le robo al querido Isidoro Blaisten el título y les cuento que me tomo unas semanas sabáticas. Prometo volver de espléndido humor. Gracias y ¡nos vemos pronto!
Gustavo Monteros
jueves, 19 de octubre de 2017
jueves, 12 de octubre de 2017
Estrenos del 12 de octubre
Otra semana en que no
puedo ir al cine, pero que no sea impedimento para que informemos.
En La Plata hay varios estrenos. Entre ellos
dos chick-movies, o sea películas orientadas primariamente para las mujeres.
Arranquemos con la
francesa. El nombre original de este film de Blandine Lenoir ya era indicativo
de sus pretensiones simbólicas o alegóricas, Aurore, o sea Aurora, que entre nosotros aparte de canción patria,
es como en la Francia de donde proviene, sinónimo de alba, amanecer, inicio.
Los distribuidores decidieron que no era lo suficientemente obvio y lo
rebautizaron 50 primaveras. Hasta no
hace mucho, 50 años era el ocaso, el otoño, la declinación, la antesala del
final y, hoy, gracias a los cielos es otra aurora, un recomenzar, el disfrute de
una bienvenida madurez (¡cómo se nota que estoy en esa franja etaria!). Debido
a eso (no a mi edad, sino a que la vida abre otra posibilidad) hay en el cine
contemporáneo una variante geriátrica que acumula títulos. La protagonista esta
vez es la simpatiquísima Agnès Jaoui. A su Aurore, según el tráiler y el
resumen de prensa, le pasan unas cuántas cosas algunas no muy agradables, como
quedarse sin trabajo o tener que asumir un abuelazgo casi sin anestesia.
Aunque, como según el dicho, la vida aprieta pero no ahorca, la buena de Aurore
se reencuentra con el gran amor de su adolescencia. Y ya se sabe, los amores
juveniles puede que sean imperfectos, pero son iniciáticos y no se olvidan. El
afiche prefigura bienvenidos finales felices, sabrá Dios si es así.
Al
director hawaiano Destin Daniel Cretton le tocó en suerte dirigir El castillo de cristal, drama de
reconciliación. Brie Larson (ganadora del Óscar por La habitación) debe apaciguar la furia que le provoca haber sido
criada en un hogar disfuncional, comandado por una madre que es una artista
excéntrica (the divine Naomi Watts) y un padre alcohólico (el siempre talentoso
Woody Harrelson) que durante toda su infancia se comportaron como nómadas
disconformes. Hoy estoy con los dichos tradicionales y digo, la suerte de la
fea la bonita la desea, a lo que voy es que tendemos a desear lo que no tenemos
o tuvimos. Mi infancia fue convencional, con padres integrados a las normas
sociales. La agradezco y les agradezco, pero me hubiera encantado que mis
padres fueran disparatados o al menos un poco estrambóticos. No es el caso de
las hijas adolescentes de las series Homeland
(primera y segunda temporada) y The
Americans (historia impecable que concluirá el próximo año), tendencia a la
que se suma ahora este personaje de Brie Larson, que resienten que sus padres
no fueran burgueses regulares. La familia es la familia y en algún momento hay
que aceptarla como es. Según el tráiler hay muchas lágrimas, habrá que ver si
se las contagian a los espectadores.
Seguimos con dos
estrenos dirigidos primordialmente a los varoncitos. El sueco Tomas Alfredson
(que se hizo famoso con una hermosa historia de vampiros adolescentes, Criatura de la noche, 2008, que tendría
una remake norteamericana, dirigida por Matt Reeves, con Chloë Grace Moretz en
2010, Déjame entrar, volviendo al
sueco, entregó en 2011 una versión impecable de la novela de Le Carré, El topo, con ejemplar elenco) dirige
ahora este thriller de horror con Michael Fassbender, entre otros notables,
sobre un detective que investiga la desaparición de una mujer cuya bufanda rosa
es hallada en un siniestro muñeco de nieve. Y de ahí el título El muñeco de nieve.
El inglés Matthew
Vaughn, después de Kingsman: El servicio
secreto, 2015, vuelve con otra versión cinematográfica de la saga de
novelas gráficas sobre esta organización de espías: Kingsman: El círculo dorado.
El joven Taron Egerton regresa también al protagónico, está otra vez
Colin Firth, y hacen su aparición Julianne Moore, Mark Strong, Halle Berry,
Elton John, Jeff Bridges y Channing
Tatum. Si es la mitad de delirante que la primera, será más que atendible.
Quienes gusten de la acción imaginativa, no deben perdérsela.
Hay una de dibujitos,
Condorito: la película. Chilena como
la historieta de origen. Dirigieron Alex Orrelle y Eduardo Schuldt. Sin duda
será vista, aparte de los chicos, por los que frecuentaron las revistas.
La
remake de la semana es Línea mortal: al
límite y la dirige el dinamarqués Niels Arden Oplev. Dice la gacetilla: “Cinco
estudiantes de medicina, con la esperanza de desentrañar el misterio de lo que aguarda
más allá de los confines de la vida, emprenden un atrevido y peligroso
experimento. A base de detener su corazón durante un breve lapso de tiempo,
cada uno de ellos sufre una experiencia cercana a la muerte clínica. A medida
que la investigación se vuelve cada vez más peligrosa, se verán obligados a
afrontar los pecados de su pasado, además de vérselas con las consecuencias
paranormales de sus incursiones en el más allá...” Con Ellen Page, Diego Luna, Nina
Dobrev, James Norton en papeles que en 1990, dirigidos por Joel Schumacher,
hicieron Julia Roberts, Kevin Bacon, William Baldwin y Oliver Platt. Kiefer
Sutherland, que estuvo en aquella, está también en esta.
