...luego del descanso. ¡Gracias!
jueves, 15 de diciembre de 2016
viernes, 9 de diciembre de 2016
El nuevísimo testamento
Sí van al cine este fin de semana, no se pierdan El nuevísimo testamento de Jaco Van Dormael. En cuanto pueda escribo la crónica.
Gustavo Monteros
Gustavo Monteros
jueves, 1 de diciembre de 2016
Sully - Hazaña en el Hudson
Clint Eastwood abandona el insoportable patrioterismo
de su película anterior (Francotirador,
2014) y se concentra en otra indagación del heroísmo, más accidental que nunca,
porque es tanto azaroso como casual o contingente. Bueno, si somos rigurosos el
patrioterismo sigue presente, aunque esta vez no justifica asesinatos sino que
se felicita por la eficiencia estadounidense, pero no nos adelantemos ya
llegaremos a eso.
Eastwood no la tiene tan fácil esta vez, parte de un
hecho conocido, el jueves 15 de enero de 2009, el capitán Chesley Sullenberger,
Sully para los íntimos y los no tan íntimos, logró con singular éxito y sin
víctimas fatales un aterrizaje de emergencia en el río Hudson, en plena Nueva
York. Su público primero, los estadounidenses tienen muy presente la hazaña, la
vieron y revieron por televisión, la leyeron en los diarios y vieron hasta el
hartazgo las fotografías. Pero Eastwood,
como el excelente narrador que es, no se ocupa tanto de recrearlo como de
deconstruirlo. Pone a Sully (Tom Hanks) y a su primer oficial, Jeff Skiles
(Aaron Eckhart) frente a una junta presidida por Jamey Sheridan, Mike O’ Malley
y ¡Anna Gunn! que investiga si pudo hacerse otra cosa (se menciona por ahí la
preocupación de las compañías de seguro y de la empresa). De modo que nuestra
inmediata simpatía por Sully y Skiles es puesta a prueba y no nos queda más que
indignarnos ante la sugerencia de un heroísmo inútil o fallido. Para agravar
más las cosas, Lorraine (Laura Linney) la esposa de Sully nos dice que tienen
problemas bancarios y que a la larga quizá pierdan hasta la casa. Sully es
también un consultor de seguridad aeronáutica, con una pequeña empresa a cargo
que no termina de despegar (ya que estamos entre aviones, usemos terminología
afín). Si lo despiden, adiós consultoría, el desprestigio le haría perder
autoridad y credibilidad.
Estas situaciones y circunstancias hacen que nos involucremos
con los personajes principales, pero de no haber sido tan astutos, director y
guionista, todavía contaban con un as bajo la manga, o más bien a la vista de
todos, el poder estelar del carismático elenco. Comenzando por el inmenso Tom
Hanks que corporiza como nadie la pulsante humanidad de los personajes que le
tocan en suerte.
Todo terminará satisfactoriamente, aclaradas las
dudas, Sully en un ataque de modestia, dirá que el mérito no es solo suyo sino
también de todos los policías, bomberos, enfermeros que participaron del
rescate. La autocongratulación está justificada, el paranoico entrenamiento para
emergencias que ejercitan con asiduidad esta vez fue ejercido con aceitada
perfección.
En resumen, Eastwood reverdece sus laureles de gran
narrador con una historia que podemos compartir sin que se nos desaten todas
las alarmas antiimperialistas. Cine puro, protagonizado por el hipnótico heredero
directo de James Stewart o de Henry Fonda.
Gustavo Monteros
Capitán Fantástico
Ben (Viggo Mortensen) ha cumplido el sueño de muchos
adolescentes: vivir con su familia apartado de la civilización y según sus
propias reglas. Entrena físicamente a sus hijos con rigores de marine, saben
cazar, escalar y robar, tienen acceso libre a una biblioteca con libros de todo
calibre y así pueden debatir y analizar literatura, política, ciencia o
filosofía. Su peculiar pedagogía da resultados sorprendentes, las principales
universidades de Estados Unidos mueren por tener entre sus alumnos al hijo mayor,
Bodevan (George MacKay). Que su nombre sea tan raro no debe llamarnos la
atención, todos sus hijos tienen nombres inventados que celebran el ser único e
irrepetible. Como se observa ideas inspiradas conviven con tonterías medio
hipponas o de la peor autoayuda. Claro, por el aislamiento, los seis hijos
carecen de los más elementales protocolos sociales que tenemos todos los que
vivimos en un ambiente más “integrado”. Este mundo personalísimo está por
entrar en eclosión con la realidad tal como la conocemos. Se verán obligados a
abandonar su hábitat y confrontar con la civilización.
El viaje de este Capitán
Fantástico abarca mucho terreno. Es tanto la épica de un individualista y
los límites que encuentra para llevarla a cabo, un ensayo de educación
alternativa con sus logros y fallas, la aceptación de fracasos luminosos y la
asunción de ausencias dolorosas.
Ben es un personaje apasionante, porque es falible y
se lo ve en más de un dilema. Podría dar más detalles de su personalidad o de
las peripecias que atraviesa, pero eso aniquilaría algunas sorpresas y los
predispondría según tal o cuál visión y arruinaría el placer de descubrir las
aristas de un personaje y de una película que (para usar una palabra de moda)
nos interpela.
El también actor Matt Ross entrega una película, en
más de un sentido, única. Viggo Montersen ratifica ser un animal
cinematográfico, la cámara lo ama y se ocupa de amplificar sus sabidurías actorales
que se acrecientan con cada trabajo, y para felicidad del personaje de Roger
Bart en Las mujeres perfectas (Frank
Oz, 2004) se lo ve con toda su masculinidad al aire.
Y aunque Ben me vetaría el uso de una palabra tan
anodina, lo desobedeceré y diré que es una de los filmes más “interesantes” del
año.
