jueves, 25 de febrero de 2016

Brooklyn



Brooklyn es la última de las películas con nominaciones importantes para el Óscar que se estrena. Compite por Mejor Película, por Mejor Actriz Protagónica y Mejor Guión Adaptado o para hablar con más propiedad por Mejor Guión Basado en Material Ajeno. Cumplida la información de rigor, digamos que Brooklyn es una “chick-flick” como se dice en los English-speaking-countries, o sea una película dirigida primordialmente al público femenino. Primordialmente aunque no exclusivamente, ya que los caballeros, si son gustosos, pueden identificarse con la suerte de la protagonista y hasta, si se descuidan, derramar alguna lágrima. Estamos en los años 50, Eilis (Saoirse Ronan) sin futuro alguno para sus inquietudes se ve obligada a dejar su Irlanda natal y con la ayuda de un párroco, el padre Flood, desembarcar en L’América (la del Norte, claro, la que cuando se llega, se ve la Estatua de la Libertad, o sea Nueva York) más precisamente en Brooklyn, y con  mayor precisión aún en la pensión de la Sra. Keogh (Julie Walters, injustamente ignorada para el Óscar como Mejor Actriz de Reparto por este estupendo trabajo). Se adaptará como pueda, extrañará horrores a la madre y hermana que dejó atrás en las tierras de San Patricio, conseguirá trabajo de vendedora en una gran tienda y también (vaya, vaya, vaya) un novio, Tony (Emory Cohen). Y entonces…


Entonces la historia se vuelve apasionante porque no se trata solo de si la protagonista se queda o no con el hombre correcto, sino que las opciones abarcan más y nos incluyen a todos, porque de un lado están los inexorables mandatos sociales reforzados por las logias y lógicas familiares, y del otro, la voluntad de ser uno, que se parece mucho a ser libre y hallar la cacareada plenitud. No puedo decir más sin caer en el pecado del spoiler, pero, insisto, esta disyuntiva en algún momento nos alcanzó o nos alcanza a todos.


Y el mérito para que la historia nos incluya le corresponde primero al autor de la novela en la que se basa la película, Colm Tóibín, y después al sencillamente maravilloso guión del también novelista Nick Hornby, famoso  por dos novelas suyas llevadas al cine con éxito de taquilla y logros, Alta Fidelidad (Stephen Frears, 2000, con John Cusack, Jack Black, Catherine Zeta-Jones, Joan Cusack, Tim Robbins y Lili Taylor, entre otros) y el ahora clásico de la comedia dramática, About a boy o Un gran chico (Chris y Paul Weitz, 2002, con Hugh Grant, en uno de sus mejores trabajos, el por entonces niño Nicholas Hoult, la extraordinaria Toni Collette y el lujo de cualquier elenco, Rachel Weisz, entre otros). Ahora, para este Brooklyn, el guión de Nick Hornby es como una clase de escritura de guiones cinematográficos, no le sobra ni le falta nada, las situaciones son elocuentes, y los conflictos vertidos con una exactitud prusiana. Algo que facilitó mucho la dirección de John Crowley, eso sí, no tanto como para que la Academia lo ignorase y volviera a caer en la ignominia de nominar una película que aparentemente fue dirigida por nadie.


Saoirse Ronan a sus jóvencísimos 21 años, suma otra perla actoral para su corona y gane o no el dorado premio, seguirá siendo una grande.


En resumen, una visita a Brooklyn es muy provechosa.

Gustavo Monteros

jueves, 18 de febrero de 2016

La chica danesa



La chica danesa es la historia de una de las pioneras en someterse a una operación de cambio de sexo, Lili Elbe (Eddie Redmayne), que antes fuera Einar Wegener, un pintor dinamarqués casado con Gerda (Alicia Vikander). Transcurre en los años veinte del pasado siglo en Copenhague, París, Bruselas y Berlín. La época y los lugares no son un detalle menor, porque el director Tom Hooper (El discurso del rey, 2010, Los miserables, 2012) los prioriza de tal modo que a veces más que enmarcar la historia son el epicentro.