Y un estreno de cine
arte, Un minuto de gloria (Slava, 2017) dirigida por la dupla
Kristina Grozeva y Petar Valchanov de quienes al año pasado conociéramos la
interesantísima La lección (Urok, 2014). El resumen del argumento de
la trama que da la gacetilla de prensa es confuso y mal narrado, pero que
tráiler lo expresa mejor. He aquí el resumen: “Cuando Tsanko Petrov, un
trabajador del ferrocarril, se encuentra un millón de levs en las vías del
tren, decide devolver la totalidad del importe a la policía. El Estado le
recompensa por ello con un nuevo reloj de pulsera... que pronto deja de funcionar.
Mientras tanto, Julia Staikova, jefa de relaciones públicas en el Ministerio de
Transporte, pierde su viejo reloj. Así comienza la lucha desesperada de Petrov
para que le devuelvan no sólo su viejo reloj, sino también su dignidad.”
Y he aquí el tráiler.
Y como si esta
profusión de estrenos fuera poca, se realiza también esta semana el Festifreak,
espíen la programación, sin duda encontrarán algo que les interese.
¡Feliz fin de semana
largo!
Gustavo Monteros
viernes, 6 de octubre de 2017
Un bellos sol interior - Blade Runner 2049
Esta semana no podré
ir al cine, pero que esto no sea óbice para que informe sobre dos estrenos con
aristas importantes.
Claire Denis (Beau
travail, 1999), 35 rhums (2008), White material (2009), Les salauds (2013) entre otras) no es
santa de mi devoción. Lejos de ello, pero esta película, Un bello sol interior (Un
beau soleil intérieur, 2017) tiene dos elementos que hasta para mí la hacen
atractiva. Juliette Binoche, siempre prodigiosa y en que se basa en el
insoslayable texto de Roland Barthes, “Fragmentos de un discurso amoroso”.
Sabrá Dios cómo le salió, sin embargo en los papeles intriga. Si la ven,
cuenten.
El otro estreno atractivo es la secuela de Blade Runner o sea Blade Runner 2049. Ridley Scott se la confió al canadiense Dennis
Villenueve (Incendies, 2010, La sospecha / Prisoners, 2013, El hombre duplicado / Enemy, 2013, Sicario, 2015, La llegada / Arrival, 2016). La protagonizan Ryan Gosling, Ana de Armas, Jared Leto, Robin Wright, Lennie
James y con la participación especial de Harrison Ford. Parece que gusta a los
fanáticos del film anterior. Lo único que genera dudas, al menos en mi caso, es
su duración, 163 minutos… Tarde o temprano la veré. Si la ven antes, cuenten.
Hasta la próxima semana
Gustavo Monteros
jueves, 28 de septiembre de 2017
La estafa de los Logan
Los directores de cine son también seres humanos. Sí,
ya sé, estoy diciendo una pavada, que no lo es tanto cuando conciben una
genialidad y uno sospecha que sean semi-dioses. El Bergman de El séptimo sello, el Fellini de La dolce vita, el Welles de El ciudadano, el Truffaut de Los 400 golpes, el Favio de El romance del Aniceto y la Francisca o
el Scorsese de Buenos muchachos, por
mencionar solo algunos indiscutibles, fueron más que humanos cuando crearon
esos hitos de la historia del cine. Steven Soderbergh no es todavía un
indiscutible, pero va camino de serlo. El hombre derrocha talento aunque no
haya producido su obra maestra. Quizá haya sido eso lo que lo llevó en 2013 a
decir: me retiro, no hago más cine, no juego más. Algo dudoso porque no se iba
a pintar acuarelas junto a un río serpenteante, a escribir novelas cínicas en
algún sótano perdido o a soñar margarita en mano en una playa tropical. No,
seguiría como la cabeza rectora y a veces ejecutora de la serie protagonizada
por Clive Owen, The Knick (sobre la
vida personal y profesional de los que trabajaban en el Hospital Knickerbocker
de Nueva York a principios del siglo XX). Y no hacía falta ser clarividente ni
prever en bolas de cristal para suponer que regresaría a hace cine más temprano
que tarde.
Es que el hombre ama al cine. En todos sus géneros y
variantes. Su filmografía es un zafarrancho ecléctico de títulos que van desde
la inaugural Sexo, mentiras y videos
(1989) pasando por Traffic (2000)
hasta los dos Che (2008). Y que
conste que menciono solo algunos de los más recordados para no apabullar. Dejé
afuera a propósito la saga de ladrones que contribuyó y mucho a su fama y
fortuna: Ocean’s Eleven/La gran estafa
(2001), Ocean’s Twelve/La nueva gran
estafa (2004) y Ocean’s
Thirteen/Ahora son trece (2007). La primera película fue una recreación de
una que con el mismo título, Ocean’s
Eleven, había protagonizado Frank Sinatra en 1960, junto a Dean Martin,
Sammy Davis Jr., Peter Lawford, Angie Dickinson, Joey Bishop, Richard Conte,
César Romero, Akim Tamiroff y Henry Silva y que aquí conocimos como Once a la medianoche. En ambas, claro,
se robaba un casino.
Como se recuerda esta saga dirigida por Soderbergh
estuvo protagonizada por George Clooney, Brad Pitt, Matt Damon y con Scott
Caan, Casey Affleck, Shaobo Qin, Bernie Mac, Don Cheadle, Carl Reiner, Elliott
Gould, Eddie Jemison y Andy García, en los secundarios de las tres. Julia
Roberts estuvo en las dos primeras y no en la última, mientras que Vincent
Cassel y Eddie Izzard faltaron a la primera, pero no a las dos últimas.
Catherine Zeta-Jones solo estuvo en la del medio y Al Pacino y Ellen Barkin
pasearon solo por la tres.