Gustavo Monteros
jueves, 24 de noviembre de 2016
Atentado en París
Tres requisitos son indispensables para disfrutar de Atentado en París (Bastille Day, 2016) en plenitud.
Primero: ser simpatizante de Idris
Elba o Richard Madden. El escocés Madden es una figura en ascenso, fue el
Príncipe de la Cenicienta en el que
la madrasta era Su Majestad, Kate Blanchett, fue Romeo en una reciente puesta
teatral del drama de Shakespeare dirigido por Kenneth Branagh, coprotagoniza
con Dustin Hoffman la serie Los Medici,
pero fue Game of Thrones la que lo
puso en el mapa. Allí fue Robb Stark y en el episodio 9 de la tercera
temporada, junto a su madre Catelyn Stark, pasaron a mejor vida tras un
sangriento y sorpresivo enfrentamiento con enemigos traicioneros ¡durante una
boda!, todo un climax, no tan devastador como el falso destino final de Jon
Snow, pero, bueno, por entonces todavía quedaba mucha gente por despanzurrar.
Como sea, el muchacho no actúa mal, es de buen ver y se perfila de galán. Para
los amantes del policial, en su variante negra-negrísima, entre los que me
cuento, el grandote de voz cavernosa de Idris Elba es una referencia
insoslayable: el hombre no es nada más ni nada menos que Luther, policía de tan poca suerte que todo el que se involucra con
él, en amistad o en amor, termina contando el cuento desde el otro mundo. Peripecia
que lejos de apagar nuestra simpatía, la acrecienta. Este londinense tiene una
presencia hipnótica y parece un favorito de San Cayetano, tiene incluso más
trabajo que Darín.
Segundo: no ser muy quisquilloso con los vericuetos de
la trama. No es que haya que dejar el cerebro a la entrada, pero tampoco darle
mucho uso durante el despliegue de una trama que no es novedosa ni original,
aunque ostenta brío y despierta interés casi constante. Un carterista, Madden,
se ve envuelto en un atentado al robarle un paquete con una bomba a una crédula
aspirante a desestabilizada social (la también ascendente Charlotte Le Bon,
vista recientemente en Operación
Anthropoid y en 2014 junto a Helen Mirren en Un viaje de diez metros), lo que atraerá la atención y posterior
participación en los hechos de un agente norteamericano, Idris Elba, que como
buen yanqui, es policía del mundo. Por suerte, a pesar del título rebautizado
para estos pagos y la bomba, no abusa del triste tema de los terrorismos y sus
funestos fundamentalismos, no, se inclina para el lado de policías y ladrones y
esas cosas.
Tercero y no por eso furgón de cola: amar París. No
tengo el gusto de conocer la Ciudad Luz personalmente, pero tengo tanto cine
encima como para poder enorgullecerme de conocerla mucho… vicariamente. Es tan
hermosa que hasta sus techos lo son, razón por la cual hay una persecución por
dichas alturas (aquí puede verse que se inscribe en una tradición por la que ya
han andado Jean-Paul Belmondo y Harrison Ford. Ver link al final de esta crónica.
En resumen, no es una joya del cine, pero cumple con
lo que promete: entretener. En tiempos de un presidente chanta que pisoteó
todas y cada una de las promesas electorales que le hicieron ganar el puesto,
esta peliculita, al no defraudar expectativas, se erige como un bastión de
ética.
Dirigió James Watkins (Eden Lake, 2008, La dama de negro, 2012).
Gustavo Monteros
http://enunbelmondo.blogspot.com.ar/2016/11/por-los-techos-de-paris.html
Crímenes y virtudes
Adhiero en Facebook a una página de cinéfilos
empedernidos que un buen día suben una foto de Ingmar Bergman en plena faena de
dirección a Ingrid Bergman y Liv Ullman en Sonata
otoñal. La replico y por hacerme el
gracioso pongo: Te extraño, Ingmar, la angustia existencial no es la misma sin
vos. Y como si mi tonta formulación hubiera sido una plegaria, casi desde la
nada, se estrena una película que la responde. Y con creces.
Crímenes y virtudes (Anesthesia,
2015) de Tim Blake Nelson es muchas cosas, pero por sobre todo, un estudio de
la angustia que provoca la existencia. Comienza con un hecho de sangre, después
vamos hacia atrás y comprobaremos cómo se entrelazan las vidas de muchos y
variados personajes.
Tenemos a Walter Zarrow (Sam Waterson) un importante
profesor de filosofía de la Universidad de Columbia a punto de jubilarse,
casado con Marcia (la siempre luminosa Glen Close). Son los padres de Adam (Tim
Blake Nelson) cuya esposa Jill (Jessica Hecht) quizá tenga cáncer, los hijos de
ambos también tienen lo suyo, Ella (Hannah Marks) anda por esa etapa de la
adolescencia en que se cuestiona a la madre, y a la suya no va que le pasa esto
de la enfermedad, y Hal (Ben Konigsberg) de aguda inteligencia, y a punto de
desentrañar los misterios del sexo. Por otro lado tenemos a Joe (K Todd
Freeman) un adicto a la heroína, arrastrado a la rehabilitación por Jeffrey
(Michael Kenneth Williams) un entrañable amigo de la infancia. Mientras que una
hermosa mujer, Sarah (Gretchen Mol) ahoga en vino, para preocupación de sus
hijas pequeñas, la casi certeza de que le meten los cuernos. Y en otra parte de
la ciudad, Sam (Corey Stoll) procura disfrutar sin culpa unos días de profuso
sexo con una longilínea inglesa, Nicole (Mickey Summer). And last, pero todo
menos least, una estudiante aventajada del profesor Zarrow, Sophie (la siempre
excelente Kristen Stewart) descubre que nunca su yo es más yo que cuando se autoflagela con un alisador de cabellos.