En el principio Einar y Gerda son un feliz matrimonio de pintores, la única nube es la diferencia de repercusiones que obtienen sus trabajos. Él pinta admirados y exitosos paisajes tristes y ella, elocuentes retratos que no llaman la atención. Un día ante el retraso de su modelo, la bailarina Ulla (Amber Heard), Gerda le pedirá a Einar que se ponga unas medias de seda y unas zapatillas doradas. Y así, casi sin querer, habrá nacido Lili, que coqueteará primero con Henrik (Ben Whishaw) y que después, en París, a instancias de Gerda, se reencontrará con Hans Axgil (Matthias Schoenaerts) que le diera el primer beso, entre juegos, en la cocina de la infancia.


Técnicamente estamos ante una biopic (película biográfica) como el 99, 99 % de las películas que veremos este año. Sabrá Dios por qué, pero a casi todos los directores, el cartelito de “Es una historia real” que tanto aman los productores, les desata una parálisis intimidante que los lleva a ser engolados, solemnes, pomposos, encorsetados. Y en este caso, a Tom Hooper, aparte de la reverencia hacia sus protagonistas, a los que trata con simpatía, adhesión, aunque con mucha superficialidad, se le da por engolosinarse con el art nouveau y los paisajes y le otorga protagonismo a Eve Stewart (Diseño de Producción), a Paco Delgado (Diseño de Vestuario) y a Danny Cohen (Director de Fotografía). O sea que en vez de poner sangre o pasión, cede ante una súbita vocación de ilustrador, de vidrierista.


Eddie Redmayne, por su delgadez, su lindura, bah, para qué vamos a andar con vueltas, su androginia, es el actor ideal para este personaje. Y como el año pasado en que se retorció para ser Stephen Hawking en La teoría del todo, se entrega al juego de ser mujer sin pudores ni melindres. Lástima que el guión y la película lo dejen en el reflejo del espejo, sin adentrarse en las profundidades del ser frente al espejo. Alicia Vikander da una Gerda solidaria, que se entusiasma cuando cree que se trata de un juego erótico y se muestra reacia después, mientras comienza a perder a su marido, aunque el amor la guíe siempre y le evite equivocarse demasiado.


En resumen, una película más que políticamente correcta, irreprochable, que promueve la comprensión y la tolerancia, que será vista primero por los conversos y que ojalá en algún momento les llegue a los retrógradas de siempre que necesitan un poco de apertura mental, a ellos les resultará edificantemente educativa, incluso, los demás extrañarán que no se hayan ahondado las contradicciones, los dobleces, los anhelos, las lujuriosas escapadas, que se perfilan, pero no se muestran del todo, como si no se quisiera ofender a Gerta. Y ya se sabe, el pudor es de buen gusto, pero no hace arte del bueno.

Gustavo Monteros

La verdad oculta



Durante los primeros diez minutos de La verdad oculta (Concussion, para los íntimos) uno tiene la sensación de estar ante un relato de las Vidas de Santos, y como no lo conocemos de antemano, el personaje de Will Smith, el doctor Bennet Omalu, nos parece recién subido a los altares y listo para la veneración y las solicitudes. Tan fuerte era la sensación que comencé a suponer cuál sería su especialidad para saber qué gracia o milagro pedirle. Por el magro resumen del argumento que había leído supuse que podía pedirle que una vez en el Paraíso, no se vieran en la obligación de hacerle una autopsia a mi cuerpo o que las enfermedades cerebrales me evadan con la rigurosidad con que algunos gobiernos avasallan los derechos adquiridos. Para no confundir, comencemos por el principio.


El Dr. Bennet Omalu es un patólogo forense (tiene unos cuantos títulos más, pero resumamos para no apabullar) nacido y criado en Nigeria y nacionalizado estadounidense. Tan nacionalizado está que no tiene nada que envidiarles a los agitadores de banderas y oidores de himnos patrióticos, nacidos y criados en los Estados que se dicen Unidos. Será un inmigrante, pero de tan adherente al país que lo cobija, ya es un fanático como el que más. Un día no va y le toca hacerle la autopsia a un ex jugador de futbol americano, querido y respetado, por los hinchas propios y hasta por los contrarios, Mike Webster (un deteriorado, por exigencias del papel, quiero creer, David Morse). El Dr. Omalu sospecha algo y manda a hacer más análisis, que paga de su bolsillo, con la anuencia de su jefe, el Dr. Cyril Wecht (Albert Brooks, en tren de nadie tiene más sentido común que yo). Dichos análisis y otros que les hacen después a otros casos de ex jugadores que pasan también por su camilla forense, lo llevan a descubrir el CTE (chronic traumatic encephalopathy o sea el traumatismo craneoencefálico crónico) que afecta a los jugadores de fútbol americano de tanto topetarse con las cabezas, falsamente protegidas por los cascos. Por supuesto eso desatará las furias de la NFL (National Football League o sea la Liga Nacional de Fútbol Americano) que hará lo posible y hasta lo imposible por desacreditarlo. Es la parte David versus Goliat de la película. También habrá un interludio romántico a cargo de la bella Gugu Mbatha-Raw, que intensificará la santidad de Omalu/Smith. Y otro interludio, no romántico, claro, sino dialéctico con un médico arrepentido a cargo del siempre eficiente Alec Baldwin.