Como decíamos no hace mucho, el género de ladrones es
muy popular, y cuando está bien hecho se vuelve inolvidable y se lo revisita en
sus reapariciones. Pecado que confieso cometí con las tres. Las vi en cine,
después las bajé y volví a verlas, me detenía en ellas cuando las pasaron por
cable o televisión abierta, y cuando estuvieron en plataforma de contenidos,
las reví, por las dudas recordara mal algún detalle. Es la ventaja de las
comedias policiales amables, uno puede volver a verlas, un gran drama o una de llorar, en cambio, solo se
las vuelve a ver si se está en vena de desahogo.
Y ahora Steven Soderbergh sale de su autoexilio con otra banda. El título elegido quiere emparentarlo con la presidida por Clooney, Pitt, Damon, pero tuerce un poco los términos. Más apropiado hubiera sido llamarla La suerte de los Logan o para fortalecerlo un poco más, La maldición de los Logan.
Jimmy Logan (Channing Tatum), harto de patear maltratos
y miserias, convencerá a sus hermanos,
Clyde (Adam Driver) y Mellie (Riley Keough), hijos del sur estadounidense, de participar en un gran robo. Será necesario
reclutar a un experto, Joe Bang (Daniel Craig) quien a su vez involucrará a sus
hermanos menores, Fish (Jack Quaid, en la vida real hijo de Meg Ryan y Dennis
Quaid) y Sam (Brian Gleeson, en la vida real hijo de Brendan Gleeson y hermano
de Domhall, Fergus y Rory, Gleeson, claro). Como se ve, la cosa familiar pesa
mucho en esta película (y en la vida). La hija de Jimmy, la pequeña Sadie
(Farrah Mackenzie) pivoteará una subtrama tan seductora como conmovedora.
Alrededor de Sadie orbitan su madre, la exesposa de Jimmy, Bobbie Jo (Katie
Holmes), su padrastro Moody (David Denman) y sus medio hermanitos, Dylan (Boden
Johnston) y Levi (Sutton Johnston). Y mucha relevancia tendrán también los
personajes de Seth MacFarlane y Hilary Swank.
Ya se sabe, para que una de ladrones funcione, uno debe simpatizar con los personajes para que su suerte nos importe, conocer el plan a medias, para garantizarnos algunas sorpresas y revelaciones, y que no todo salga según lo previsto, para que haya súbitas contingencias e imprevistos. Todo lo cual se cumple aquí a la perfección. Si los ladrones comandados por Clooney en la saga de su Danny Ocean eran como él, muy cool, estos, liderados por el bueno de Channing Tatum son tirando a muy anti-cool. Diría que hasta un poco redneck (ver definición de Wikipedia abajo).
Es una de las mejores películas del año,
entretenimiento puro, claro, porque tampoco todo puede ser profundidad y
filosofía. Sencillamente imperdible. Ah, Daniel Craig entrega una actuación
regocijante como pocas.
Gustavo Monteros
“Redneck es el término utilizado en Estados Unidos y
Canadá para nombrar el estereotipo de un hombre blanco que vive en el interior
de aquel país y tiene una baja renta. Su origen se debe al hecho de que por el
trabajo constante de los trabajadores rurales en exposición al Sol acaban
quedando con sus cuellos enrojecidos (del inglés red neck, "cuello
rojo"). Hoy en día se suele utilizar para denominar de manera peyorativa a
los blancos sureños conservadores. El término también es usado ampliamente para
despreciar a la clase trabajadora y los blancos rurales que son percibidos por
los progresistas urbanos como no liberales. A la vez, algunos sureños blancos
recuperaron la palabra, autoidentificándose con ella y usándola con orgullo.”
Wikipedia dixit
jueves, 21 de septiembre de 2017
Viento salvaje
El actor Taylor Sheridan (Sons of Anarchy) devenido guionista (Sicario, Denis Villenueve, 2015, Hell or High Water/Sin nada que perder, David Mackenzie, 2016)
devenido director y guionista (Wind
River/Viento Salvaje, 2017) es saludado como la ascendente estrella
promisoria del neo-noir.
Lamento disentir, pero tanto elogio me parece un poco
exagerado. No le quito mérito a su escritura, a su favor diré que no pretende
presentarse como un revolucionario del género, más bien como dice el título de
la canción de Peter Allen que bailan Ann Reinking y Erzsebet Foldi en All that jazz (Bob Fosse, 1979)
Everything old is new again. O sea revitalizar lo viejo para que parezca nuevo.
Esa reformulación que puede ser muy estimulante para el público se vuelve
rancia si se hace con los mismos viejos elementos combinados de la misma
manera.
Si no se ha visto Hell
or High Water/Sin nada que perder y se pretende hacerlo, saltarse el presente
párrafo que contiene spoilers. En esta película, se utiliza por enésima vez un
artilugio que llamo Morituri en honor
a la vieja película de Bernhard Wicki de 1965 con Yul Brynner y Marlon Brando.