De cómo todas estas historias confluyen directa o indirectamente
en el hecho de sangre es el eje de la película, y es esta su única debilidad:
cuando el rompecabezas se arma, se nota que algunas piezas fueron violentadas para
que calcen bien, es decir, el armado luce demasiado rígido, mecánico incluso. A
la larga importa poco o nada, dado que cada escena está estructurada con
talento y dialogada y actuada como los dioses. Este largometraje es como un
collar de impecables cortometrajes, el collar puede tener engarces defectuosos,
pero cada perla es bella y genuina.
La escribió y dirigió el actor Tim Blake Nelson, recordado
por ser el tercer protagonista de ¿Dónde
estás, hermano?, 2000, de los hermanos Coen, junto a George Clooney y John
Turturro.
Sigo extrañando a Bergman, un irreemplazable si los
hay, pero que sus temas vuelvan en excelente forma siempre es bienvenido. No es
que la angustia existencial se haya perdido en la superficialidad de estos
tiempos, es solo que ya no urge contarla como antes, las libertades sexuales y
sociales adquiridas han hecho más romo su filo.
Gustavo Monteros
jueves, 17 de noviembre de 2016
Corazón silencioso
El danés Bille August ingresó al cine internacional con
fulgores de nuevo maestro. Su Pelle, el
conquistador (1987) conquistó en el mismo año la Palma de Oro de Cannes y
el Óscar de la Academia. Unos años más tarde, en 1991 para ser precisos, Ingmar
Bergman lo premió permitiéndole llevar a la televisión, primero como miniserie y
condensado después al cine, uno de sus guiones más personales, nada más ni nada
menos que la historia de amor de sus padres: Las mejores intenciones. Y allí se apagaron sus fulgores. Todos sus
proyectos posteriores oscilaron entre la decepción y la corrección: La casa de los espíritus, 1993, Smila, misterio en la nieve, 1997, Los miserables, 1998, Adiós Bafana, 2007, Tren nocturno a Lisboa, 2013. El nuevo maestro no lo era tal,
apenas un aprendiz aventajado.
Con este Corazón
silencioso de 2014 prueba suerte con el melodrama de despedida final y eutanasia.
Subgénero que amenaza con convertirse en género epidémico: The weather man/El sol de
cada mañana, 2005, Antes de partir,
2007, Algunas horas de primavera,
2012, Amour, 2012, entre las que
recuerdo en este momento… hay más… muchas más.
Esther (Ghita Norby) una señora de unos setenta largos
sufre de esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad degenerativa que la inmovilizará
primero para después irle quitando todas las funciones vitales. Como la
sentencia es inapelable, con la ayuda de su esposo, Poul (Morten Grunwald) un
médico clínico, ha decidido tomar una dosis letal de pastillas. Pero antes
quiere pasar un último fin de semana con su familia, la hija mayor, Heidi
(Paprika Steen), el esposo de esta, Michael (Jens Albinus), el hijo adolescente
de ambos, Jonathan (Oskar Saelan Halskov), la hija menor, Sanne (Danica
Curcic), la pareja de la misma, Dennis (Pilou Asbaek) y la amiga de toda la
vida de Esther, Lisbeth (Vigga Bro).
Como es previsible durante este fin de semana se
expondrán las personalidades de los involucrados en este final, se sacarán
trapos al sol y se develarán unas cuantas verdades ocultas.
Bille August, en líneas generales, no es muy avispado
y depende mucho de un buen guión para concretar una buena película. El de esta
película que firma Christian Torpe no le hace honor al apellido, pero tampoco
es muy virtuoso. Digamos que es más bien prolijo, convencional y leve, a pesar
de la gravedad del tema.
Si
algo no se le discutirá jamás a Bille August es su capacidad para manejar
actores y estos, además son muy, muy buenos. Entonces los actores más el estilo clásico elegido por August son los
que salvan la velada del tedio y del olvido.
En resumen, más que iluminar con un gran reflector la
última peripecia humana, le arrima una linterna, pero a quienes gusten de las
elegías quizá les alcance.
Gustavo Monteros
viernes, 11 de noviembre de 2016
jueves, 3 de noviembre de 2016
El bebé de Bridget Jones
Los críticos anglosajones hacen uso y abuso de una
expresión que parece divertirles mucho. Cuando una película les gusta mucho, le
adhieren con rapidez el mote de “instant classic”, clásico instantáneo o
clásico desde el primer momento. Más una exageración de entusiasmo de la
cultura pop que otra cosa. Los que tuvimos la suerte de ver en estreno los que
son hoy verdaderos clásicos, a saber, Taxi-driver,
Cabaret, Barrio Chino, Tiburón, Luna de papel y esas cosas, ni se nos
hubiera ocurrido ponerles instant classic, por no faltarles el respeto a los
que eran un poco mayores que nosotros y que habían visto en estreno las obras
maestras de Visconti, Bergman, Fellini, Kurosawa y demás gentuza. En aquellos tiempos
más moderados y quizá más serios suponíamos que el paso del tiempo era
imprescindible para depurar si tal o cual cosa acabaría por convertirse en un
clásico. Consideraciones al margen, está más allá de toda duda que El diario de Bridget Jones, dirigido por
Sharon Maguire, fue un perfecto ejemplo de eso del instant classic.
