasado obtuvo siete premios y 20 nominaciones en distintos festivales y organizaciones dadoras de distinciones. Ahora bien, si esta película en vez de estar escrita y dirigida por Asghar Farhadi (autor y director de la genial Una separación) hubiera sido escrita y dirigida por “Max Pedo” sin duda sería vista por lo que es: un melodrama torpe, soso y con más vueltas tontas que ningún autor de telenovelas, incluso borracho, drogado o acuciado de deudas, se permitiría.


Antes de que me apedreen por sacrílego o hereje, permítanme reafirmar que Una separación es una de las cumbres no solo del cine sino de la dramaturgia, el entramado de conflictos es de una gran magnificencia, tanta que se resignifican constantemente. Sin embargo haber cometido una genialidad no implica que todo lo que el autor haga a continuación vaya a catapultarse a la gloria. Tomemos, por ejemplo, a Ingmar Bergman, genio certificado si los hay, no todas sus películas guardan similar excelencia, no, que el hombre tiene su cuota de piezas menores, menorísimas, y (horror de los horrores) hasta unos cuantos bodrios. Eso sí, era astuto, si algo le había salido sublime, cambiaba de registro o se volcaba a otro medio, a saber, después de El séptimo sello y de Cuando huye el día hizo telefilmes y después de La fuente de la doncella hizo una comedia: El ojo del diablo. Sabía que después de alcanzar una cumbre siempre hay un descenso. No hay escape de la ley del drama: después de un clímax siempre continúa un anticlímax, que no se puede vivir en un orgasmo, qué joder.


A propósito no referiré demasiado el argumento (me encantaría que descreyeran de mí, vieran la película y comprobaran si me equivoco o no, y si es que sí, que estoy errado, hasta dónde soy capaz de enterrarme en mi propia ignominia), básteme decir que hay un iraní que regresa a Francia para divorciarse legalmente de su ex francesa; la chica esta, la francesa, tiene dos hijas, de otros padres, una adolescente (con ínfulas de protagónico dramático, a la que nadie le dice lo evidente: nena, preocupate de tus propias hormonas y no tanto de las de tu madre) y una nena; la francesita que se va a divorciar anda en amoríos con un tintorero que a su vez tiene un hijito que pide a gritos que le pongan límites, una empleada con secretos en cuotas  y una esposa… no, mejor eso no lo cuento porque me voy a empezar a reír, cosa que no debo hacer si ustedes quieren tomarse el argumento más o menos en serio.


El problema es que en realidad, Asghar Farhadi, sí se lo tomó en serio, tanto pero tanto, que no vio lo cerca que está de lo risible todo el tiempo; la escena del tintorero con el hijo en el subte está a un tris de la sátira involuntaria al peor dramón lacrimógeno, y la escena final sería una excelente variación a una propaganda de Axe de no ser tan cantada y tan obvia.


Bérénice Bejo ganó el premio a la mejor actriz en el pasado Festival de Cannes por esta actuación, no está mal, para nada, pero ¿darle un premio? O no había grandes actuaciones femeninas en las otras películas o el jurado ya estaba cansado, porque premiar la corrección de un naturalismo ramplón… En cuanto al actor iraní, Ali Mossafa, es tan pero tan relajado que parece un vegano en un mal día, que alguien le explique, por favor, que la expresividad a veces demanda un poco de sangre… (Aunque, reconozco que me regocijó porque en algunas tomas se me ocurrió que se parecía a ¡Joaquín Galán!).


En resumen, en mi modesta (y atrevida) opinión, un auténtico bodrio Clase A (A por los nombres involucrados, que de provenir de apellidos sin tanta prosapia sería Clase Z) Es más, si en vez de una película fuera un libro bien podría titularse: Cómo vender humo y seguir teniendo patente de grande, después de haberte mandado una genialidad inicial.
 
Un abrazo, Gustavo Monteros

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