La película de tan previsible y obvia, se vuelve verificable paso a paso. Su mérito mayor es el propio Will Smith. El hombre es una auténtica estrella cinematográfica. Es arrollador, magnético y la cámara siempre lo potencia. Aquí entrega una actuación destacable, al margen del acento y la prosodia nigeriana con que machaca cada línea, y en estos Óscars “blanquitos” se merecía una nominación (al igual que Idris Elba por Beasts of no nation).


En resumen, solo para fanáticos de Will Smith en delirio de abstinencia. Ah, me olvidaba: se basa en hechos y personajes reales ¡también! Dirigió Peter Landesman.

Gustavo Monteros

miércoles, 17 de febrero de 2016

Mi gran noche



Mi gran noche es el último Alex de la Iglesia (El día de la bestia, Perdita Durango, Muertos de risa, La comunidad, 800 balas, Crimen ferpecto, Balada triste de trompeta, La chispa de la vida, Las brujas  y la anómala en su producción, Los crímenes de Oxford) y como el hombre ya es una marca, hablamos de un film coral, de humor salvaje, negro, caótico, excesivo y esperpéntico. La presencia de sus fetiches (ya que de historias corales se trata, un auténtico elenco estable) ratifica su marca: Santiago Segura, Jaime Ordóñez, Hugo Silva, Carlos Areces, Enrique Villén, Carolina Bang, Mario Casas, Pepón Nieto y Terele Pávez y en camino de convertirse en fetiches, ya que estarán en la próxima (El bar, que también frecuentará nuestro Alejandro Awada): Blanca Suárez y Carmen Machi. And last but not least, en realidad la raison d'être del proyecto: el eterno Raphael, que hace de Alphonso, también con ph, un hombre de dos caras bien diferenciadas: un demonio en la vida privada y un monstruo sagrado para el público y que casualmente como il vero Raffaello tiene como hitazos Mi gran noche y Escándalo.


Todo transcurre durante la grabación de un especial de fin de año para la televisión. Ya llevan varios días en esto y en esta noche en particular están cercados por una multitud furiosa de técnicos televisivos despedidos (cualquier semejanza con la realidad argentina no es pura coincidencia). Como de una gala se trata, los extras llevan trajes y vestidos de noche, pero en las mesas, el pollo y las tortas son de plásticos y el champán de las copas es trucado. En el escenario, las sonrisas ocultan conflictos irresolubles y el detrás de escena no es menos caótico. Y como en la vieja botica, habrá de todo.


Lo peor que se puede decir de Alex de la Iglesia (todo un elogio encubierto, en realidad) es que ha llegado a una profesionalidad inmanente, que lo pone a salvo de genialidades, pero que le evita también disparidades en los logros. En esta ocasión, hay menos sangre y negritud que de costumbre, salvo el gag inicial del pelado, aunque el disparate que nos enseñó a apreciar está siempre presente. En lo personal, me fascinó cuando Raphael le cuenta a su “hijo” Yuri (Carlos Areces) la verdad sobre su “adopción”, la “versión” que hace Oscar (Jaime Ordóñez) de Mi gran noche (perdón por el spoiler, pero a la canción del título la canta este actor y no el mítico Raphael) y no por menos cantado, el gag del helicóptero o el de la pestaña en el ojo.


Si son del palo del Alex, no se la perderán. Los que no lo son, tomen en consideración que no está nominada para ningún Óscar, es una comedia, y gracias a todos los santos del cielo, no se basa en hechos o personajes reales, es decir, un bienvenido recreo del resto de la oferta en cartel.