Se estrenó por estos pagos el 13 de septiembre de
2001, y fue un bálsamo para la recesión, la inflación, el corralito y demás
delicias que nos propinaba, casualmente, la misma dirigencia económica que
ahora nos endeuda, despide, emite a lo pavote y nos sube astronómicamente las
tarifas. Pero volvamos a Bridget. Se basaba en un libro de Helen Fielding que
había vendido casi tanto como los de Harry Potter, y a pesar de ser una comedia
romántica dirigida con prioridad a las mujeres fue amada por hombres y mujeres
por igual. El hombre heterosexual quizá se vio parcialmente reflejado en esta
gordita que se entregaba a los abusos de alcohol, comida, pereza y falta de
pulcritud, virtudes generalmente asociadas al varón de la especie. Bridget era
también una torpe social, un poco frívola y muy tarambana. Y aunque pretendiera
ocultarlo, una romántica incurable, no en vano se castigaba con All by myself, tema que derrocha
romanticismo… mucho romanticismo. Y como suele sucederle a tanta desahuciada en
la vida y en el cine, después de tanto esperar o probar el príncipe azul o la
media naranja, la oportunidad le llegaba por partida doble.
De un lado, Mark Darcy (Colin Firth), un Dirk Bogarde
cosecha años cincuenta, elegante, correcto, circunspecto, algo frío y con un
sentido del humor en el quinto subsuelo de tan soterrado. Del otro, Daniel
Cleaver (Hugh Grant) un Laurence Harvey, cosecha años sesenta, un seductor
inveterado, simpático, desenvuelto, irresponsable, superficial, híper-cool y
con un sentido del humor tan salvaje como incorrecto.
El cast era soñado, perfecto. Renée Zellweger se
animaba a engordar, a aparecer desgreñada, sucia. Su torpeza era muy natural y
sincera, con un timing irreprochable que desataba carcajadas. Aunque ya era una
figura instalada, este trabajo la catapultó a la categoría de súper-estrella.
En 2004, volvieron con Bridget Jones: Al borde de la razón, otra vez sobre libro de Helen
Fielding, esta vez con dirección de Beeban Kidron, y quedaron al borde del
aburrimiento y del olvido. Los protagonistas conservaban la magia, al igual que
los secundarios, pero el todo no terminaba de ensamblarse. En sus mejores
momentos era más de lo mismo, de lo que ya habíamos visto en El diario, en sus peores momentos daba
gana de que no la hubieran hecho, de que no la hubieran convertido en una
franquicia. Como sea, la simpatía imbatible de Renée Zellweger la salvaba de
naufragar, de desbarrancar, de estrellarse.
De dos cosas somos dueños absolutos y sobre las que
tenemos absoluta libertad: nuestro cuerpo y nuestro tiempo. Renée Zellweger
era, bah, es hermosa, pero su encanto radicaba en que era diferente a todas, en
que sus rasgos de tan personales eran únicos. A pesar de su juventud tenía una
carita que en la Catamarca de mi infancia llamábamos de “viejita pasa de uva”,
o sea surcada de arruguitas por tanto reírse o enfocar los ojos, porque siempre
andaba como enfocándolos, como si no viera bien, todo muy sexy, en definitiva
una mezcla rara de Marilyn Monroe con Mister Magoo. Una combinación
irresistible, que las Sandra Bullock, las Catherine Zeta-Jones, las Meg Ryan se
quedaran con sus caras perfectas de muñeca. Renée era otra cosa. Era. Lo que
nos encantaba, parecía que a ella no. Un buen día entró a un quirófano y se alisó
las arruguitas y se enderezó los ojos. Tenía y tiene toda la libertad del mundo
de hacer con su cara, con su cuerpo, lo que quiera, pero en las fotos
posteriores a la operación cuesta encontrar, recuperar a la que uno quiso. Ella
insistía que eran las fotos, el nuevo maquillaje, el peinado, que era la misma,
que no había cambiado. Bueno, decía uno, ella sabrá, ella se ve en el espejo
todos los días.
Cuando se anunció que regresaba al papel que la hizo
una marca registrada en el mundo, nos preguntábamos si en verdad ella tenía
razón, que seguía siendo la misma. De modo que al suspenso de descubrir si la
nueva película era buena o no, se sumaba la angustia de corroborar si seguía
teniendo el mismo rostro de antes, el que habíamos aprendido a amar, a
apreciar.
No diré si sigue siendo la misma, eso se los dejo a
ustedes para cuando la vean. En cuanto al resto, la producción procuró reforzar
la franquicia para que se pareciera más a la primera que a la segunda. Para ello
convocaron a la autora de los personajes, Helen Fielding, más Dan Mazer,
guionista de Ali G, Borat y Brüno junto a Sacha Baron Cohen, o sea un experto en la más acabada
incorrección política y la guionista ganadora del Óscar por el guión de Sensatez y sentimientos, Emma Thompson
(como Emma también actúa, es la obstetra que atiende a Bridget, uno se pregunta
¿habrá armado solo su personaje, escribiendo sus líneas, delineando las
situaciones en las que participa o habrá metido mano en el resto de la
película?, ¡qué misterio!). El resultado es sólido… por momentos, en otros es
solo eficiente… profesionalmente, es decir con más maña que arte, con más
oficio que inspiración. Eso sí, está más cerca de la uno, aunque ni ahí llega a
ser un instant classic, que de la dos.
Como siempre, Bridget debe estar tironeada entre dos
hombres, sabrá Dios por qué sale Hugh Grant, y entra Jack o sea Patrick
Dempsey, como un creador de una página de internet de encuentros muy exitosa,
tanto que lo ha hecho rico, es también muy inteligente y atractivo, claro. El hombre
tiene una fotogenia a prueba de lentes, parece que no hay ángulo que no lo
favorezca, encima ahora supera el karma de los galanes de rasgos muy parejos,
con mucho ying y poco yang, unas sentadoras y nuevas arrugas dan vuelta la
ecuación y ahora hay más yang que ying. En mi modesta opinión está a la altura
del personaje de Hugh Grant, al que sin embargo se extraña, porque no se es
Hugh Grant por nada. Sigue en carrera Colin Firth con su elegancia y química
intacta con su co-protagonista.