Morituri sale de la frase latina Ave, Caesar, morituri te salutant (Salve,
César, los que van a morir te saludan) que se atribuye a los condenados a
muerte obligados a presentarse como gladiadores en un combate fatal. Llamo Morituri
a esos momentos antes de un combate, duelo, enfrentamiento en los que uno de los
personajes que participará habla de planes futuros, bien, ese personaje morirá
y la mención de dichos planes se hizo para crear pathos, o sea conmoción,
emoción, empatía. En los géneros policiales, de guerra, westerns, de acción, de
ciencia-ficción, este instrumento se usó hasta el hartazgo desde el principio
de los tiempos, ya es hora de darlo de baja e inventar otro. En Hell or High Water/Sin nada que perder,
el personaje de Jeff Brigdes acosa con comentarios racistas al de Gil
Birmingham, que se jubilará después de este caso. Y cuando en medio de las
pujas denigratorias, Birmingham se explaya una noche sobre lo que hará cuando
se jubile, uno ya sabe que no saldrá ileso del tiroteo final, cosa que ocurre…
Con tres guiones en su haber, ya podemos hablar de rasgos
en común que se corroboran. Se agradece que parta siempre de conflictos entre los
personajes principales, eso evita recurrir a la dialéctica del pasillo (contar
antecedentes de la historia y de los personajes como chusmaje del lugar de
trabajo) o el montaje de noticieros con el mismo objetivo que la dialéctica del
pasillo. Sheridan en cambio contrapone personajes lo que dinamiza mejor la
historia. En Sicario como en Viento salvaje las protagonistas
femeninas (Emily Blunt en el primer caso, Elizabeth Olsen, en el segundo) inician
trabajos en ambientes nuevos del que desconocen casi todo. En Hell or High Water/Sin nada que perder los dos viejos investigadores
de historiales opuestos se ven obligados a convivir en la misma habitación de
hotel.
Y en las tres historias hay una sorpresa final que
resignifica lo que aconteció, más rica en Sicario
y Hell or High Water/Sin nada que perder
que en este Viento salvaje.
Y si bien los tres filmes son policiales, transitan
ese sendero estrecho que participa tanto del western como del drama policial.
Ahora atengámonos a Viento salvaje. En un inhóspito ambiente nevado, se produce un
crimen contra una adolescente india. El FBI se ve obligado a intervenir y manda
a una novata, Jane Banner (la mencionada Elizabeth Olsen) para que comande la
investigación. Estará por encima del cowboy del lugar, Ben (el siempre
impecable Graham Greene) y procurará la ayuda de un rastreador, Cory Lambert
(Jeremy Renner) de triste pasado.
Taylor Sheridan ganó el premio al mejor director en
Cannes 2017 en la sección Un Certain Regard, y durante la primera parte del
film uno se pregunta cómo habrán sido los otros candidatos, porque lo que se ve
no supera lo genérico, sin vuelo ni imaginación, por suerte en el flashback
ilustrativo de lo que pasó y en el enfrentamiento final Sheridan muestra nervio
y mano firme en el manejo de la violencia y justifica el lauro recibido.
Jeremy Renner está bien, pero se supone que su secreto
es más terrible de lo que muestra. El
personaje de Elizabeth Olsen tendría que repensar su elección de carrera, si
bien es inexperta, es demasiado emocional para enfrentar los problemas que vienen con su cargo.
En 2001 Sean Penn dirigió The Pledge, llamada aquí Código
de honor, con Jack Nicholson, Patricia Clarkson y Robin Wright entre otros
notables. La refiero porque con personajes que arrastraban penas similares que
las padecidas por estos personajes, establecieron una vara de actuación que los
intérpretes de esta película no llegan ni por asomo. Gil Birmingham, como el
padre de la víctima, está muy bien en sus dos escenas con Jeremy Renner y
conmueve, pero su tragedia no llega a ser devastadora.
La película tiene una agenda noble, visibilizar los
femicidios contra las mujeres indias. Sin embargo, esta loable intención le
resta espontaneidad a la narración.
En resumen, si no se es un hinchapelotas como yo
respecto del policial y sus variables, y no se es impresionable con escenas de
violación, puede verse con complacencia y apreciación.
Gustavo Monteros
jueves, 14 de septiembre de 2017
Duro de cuidar
Como bien lo señala el afiche, Duro de Cuidar (The Hitman’s
Bodyguard) es una buddy movie, en su variable comedia policial, motorizada
por las avenencias y desavenencias de sus protagonistas, tal como lo requiere
el género. El bueno de Ryan Reynolds es Michael Bryce, un especialista en
seguridad para ejecutivos caído en desgracia. Su ex novia, Amelia Roussel (Elodie
Yung, la Elektra de Daredevil y The defenders de Netflix) le pide que la
ayude con Darius Kincaid (Samuel L. Jackson) un asesino a sueldo que debe
presentarse a atestiguar en un juicio contra Vladislav Dukhovich (Gary Oldman),
un feroz dictador bielorruso. Darius aceptó hacerlo para que el amor de su
vida, Sonia (Salma Hayek) sea liberada de prisión. La tarea de Michael no será
fácil porque un ejército de asesinos quiere callar a Darius para siempre.
Reynolds y Jackson llevan en el negocio lo suficiente para saber que deben complementarse para que la trama fluya y triunfe. Lo hacen a la perfección, a tal grado que hasta sus voces coordinan, cuando uno se pone en bajo, el otro juega de tenor y viceversa. Y así logran que sean graciosas hasta las líneas nada brillantes, pocas por suerte. Salma está desternillante en un personaje que mezcla su propia latinidad con un toque de Sofía Vergara, que gracias a su Gloria de Modern Family es la reina de las sudamericanas rotundas y estridentes.
Toda película industrial norteamericana contemporánea,
las denominadas pochocleras, debería venir con el subtítulo de Welcome to
Movieland. Ya ningún film de esa procedencia puede verse como una pieza
independiente, es tal el triunfo de la interrelación, de la intertextualidad
que no son nada en sí mismas, sino el capítulo de una novela en progreso. Una
buddy movie se mide en relación a todas las buddy movies que la precedieron.