Gustavo Monteros

jueves, 11 de febrero de 2016

En primera plana



En primera plana o Spotlight se inscribe en la escuela de las películas de denuncia y egresa, no con notas para el cuadro de honor, pero sí con un buen promedio. Cuenta la minuciosa  investigación periodística llevada a cabo por un grupo de periodistas de la sección Spotlight, que depende del Boston Globe, y que terminó el 6 de enero de 2002 con la impunidad de los acosos sexuales contra niños cometidos sistemáticamente por miembros de la iglesia católica y que fueron silenciados por las autoridades eclesiásticas. El film sigue cronológicamente la investigación.


En el principio vemos en una comisaría a un cura detenido (bah, más bien “retenido”) a punto de salir libre ya que en un cuarto contiguo otro cura y un abogado convencen a la familia de la víctima de retirar la denuncia. Algo en apariencia tan habitual que no sorprende a los policías, pero que llama ligeramente la atención al periodista presente en el lugar. Tirará del hilo y con sus compañeros darán con un ovillo gigante. Será crucial para el desvelamiento de la verdad la llegada de un nuevo editor en jefe, Marty Baron (Liev Schreiber) quien les pedirá a sus periodistas que no se queden en lo anecdótico sino que vayan tras lo estructural, que revelen el ocultamiento sistemático que hizo la iglesia. Lo lograrán, no sin esfuerzo.


El buen guión de Josh Singer (El quinto poder, The West Wing) y del director Tom McCarthy (The station agent, Visita inesperada, Ganar ganar, En tus zapatos) trabaja mayormente por implicancia, tangencialmente, con el conocimiento tácito que tenemos de los horrores  del abuso sexual a niños, no se permite flashbacks morbosos con curas en acción, lo que se agradece. Bordea también siempre el camino de cornisa del discurso, de la declaración de principios, de la furia tan justificada pero altisonante, sin caer en el precipicio. Lo que también se agradece. Pero no alcanza para llegar al status de obra mayor indiscutible, porque se pone insegura o no confía del todo en el espectador y subraya innecesariamente aspectos que tendrían que estar mejor integrados y no tan declamados, como la subtrama de la casa de retiro para sacerdotes abusadores en el vecindario de uno de los periodistas, Matt Carroll (Brian d’Arcy James) o que en la última visita del periodista, Mike Rezendes (Mark Ruffalo) al abogado Mitchell Garabedian (Stanley Tucci) haya justo niños abusados en la consulta; o la misma furia de Rezendes/Ruffalo a Walter “Robby” Robinson (Michael Keaton) por la demora en la publicación. No llegan a tirar abajo los buenos logros, pero empañan una superficie que debió brillar sin opacidades. Otro punto en contra es la banda sonora del veterano Howard Shore (Ed Wood, la saga de El señor de los Anillos, la saga de The hobbit, varios filmes de Scorsese, más de un Cronenberg,  entre muchas otras). Si bien no hizo la típica composición efectista, que parece más bien alternancia de ruidos y violines, ensayó algo cercano al jazz, pero que conspira con lo que pasa en pantalla, tan torpe es que el silencio no solo habría sido preferible sino incluso más eficiente.  


Entre los puntos más altos, el elenco, a los nombrados hay que agregar a Rachel McAdams, John Slattery, entre los periodistas, a James Sheridan, Billy Crudup, entre los abogados y a Neal Huff, Michael Cyril Creighton, Jimmy LeBlanc, entre las víctimas. Si bien Mark Ruffalo y Rachel McAdams lograron nominaciones para el Óscar como Mejor Actor y Actriz de reparto respectivamente, esta película es de “ensamble”, necesitaba de un elenco parejo, comprometido y talentoso y lo consiguió. Un trabajo grupal compacto como pocos. Ahora que hay premios para elencos, acaban de ganar con orgullo y con justicia, el del Sindicato de Actores Cinematográficos (Screen Actors Guild Awards).


En resumen, más allá de los “peros” que le encontré, más cabronadas de andropáusico que otra cosa, merece con creces entrar en la sección de películas "tres eses"; ya que es seria, sólida y sincera.

Gustavo Monteros