El tironeo ahora se centra sobre quién es el padre del
bebé en camino, ya que tuvo relaciones con ambos con pocos días de diferencia. Y
me callo, porque hasta aquí solo digo lo que se sabe por el afiche.
Bridget no es una chica moderna ni revolucionaria como
las que en el film luchan por sus derechos, que de algún modo fueron incluidas
para que no dejar obsoleto el mundo de Bridget. Su intención siempre fue
casarse, tener hijos, formar una familia. ¿Lo logrará? ¿Habrá una Bridget 4?
¿Una quinta? ¿Una sexta? ¿Será la nueva Guerra
de las galaxias? Con productores cada vez menos imaginativos, seguro que
sí, hasta la biznieta de Bridget no paramos.
Gustavo Monteros
Anthropoid
Cuando éramos jóvenes y más influenciables, allá por
el año 1976, año nefasto para la historia argentina si los hay o los hubo, a
decir verdad, en economía tan nefasto como el que estamos viviendo, vimos una
película de guerra, dirigida por el veterano y siempre eficiente Lewis Gilbert,
encabezada por Timothy Bottoms, Martin Shaw, Anthony Andrews y Joss Ackland,
entre otros, que nos causó mucha impresión y que después perdimos, porque no
fue repetida en los años venideros, más que nada, creo, porque su protagonista,
o sea Timothy Bottoms, no llegó a tener la carrera fulgurante para la que
parecía destinado, por razones que me exceden comenzó a perderse en los
repartos. El film trataba del atentado contra Reinhard Heydrich, uno de los
máximos jerarcas nazis, en 1941 en Praga, perpetrado por la resistencia checa,
ayudada por las fuerzas inglesas, y ordenado por el gobierno checo en su exilio
londinense. Seguía una estructura clásica, nos contaba cómo se originó, como se
planeó, como se ejecutó y cuáles fueron
sus consecuencias. Por esas casualidades de YouTube, volví a verlo el año
pasado, de modo que tengo fresca la anécdota y sus pormenores. Ah, se llamaba Operation Daybreak (1975) rebautizada
como Siete hombres al amanecer.
Es difícil seguir con renovado interés algo que se
conoce y se recuerda, sin embargo el director inglés, Sean Ellis logra desde el
primer momento atraparnos y mantenernos interesados hasta el fin. Esta vez la
historia prescinde de los orígenes de dicha operación, llamada ahora Anthropoid.
Arranca con sus dos protagonistas, Jan Kubis (Jamie Dornan) y Josef Gabcik
(Cillian Murphy) cayendo en paracaídas en las afueras de Praga. Cómo consiguen
refugio, ayuda y colaboración para llevar a cabo el plan ocupará el metraje.
Dos mujeres serán centrales en la historia, Marie Kovárniková (la ascendente
Charlotte Le Bon, vista en Un viaje de
diez metros, Lasse Hallström, 2014, En
la cuerda floja/The walk, Robert Zemeckis, 2015) y Lenka Fafková (Anna
Geislerova, magnífica actriz checa vista en la igualmente magnífica Fair Play, 2014 de Andrea Sedlácková).
El director Sean Ellis, también guionista, productor y
director de fotografía, hace un trabajo excelente. Sabe que Dios está en los
detalles y maneja los mismos para involucrarnos con pasión en lo que se narra.
Está construyendo una carrera de lo más atendible, suma otro logro después de
las más que interesantes, Cashback ,
2006 y Metro Manila, 2013.
Protagoniza Jamie Dornan, de insistente presencia en Netflix en
estos días, está en el estreno de la segunda temporada de la impactante
The fall, donde comparte cartel con
la sensual y talentosa Gillian Anderson, y también en Jadotville o Siege at Jadotville de Richie Smyth, sobre la resistencia de una
tropa irlandesa ante mercenarios belgas y franceses en el Congo a principio de
los sesenta (no la vi todavía, pero me la recomiendan con entusiasmo). El
hombre tiene rasgos casi cincelados y parece haber nacido para estar ante una
cámara. Hasta ahora parece más eficiente que inspirado, pero hay que darle
tiempo. Y coprotagoniza Cillian Murphy, que como todo hombre de rasgos muy regulares, casi
femeninos, el tiempo le sienta muy bien y lo vuelve incluso más expresivo de lo
demostrado hasta la fecha, que no es poco, para alguien que estuvo a las
órdenes de Christopher Nolan en sus Batman
donde era Jonathan Crane, de Neil Jordan en Desayuno
en Plutón, 2006, de Danny Boyle en 28
días después, 2002 y Sunshine,
2007, de John Maybury en The edge of
love/En el límite del amor, 2008 y de Ken Loach para su obra maestra El viento que acaricia el prado/The wind
that shakes the barley, 2006.
Por esas curiosidades de la producción
cinematográfica, de razones caprichosas e ininteligibles, el año que viene
llegará una nueva versión de la misma historia HHhH se llamará, la dirigirá Cédric Jimenez, con Jack Reynor como
Jozef Gabnik y Jack O’Connell como Jan Kubis, más Rosamund Pike, Mia
Wasikowska, Jason Clarke en otros papeles. Sabrá Dios si llega a ser tan
lograda como esta. Disfrutémosla, entonces. Ampliamente recomendada.
Gustavo Monteros
jueves, 27 de octubre de 2016
El hombre perfecto
No hay que robar zapatos / sin saber correr primero,
decía la canción de Carlos del Peral y Jorge Schussheim que cantaba Nacha
Guevara en los tiempos del Instituto Di Tella. Parafraseándola podría decirse:
No hay que robar manuscritos / sin saber escribir otra novela. O sin saber
lidiar con los chantajes y revelaciones que trae publicar con nombre propio una
novela escrita por otro.