Tal como mencionamos, un personaje de caricatura pura como el de Salma se mide
en relación a todas las latinas pulposas y gritonas que la antecedieron,
incluso con algunas que ella misma interpretó. El film pochoclero existe según
una lógica sustentada y alimentada en un equilibrio de imposibles, que dimos
por posibles en inmensas suspensiones de la incredulidad. Tanto el perfil
psicológico de los personajes como sus acciones o sus relaciones poco y nada
tienen que ver con lo que llamamos realidad fuera del cine. El cine pochoclo es
convención pura que vive dentro de convenciones ultra puras. Ya es un artefacto
sofisticado, equiparable a la ópera o al ballet. Mucho debe darse por sentado
para aceptar su sistema de signos y seguir una historia.
Es una paradoja que algo tan popular sea, al
analizarlo en detalle, un producto de altísima sofisticación. Supongamos por un
momento lo imposible: que a alguien que nunca jamás haya visto una película se
lo lleve a ver un film pochoclero. No entendería nada. Le parecería delirante
que aceptemos como si nada una sucesión de sinrazones y disparates, y ¡que la
demos por “reales”! (aunque más no sea en el contexto de la ficción)
Esto me retrotrae a otra paradoja. Cuando comencé a
ver cine, o a ser consciente de lo que era cine, allá a fines de los sesenta,
el cine arte necesitaba una preparación previa, una advertencia sobre sus
signos determinantes, sobre su disrupción de la narrativa tradicional, etc. En
cambio, el cine industrial, apegado todavía a la gramática clásica, se
explicaba por sí solo, no necesitaba prólogos ni pies de página. Hoy, en líneas
generales, es casi al revés (nótese que he aprendido a ser prudente con mis
generalizaciones), el cine arte tiende a explicarse por su cuenta, en tanto que
el industrial necesita de ejemplos precedentes para ser decodificado.
Se dice que en el fondo somos chicos y que nos gusta
que nos cuenten la misma historia. El cine industrial cumple dicho precepto a
rajatabla. Siempre nos cuentan lo mismo de la misma manera. La cuestión es que
de tanto relacionarse endogámicamente, más que una imagen es un juego de
espejos enfrentados.
Filosofadas al margen, Duro de cuidar de Patrick Hughes entretiene con gozosa efectividad. Y como ocurre
siempre con las formas que se fosilizan o estandarizan, son los actores los que
dan vida a la velada. El trío ya mentado de Reynolds, Jackson y Hayek devuelven
la entrada y el tiempo invertido con creces y de paso acrecientan nuestro afecto por
ellos. No es poco. Para nada.
Gustavo Monteros
Un novio para mi boda
No tuve tiempo de verla, pero me refiero a ella porque el cine de la directora Rama Burshtein es único en el sentido más estricto del término. Burshtein profesa el judaísmo ortodoxo (de la rama jaredí) y hace cine sin salir de dicha comunidad.La conocimos con su ópera prima La esposa prometida( http://cronicas-de-cine.blogspot.com.ar/2014/10/la-esposa-prometida.html) Ahora nos brinda una comedia romántica. Una novia próxima a casarse es plantada por el futuro esposo. Decide no suspender la boda porque cree que Dios le dará en término un novio. Tiene Dios unos veinte días para cumplir su promesa. Una premisa atractiva como se ve.
jueves, 7 de septiembre de 2017
Un hombre llamado Ove
Si bien sé inglés, me fastidia que últimamente las palabras para definir los nuevos géneros o subgéneros cinematográficos o para
catalogar sus características o especialidades sean todas en el idioma
anglosajón. Algo lógico por otra parte, dado que Hollywood ostenta la hegemonía
absoluta de la industria mundial. Me fastidia que ni las palabras sean el
último bastión de resistencia ante la prepotencia invasora. Bah, mejor me
resigno y defino a esta película sueca de 2015, Un hombre llamado Ove (En man
som heter Ove, en el original) de Hannes Holm como un “feel good” “crowd
pleaser” “tear jerker”.
No demos por sentado que todos dominan el lenguaje de
la Rubia Albión e intentemos un glosario. “Feel good” es optimista, agradable,
que hace “sentir bien”. “Crowd pleaser” es popular, que gusta a las multitudes,
lo que en clave futbolística llamamos “tribunero”. Y “tear jerker” es una
película sentimental, sensible, que “arranca lágrimas”. En tres palabras (que
son cuatro a decir verdad): un melodrama popular efectivo. A lo que le agregaría que el film tiene también ínfulas
de cine de autor, aunque no puede evitar una hechura industrial.
Ove es un viudo de 59 años, gruñón y con poca
tolerancia a la frustración, de nula paciencia y fácil fastidio. Vive en un
barrio, semi-privado con claras reglas de convivencia, que Ove resiente que no
se cumplan… al pie de la letra. Sus vecinos lo soportan con sueco estoicismo
porque saben cosas a las que el espectador accederá por completo cerca del
final como corresponde. En el trabajo lo jubilan de prepo y al pobre solo le
queda cumplir con la promesa que le hizo a su esposa de reunirse con ella en el
más allá lo más pronto posible. Claro que el hombre propone y Dios y los
guionistas disponen. Una y otra contingencia evitarán el reencuentro de los
esposos. La mayoría de las cuales las ocasionan los nuevos vecinos, una muy
embarazada persa y un sueco torpe (lo que se presenta como el colmo de los
colmos, según parece un sueco puede ser lo que sea… menos torpe). Esta pareja
tiene, además del que viene en camino, dos hijas, niñas tan encantadoras y
afectuosas como solo las de las películas pueden llegar a serlo.
En crónicas recientes subrayamos que el cine se ha
estandarizado según el modelo hollywoodense, y que las cinematografías locales poco
de local tienen para ofrecer. Esta, por más detalles suecos que mostrara, me
parecía una “gema” Hallmark.