En Un homme
idéal (2015) de Yann Gozlan, Mathieu Vasseur (Pierre Niney) es un joven
novelista sin suerte, su esforzado trabajo ha sido rechazado por una respetable
editorial. Se gana la vida como peón de una empresa de mudanzas. Un día la
empresa recibe el encargo de desarmar una casa en la que un viejo inquilino ha
muerto. Salvo algunos muebles, deben tirar todo lo que encuentren, ropa,
papeles, enseres, etc. Entre los papeles, Mathieu encuentra un diario de las
luchas de Argelia, que bien puede leerse como una novela. Copia este manuscrito
y lo envía con su nombre a otra editorial, distinta de la que lo rechazó, para
probar suerte. Sorpresa, hay verdadero interés de que firme con ellos un
contrato. No se necesita ser muy perspicaz para suponer que será saludado como
un grande de las letras francesas.
Esto del robo de manuscrito corre el peligro de
convertirse sino en un género al menos en tendencia. En el 2012, los directores
Brian Klugman y Lee Sternthal en The
words (apodada por estas tierras Palabras
robadas) contaron cómo un autor bloqueado, el bueno de Bradley Cooper,
hallaba por casualidad un manuscrito perdido con una historia de amor en
tiempos de la segunda guerra y decidía publicarlo con su nombre. En algún
momento se le presentaba el verdadero autor, el legendario Jeremy Irons, y la
cosa se ponía espesa.
Y si en Palabras
robadas todo derivaba para el lado de la parábola del autoconocimiento, la
retribución, la expiación o la capacidad de vivir en la mentira (Jeremy le
decía a Bradley la frase matadora de que
“todos tomamos decisiones, lo difícil es vivir con ellas”, por ejemplo), en El hombre perfecto la historia se
inclina por el viejo y querido thriller. Llegado este punto, se puede presumir de erudición y dejar caer al pasar, como quien no quiere la cosa, los nombres de Alfred Hitchcock y Patricia Highsmith (en realidad, obviedades a evitar cada vez que hay un poco de suspenso o un personaje miente).
Mathieu debe enfrentar unos cuantos demonios que le
aparecen. El director Yann Gozlan juega muy bien sus cartas, porque a pesar de
unas cuantas crueldades y bajezas que Mathieu comete, nuestra simpatía siempre
está con él. Deseamos que se salga con la suya. Simpatía y deseo que le debe no
poco a la caracterización de algunos personajes y a una pertinente
planificación.
El cine francés ha propuesto desde siempre
protagonistas masculinos que se apartan del típico atlético carilindo (Jean-Paul
Belmondo, Yves Montand, Daniel Auteuil, Vincent Lindon, Gérard Depardieu,
Vincent Cassel, Mathieu Amalric, Jean Rochefort, Philippe Noiret, Michel
Piccoli, Lino Ventura, Jean Reno, Fabrice Luchini, Jean-Pierre Bacri, Dominique
Pinon, Michel Blanc, entre muchos otros). Pierre Niney se inscribe en esa
tradición. Por bromear hasta podríamos decir que es un identikit hecho de
actores argentinos, tiene ojos parecidos a los de Sergio Surraco, mira como
Pablo Rago y es incluso más flaco que Juan Minujín. Bromas al margen, sabe
ganarse la atención y justifica el protagonismo concedido. Se lucen también Ana
Girardot, André Marcon, Valéria Cavalli, Thibault Vinçon y Marc Barbé como el
siniestro chantajista.
No será el mejor partido para una chica casadera ni la
opción más confiable para que nos cuide la casa en vacaciones, pero este
supuesto Hombre perfecto ofrece
durante 100 minutos una más que atendible compañía.
Gustavo Monteros
jueves, 20 de octubre de 2016
¿Qué invadimos ahora?
Michael Moore esta vez parte de una humorada: los
altos mandos militares le consultan sobre qué países invadir a continuación.
Comienza entonces una gira europea por distintos países a los cuales se les
puede “robar” una idea.
Primero va a Italia, de donde se quiere quedar con el concepto de vacaciones pagas, del aguinaldo, de las licencias por maternidad y de las dos horas para almorzar, prerrogativas que los yanquis no tienen.
En segundo término va a Francia y observa que el menú escolar no solo es balanceado sino rico, sano y nutritivo, celebra el buen uso de los impuestos y la importancia de la educación sexual.
En tercer lugar va a Finlandia, en donde se maravilla (yo, también) de los avances en educación, los alumnos no tienen tareas, asisten a jornadas acotadas y los años lectivos son lo más cortos posibles, ya que han descubierto que cuanto menos se va a la escuela más se aprende, hay verdadera integración social porque la educación (¡Dios los bendiga!) privada no existe (los ricos se preocupan y se comprometen para que la educación pública sea de excelencia) y se procura por sobre todo que los alumnos sean felices. En la felicidad se descubre la verdadera capacidad y potencial que cada alumno posee.
La cuarta escala es en Eslovenia donde la educación universitaria es gratuita (nada que nosotros debamos envidiar… por ahora… (El oficialismo actual propende al arancelamiento.)
El quinto lugar que visita es Alemania, en donde descubre la fortaleza de la clase media, que las jornadas semanales no exceden las 36 horas de trabajo, aunque se les paga por 40, que suscriben a que el trabajo no debe generar estrés y que si lo hace tienen masajes gratis, y que si es grave pueden internarse por un par de semanas en un spa con todo pago por el estado, que los trabajadores participan activamente en las juntas de administración de las fábricas y que exigen medidas que los beneficien continuamente, y que para no repetir los horrores de la Segunda Guerra hacen un culto a la memoria y que buscan la expiación y la reparación por las salvajadas cometidas.