Demás está decir que mis alarmas de cinismo no solo
estaban prendidas sino que chillaban con virulenta altisonancia. Pero
lentamente, paso a paso, no sé si por simpatía etaria, ando por la edad de Ove,
qué joder, o por la sinceridad de la narración, o por la persistencia de los
detalles arteros, que es lo que asegura la perdurabilidad en el arte, la
historia me fue ganando, y Ove pasó de sueco y extraño a cercano y conocido.
Como el título bien lo indica, trata de la vida de
este hombre, la presente y la pasada. El Ove maduro es interpretado por Rolf
Lassgård, en tanto que al joven lo hace Filip Berg, ambos de gallardo
histrionismo. El resto del elenco no se queda atrás y se ganan el odio y el
amor, según la índole de sus personajes.
Como estrellas
masculinas sesentonas hay en todo el mundo, veamos este original antes de que
sea “calcado” en otras cinematografías con Darín, Colin Firth, Kenneth Branagh, Sean Penn, Mark Rylance,
Antonio Banderas, Hugh Grant o Tom Hanks. Eso sí, llevar un paquete de pañuelos
descartables. Uno completo, porque es probable que se usen todos.
Gustavo Monteros
jueves, 31 de agosto de 2017
La maestra
Ayer nomás, bueno, la semana pasada para ser precisos,
decíamos que la globalización trajo, entre sus consecuencias, una uniformidad
cinematográfica, ética y estética, con conflictos similares de personajes
similares resueltos de manera similar, y que eliminaba, o más bien allanaba,
las peculiaridades, las diferencias idiosincráticas.
Y ahora llega una película que anula o limita la
generalización recién apuntada y que le da un baño de humildad a mi
irresponsable capacidad de observación. En mi defensa puedo decir que se aleja
en el tiempo (transcurre en los ochenta) y que por lo tanto se desmarca de
ocurrencias contemporáneas. Pero sería hacer trampa, mi pretenciosa reflexión
no excluía las películas de época.
Esta nos retrotrae, tanto en conflictos como en
personajes, a épocas de mayor autonomía cultural, menos influenciada por usos y
costumbres hollywoodenses, cuando nos permitíamos ser cómo éramos y aspirábamos
a que la universalidad surgiera de nuestras particularidades, sin
reinterpretarlas, limando los aspectos más personales que nos hacen únicos,
para que sean más asequibles a la comprensión, o lo que es peor al gusto, del
espectador universal promedio.
Pero vayamos por partes. La maestra de Jan Hrebjk es una película eslovaca, ambientada en la
Checoslovaquia de los años 80, cuando el comunismo daba los últimos hurras en
una sociedad que todavía quería verse regida por las ideas de camaradería y
prosperidad, aunque en realidad toleraba un sistema anquilosado de corrupción,
que no por desgastado estaba menos vigente.
Después de las vacaciones de verano, en un colegio de
Bratislava irrumpe imponente y carismática, Maria Drazdechova (Zuzana
Mauréry en una actuación que solo puede calificarse de magistral) la nueva
maestra de Eslovaco, Ruso e Historia para hacerse cargo de un curso de
preadolescentes. Como todos los maestros del mundo, comienza por pasar lista.
Llama la atención que no usa para tal fin un registro escolar oficial, sino una
agenda personal en la que anota las profesiones o actividades con las que se
ganan la vida los padres de sus alumnos. Se presenta como una persona bien
ubicada dentro del esquema partidario, es viuda de un militar muerto en acción
heroicamente, y una hermana suya vive, nada más ni nada menos, que en la
mismísima Moscú. Tal encumbramiento le garantizará si no el poder, la palanca
para hacerse atender como una reina, desde servicio de peluquería hasta
conseguir remedios, hacerle la compra en los supermercados con la consiguiente
cola eterna que puede evitarse yendo dos horas antes del horario de apertura, o
que le trasladen por avión confituras para su hermana moscovita, o le arreglen
el lavarropas. And last but not least, ni por asomo, que los alumnos le limpien
la casa o que sus madres generosas le manden comida hecha. Todo gratis, of
course, faltaba más. A cambio ella les avisará a dichas madres en secreto los
ejercicios que tomará en las pruebas orales y escritas. Como buena tirana,
favorecerá a los que le rindan pleitesía y será vengativa con quienes no puedan
o no quieran otorgarle favores.
En paralelo a cómo se
desarrolla este ejercicio de autoridad y sometimiento, somos testigos de una
reunión de padres que busca la firma de una petición, por la mayoría, para
desligarla de su función e iniciarle una investigación. Algo que no pinta
fácil, muchos simpatizan con la maestra, la corrupción nunca es unilateral.
Como puede verse, a esta
historia no le falta interés y atractivo, pero por cómo está estructurada,
cerca de la mitad la acción se estanca y parece perderse en un loop del que no
puede salir, después por suerte lo logra y se llega a un desenlace que remarca
que no solo el comunismo permite el ejercicio tiránico, de modo que podemos
recomendársela a nuestro amigo trotskista o marxista-leninista sin ofenderlo, no, para nada, porque sea donde
sea que haya un poco de poder surge la posibilidad de la corrupción.
Más allá de los reparos
parciales, merece verse.
Gustavo Monteros
Dos son familia
Durante años y años, Omar Sy buscó su lugar bajo el
sol. Sin consecuencias notables. Por suerte en 2011, Olivier Nakache y Eric
Toledano lo eligieron para el cuidador de un parapléjico en Intouchables (Amigos intocables en Argentina) y todo cambió. Se convirtió en una
estrella internacional, con la velocidad con que se difunde un secreto.
Toda estrella necesita proyectos que acrecienten su
talento o su fama. A estos últimos se los llama Vehículos de Lucimiento. Dos son familia (Demain tout commence, en el original de 2016) de Hugo Gélin es eso.
Solo eso.
Abramos un paréntesis. Sabrá Dios por qué, en el cine
contemporáneo se han puesto de moda, no las remakes (aunque técnicamente se las
consideraría así) si no lo que podríamos llamar Las Películas Calcadas, o sea
aquellas que sin muchos cambios se rehacen en otras cinematografías. Por
ejemplo, la argentina Elsa y Fred,
2005, de Marcos Carnevale, con China Zorrilla y Manuel Alexandre, que se
transformó en 2014 en los Estados Unidos en Elsa
and Fred de Michael Radford con Shirley MacLaine y Christopher Plummer.
Otro ejemplo de Carnevale, la argentina Corazón
de León, de 2013 con Guillermo Francella como un hombre de muy poca altura que
se enamora de una mujer de estatura normal, o sea Julieta Díaz, se convirtió en
la mexicana Corazón de León, 2015 de
Emiliano T Caballero con Marlon Moreno y María Nela Sinisterra, y en la
francesa Un homme à la hauteur, 2016,
de Laurent Tirard con Jean Dujardin y Virginie Efira.
Todo esto viene a cuento porque Omar Sy con su Intouchables se inscribe en esta nueva
tendencia, que casualmente continuó en Argentina cuando se transformó en Inseparables, 2016, dirigida por alguien
cuyo nombre es reincidente en esta nueva moda, Marcos Carnevale (ahora como
copiador y no como generador), y protagonizada por Oscar Martínez en el rol del cuadripléjico y
Rodrigo de la Serna en el papel que hizo Omar Sy. Y se acaba de completar una
versión yanqui aun no estrenada, The
upside, 2017 de Neil Burger, con Bryan Cranston en la silla de ruedas y
Kevin Hart como el cuidador, ah, anda también por aquí la tan alta como
talentosa Nicole Kidman.
Y como toda va y vuelve cual boomerang, le toca ahora
a Omar Sy protagonizar una Película Calcada. Demain tout commence / Dos
son familia fue originalmente en 2013 la mexicana No se aceptan devoluciones de Eugenio Derbez con el propio Derbez
en el rol principal.
Omar Sy es, en Dos
en familia, Samuel, un tarambana irresponsable que sobrevive en el sur de
Francia. Un buen día se le aparece Kristin (Clémence Poésy) una chica con la que
el verano anterior tuvo una aventura, quien
viene con el resultado de aquella aventura, una beba hermosa llamada Gloria.
Samuel intentará devolvérsela a Kristin, en Londres, donde supuestamente vive
la chica. Como no sucederá, se quedará con la bebé y la criará. Contará con la
ayuda de Bernie (Antoine Bertrand) un productor cinematográfico, que convertirá a Samuel en un doble de riesgo.
No me desgarraré las vestiduras ante la pobreza del
argumento, la cortedad de ingenio de las situaciones, la sequedad de las
réplicas, la melosidad de algunas vueltas de tuerca, o la extremidad del
desenlace, que le hubiera dado urticaria hasta la mismísima Libertad Lamarque, una
de las reinas del melodrama mexicano
clásico (bueno, de México es el film madre de modo que bien podríamos decir que
por historia el desmadre más desvergonzado no le es ajeno).
No, no me desgarraré las vestiduras porque yo también
he tenido y tengo mis estrellas de las que, más que fan, soy devoto. Y celebro,
cuando no tienen un Scorsese a mano, que aparezcan en tal o cuál Vehículo
concebido para su Lucimiento. Algo diseñado para mostrarlxs en su esplendor,
donosura o simpatía es preferible a no verlxs y extrañarlxs. He salido
caminando por las nubes después de verlxs en tremendos bodrios indefendibles,
que no impedían en lo más mínimo que yo disfrutara como si estuvieran en una
obra perdurable de un Spielberg. Las estrellas son lo que son y todo se lo
deben a su querido público, que no pide más que oportunidades de verlxs con
aquellos atributos que hicieron que lxs amáramos. Encanto, sensualidad,
simpatía, belleza o lo que fuera. Si no pueden ser un personaje de Shakespeare,
que sean el de un engendro vistoso que podamos espiar y disfrutar.
Omar Sy me cae bien, pero dista mucho de ser un
favorito, pero como tengo los míos, entiendo con creces a la gente que lo
sigue. Esta película es para ellos, sus devotos. Los que no lo son, abstenerse,
mucho. Y los que estamos en el medio, también. No nos aburrirá, pero tampoco la
apreciaremos. Bah, los Vehículos de Lucimiento son una misa solo para los
fieles fervorosos.
Gustavo Monteros
miércoles, 23 de agosto de 2017
Reflexiones al paso sobre La amante y La Cordillera
El mundo ya no es lo que era, el cine tampoco lo es. Obviedades
al margen, a lo que voy es que hay hoy una universalización que borra las
peculiaridades, el color local, las idiosincrasias y que crea una paridad, una
similitud, una igualdad que reafirma nuestra humanidad a la vez que la diluye. Los
griegos, los armenios, los escoceses y los nicaragüenses son menos griegos, armenios,
escoceses y nicaragüenses y más “humanos” según el modelo triunfante, o sea el
impuesto por el cine de Hollywood, que deja de ser la meca de los sueños para pasar a ser el vocero del imperio, el
perpetuador del modelo a seguir, no solo en el perfil de los personajes, sino
en qué contar y en cómo contarlo, según los dos grandes parámetros, el del cine
industrial y el del supuesto cine independiente estilo Sundance. Lo que hace
que todas las películas del mundo parezcan hechas por un productor yanqui, de
allí que le sea tan fácil a Netflix albergar tanto al cine indio, al turco, al
coreano, al mexicano, al peruano o al argentino, puede que las caras varíen,
pero las ropas, el qué y el cómo se cuentan de maneras tan similares que parecen
iguales.