El sexto turno le corresponde a Portugal donde atestigua que el narcotráfico no es un problema y que el consumo y la adicción se han reducido drásticamente porque se despenalizó el uso de drogas y la policía, créase o no, sostiene que la dignidad humana está por encima de todo.
La séptima escala es en Noruega, en donde se detiene en la rehabilitación de los presos (algo que ya sabemos por otras películas, incluso de ficción, las cárceles noruegas, y también las suecas, son más cómodas que donde yo ahora vivo, que están más cerca de la idea de hotel o de barrio con talleres y escuelas que otra cosa), claro, allí la idea es que el delincuente se integre a la sociedad después de cumplida la pena y que se convierta en un buen vecino. La bajísima tasa de reincidencia en el delito dice que no están para nada equivocados.
En octavo lugar se aleja momentáneamente de Europa y recala en Túnez. Allí ve que hay clínicas gratis para mujeres y que el aborto es legal. Comprueba, además, cómo se instauraron y se defienden los derechos de la mujer.
El noveno y último lugar que visita le corresponde a Islandia, donde observa la importancia de la visión femenina en las tomas de decisiones, y ve lo que parece un milagro: desatada la crisis económica suscitada por la especulación, no, subrayo no, no salvaron los bancos y enjuiciaron y condenaron no solo con inhabilitación y multas a los banqueros, sino que además ¡los metieron presos! (aquí el presidente no es solo un especulador comprobado, un contrabandista confeso sino que también un evasor insistente, tiene más cuentas off-shore que cuatro o cinco magnates juntos). El estómago de sus votantes debe ser de acero.
La conclusión lo halla en Alemania y no es novedad para los que lo acompaños en este viaje: como la Dorothy de El Mago de Oz, la solución estaba en sus narices, o en sus zapatos, en el caso de la metáfora elegida. Los yanquis se olvidaron de su Constitución y dejaron que el capitalismo los esclavizara, pero se dan aliento con algo que se probó verdadero, los grandes cambios se pueden hacer de un día para otro, solo basta la convicción política.
Moore, ya es verdad de Perogrullo, simplifica demasiado grandes temas o conflictos para convertirlos en tesis o antítesis de lo quiere probar. Se acepta la salvedad, pero también entretiene, provoca e invita a adentrarse en los temas que enuncia. Aquí hay menos mordacidad que de costumbre porque va al rescate de buenas ideas, más que a la erradicación de males. Para nosotros en interesante ver cómo dialoga con nuestro presente: se ve la primera huelga de mujeres en Islandia, se ve cómo se pretendió acabar con la educación universitaria gratuita en Eslovenia con la propuesta de que los alumnos extranjeros paguen, se ve que la discusión sobre la seguridad en Noruega está tan avanzada que los medios amarillos no pudieron torcer el discurso ni con el caso de un francotirador que mató a 54 chicos que hacían campamento en una isla. La derecha es igual en todas partes, es estrecha, cerrada, prejuiciosa, negacionista, retrógrada e impulsora de odios y violencia. No tiene límites para conservar la jerarquía preestablecida. Da pena (y vergüenza) que halle eco en quienes se perjudican cuando triunfa.
Gustavo Monteros
jueves, 13 de octubre de 2016
Las inocentes
Polonia, diciembre de 1945. La guerra acaba de
terminar. Todos, sin excepción, están heridos, física o espiritualmente. Una joven
médica francesa (Lou de Laâge) que en misión de la Cruz Roja atiende solo a franceses
se topará con una situación inédita que le exigirá la mayor cautela, un
estricto sigilo, la máxima discreción y un absoluto secreto. En un convento
monjas polacas, que han sido violadas por las tropas soviéticas, están, ahora,
embarazadas. Las inocentes del título. La historia se basa en hechos reales,
contados, a su debido momento, por la médica.
Anne Fontaine (Coco
antes de Chanel , 2009, Adoration
/Madres perfectas, 2013, Gemma Bovery/La ilusión de estar contigo) hace dos películas en una, la primera
mucho mejor que la segunda. Durante los primeros 50 minutos deja que la historia
se imponga con su sequedad, con su contundencia sin agregados ni subrayados. No
hay música incidental, la que se oye es la lógica, si van a un club a bailar es
la del grupo del lugar la que se oye, o si estamos en la capilla escuchamos
solo el canto de las monjitas. No hay regodeos en la reconstrucción de época ni
encuadres preciosistas. La emoción surge con naturalidad. Sin embargo, algo
pasó en la sala de edición. Decidieron entonces recurrir a los trucos
habituales de la manipulación al público. Comienza la lacrimógena música
incidental, se imponen los subrayados, se multiplican las obviedades. Una pena
porque la historia tiene una fuerza que no necesitaba adornos. Además el guión
se preocupa por dar la mayor cantidad de puntos de vista posibles, ofrecer
aristas relevantes y reveladores de los personajes, contrastar por ejemplo el
comunismo práctico y ateo de la médica con los fundamentalismos religiosos que
padecen algunas de las monjas, no todas, porque las hay también pragmáticas,
curiosas o flexibles ante la terrible experiencia que les tocó en suerte. Es muy
interesante comprobar cómo el guión ilustra personajes y conductas sin caer en
didactismos ni demagogias.
La improbable amistad entre la médica Mathilde (Lou
de Laâge) y la monja Mary
(Agata Buzek) encuentra en las actrices mencionadas una dinámica tan reveladora
como conmovedora. La gran Agata Kulesza (la tía de Ida, Pawel Pawlikowski, 2013) perfila la madre superiora con todos
los matices a su alcance, que no son muchos sino casi infinitos. El médico que
hace Vincent Macaigne sabe hacerse odiar y caer simpático, a la vez o
sucesivamente, un logro nada menor.
En resumen, una historia profunda que a pesar de las concesiones
innecesarias al cine habitual de masas se vuelve inolvidable. Muy recomendable.
Gustavo Monteros
jueves, 6 de octubre de 2016
Un traidor entre nosotros
En un principio su novelística se concentró en los
soterrados enfrentamientos de la Guerra Fría con sus bandos bien diferenciados,
de un lado La Rubia Albión con su socio obligado, el Tío Sam, y del otro La
Madre Rusia. Agotada que fue la vertiente, más la caída del Muro de Berlín que volvió
obsoleto su mundo anterior, John Le Carré amplió sus horizontes y resaltó las
diferentes formas internacionales de la plutocracia que se sobreimponen a las
democracias y nos señaló que las compañías farmacéuticas, por ejemplo, nada
tiene que envidiarle a las mafias o los carteles narcos, hasta pueden ser
incluso más dañinas. Su esquema novelístico comenzó a usar inocentes que quedan
en el centro de la puja entre intereses poderosos, generalmente los de la
Inteligencia Británica y los antagonistas de turno, mafias varias, lavadores de
dinero, empresas armamentísticas, etc.
Esta vez, los inocentes son una pareja, Perry (Ewan
McGregor) y Gail (Naomie Harris) en vías de recomposición de una relación que se
sabe dañada y que buscan reencausarla en una paradisíaca Marruecos. La
casualidad hace que se topen con un mafioso ruso, Dima (Stellan Skarsgard) que
necesita hagan llegar a la Inteligencia Británica un pendrive con información
confidencial, que bien podría valerle a él y su familia asilo en Gran Bretaña,
algo que deberá negociar Hector (Damian Lewis), que así podría hacerle pagar a su exjefe, Aubrey
(Jeremy Northam) una afrenta muy personal.
A contramano de anteriores logros de Le Carré, la
trama no es perfecta. Las motivaciones de algunos personajes tienden a la
endeblez extrema, hay giros argumentales que exigen más de un salto de fe y ciertas
resoluciones son harto discutibles. En el guión, al menos, el conflicto entre
Hector y Aubrey está más vociferado que desarrollado, nunca se entiende
demasiado por qué Perry y Gail están tan dispuestos a arriesgarse por Dima y su
familia, se vislumbran razones que jamás se explicitan, y demanda una gran
suspensión de la incredulidad que gente tan paranoica soslaye que adolescentes
y teléfonos celulares van en tándem y ni se les ocurra secuestrárselos o
pedirles que no los usen.
El elenco es parejo y efectivo, aunque sobresale el
gran Stellan Skarsgard como el patriarca ruso, su labor se agiganta en
comparación con lo conseguido en la imperdible serie River que puede verse en Netflix. El contraste entre estos dos
personajes tan dispares revela la inmensidad de su talento.
Dirigió con esmero Susanna White de gran experiencia
en la televisión, lo que tomando en cuenta la excelencia que alcanzó en los
últimos tiempos la ficción televisiva no es poco aval. La trama pasea sus
personajes por Marruecos, Londres, París, Berna entre otras atractivas
locaciones, algo que siempre suma.
En resumen, si se está dispuesto a ser crédulo y
dejarse llevar sin exigir rigores argumentales, entretiene. No es poco, ostenta
debilidades, pero no insulta la inteligencia.
Gustavo Monteros
La lección
La lección (Urok, 2014, en el original) de los búlgaros Kristina
Grozeva y Peter Valchanov exhibe muchas de la virtudes del cine de autor aunque
también muchas de sus falencias.
Como su título lo preanuncia una moraleja está
implícita. En las narraciones, las lecciones aprendidas implican siempre una
moraleja. Esta puede surgir naturalmente de lo que se cuenta o estar
sobreimpresa de antemano a lo que va a narrarse. La lección habita el segundo caso. La historia es prácticamente una
tesis a corroborar.
Todo arranca con una docente de inglés, Nadezhda (Margita
Gosheva) que debe resolver un robo de dinero en su clase. Como buena docente,
se cree imbuida de una moralidad indiscutible y al no denunciarse el autor,
organiza una vaquita para restaurarle lo perdido a la víctima. La trama se
empeñará en demostrarle que está mal sentirse superior ante quien tiene la
necesidad de robar. Para empezar, al llegar a su casa, sabrá que su marido no
estuvo pagando la deuda con el banco y van a proceder a rematarle la casa.
Como en muchas películas de autor se prescinde de la banda
sonora y la cámara más que seguir acosa a la protagonista. Muchas escenas están
trabajadas hasta los últimos detalles, herramientas que nos hace involucrarnos
con los que se cuenta. Entre las falencias se hallan las resoluciones
caprichosas que exigen una infinita suspensión de la incredulidad, la
psicología de algunos personajes que de tan estrambótica requeriría la
escritura de nuevos tratados sobre el comportamiento, y el poner en puntos
suspensivos los aspectos más inverosímiles, dejando en escena solo sus
consecuencias, algo que en el cine comercial se considera vagancia, pero que en
el de autor se lo denomina peculiaridad, y el callar razones que solucionarían
el conflicto de inmediato, como por ejemplo por qué no decirle a la cajera que
exige los tres centavos que faltan el motivo por el que debe hacer la
transferencia nimia. Además de abusar del poder de demiurgo que tiene todo
creador y someter a sus personajes a atroces arbitrios.
Margita Gosheva es una actriz soberbia y hace
congruentes algunas dudosas resoluciones del guión sobre su personaje.
En resumen, sin ser una maravilla, se deja ver, se sigue con interés y promueve más de una bienvenida discusión.
Gustavo Monteros
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