La semana pasada ante el estreno de la película
italiana Por siempre jóvenes de
Fausto Brizzi, leo en una crítica de un diario principal que “Su mirada sobre
la comedia está más cerca de la universalidad anglosajona que de la sátira de
costumbres latina”. Y no me extraña en lo más mínimo.
Horas más tarde voy a ver La Cordillera de Santiago Mitre y entre el centenar de tráileres con
que nos domestican antes de la película elegida, está el de Hedi, película tunecina de 2016 de
Mohamed Ben Attia, rebautizada para su estreno local como La amante. Como suele suceder con muchísimos tráileres (por no
decir todos) es posible adivinar la historia entera de la película, su
desarrollo y quizá hasta su desenlace, de allí que muchas veces para los que
miramos cine todo el tiempo, nos quede la sensación después de haber visto una
película, que hubiéramos ahorrado tiempo quedándonos con solo la visión del tráiler,
ya que el trámite de verla toda, poco o nada agregaba a lo que ya sabíamos.
En Hedi / La
amante vemos a un hombre joven, dominado por su madre, entregarse a una
vida arreglada por ella, se casará con la mujer que ella eligió y vivirá según
los preceptos y caprichos maternos. Antes de casarse, por su trabajo de
representante de una firma de autos, recalará en un hotel de veraneo y se
enamorará de una guía turística, quien lo reconciliará con sus sueños. Fin.
Pero ¿con quién se queda? ¿Importa? La peripecia vital del personaje pasa por
liberarse de las ataduras de la madre.
Es evidente que se trata de una película festivalera,
lo ratifican los logos de todos los festivales que la invitaron y algunos de
los premios que obtuvo, entre los más importantes, dos Osos de Plata del
Festival de Berlín, uno a su protagonista, Majd Mastoura, y otro a su director
por la Mejor Ópera Prima.
Mi acompañante le baja en pulgar y lo resume con “Ni
en pedo”, le pregunto por qué no la vería y me dice porque es una película Hallmark
made in Túnez. Puede equivocarse, pero todo parece darle la razón.
Con mi acompañante vemos religiosamente todas las
películas de Darín, por eso ahora huimos de la hermosa tarde de sol para cobijarnos
en los rigores de La Cordillera. No conozco
el cine de Santiago Mitre, tengo por ahí copias de sus películas anteriores El estudiante, 2011, y La patota, 2015, (Paulina es su título internacional, “patota” es un término
demasiado nuestro para su exportación) pero todavía no las he visto. Volviendo a La Cordillera por algunas
cosas sueltas que leí, por arriba, de su presentación en Cannes, sé que un
thriller que desemboca en un pacto fáustico o algo así. Comprobaremos que es
más “algo así” que pacto fáustico en nuestra modesta opinión. Más que el inicio de un ciclo faústico, la película
ratificará un modus operandi, una línea de conducta.
Mitre, con un guión propio, co-escrito con Mariano
Llinás, el recordado director de Balnearios,
2002, e Historias extraordinarias,
2008) narra con seguridad y suntuosidad. Hay dos planos, el del hombre común,
el técnico que conocerá la Casa Rosada, y el de los que hacen cosas en su
nombre, los políticos y sus no menos importantes segundos que deambulan por la casa gubernamental y por los mullidos ambientes de ese lujoso hotel de Chile donde más tarde acordarán, o no, políticas energéticas para la región.
El presidente argentino es Hernán Blanco (nuestro
orgullo nacional, Ricardo Darín, en otra actuación antológica) asistido por su
mano derecha, Luisa Cordero (Érica Rivas, impactante como siempre) y por el
jefe de gabinete, Castex (Gerardo Romano, en una caracterización impecable).
Antes de la partida a Chile, Luisa se entera de una crisis en ciernes. El ex esposo
de la hija de Hernán, Marina (Dolores Fonzi, irreprochable as usual) amenaza
con sacar trapos sucios sobre los dineros de la campaña que le permitieron a
Hernán llegar a la presidencia. Como al pasar se menciona un dato que cobrará
relevancia, Hernán pasó de ser un intendente de un pueblito de La Pampa a
presidente de la república, sin cargos intermedios, meteóricamente.
En un principio parece que estamos en un thriller
político, algo que es más culpa nuestra, o de la famosa “grieta” que de la
película en sí. Es claro al desarmarla que da señales inequívocas de no
pretender encerrarse en lo político. No estoy de acuerdo con las críticas que
dicen que empieza en un género y que da un volantazo hacia otro promediando el
metraje. No, hay desde un principio indicios claros que lo político es un
ambiente elegido, no el fin ambicionado. Si tuviera que definirlo con
precisión, diría que se trata de un thriller metafísico, aunque es
imprescindible mencionar que se acerca más a lo fantástico o a lo que se supone
terrorífico, eso sí, advirtamos que no hay nada gore, ni sangriento, ni
espeluznante, sino el choque de las fuerzas del bien y del mal. Y no digo más, para
no caer en un spoiler.
Todo esto viene a cuento porque antes de entrar al
cine nos enteramos que Darín le estaba contestando en Twitter a los que se
quejaban de la película. En la nota daban dos ejemplos, un espectador le
reclamaba las malas elecciones de proyectos que hacía últimamente, a lo que
Darín le respondía con sorna, que le encargaría las elecciones a esta persona
de ahora en más. El otro ejemplo exponía lo siguiente: "Fui a ver La
Cordillera y creo que no entendí el final. @bombitadarin, los espectadores nos
quedamos debatiendo después de la película". A lo que Darín contestó: "¿Eso no es bueno?
Digo, ¿te pasó muchas veces? Un abrazo".
Lo menciono porque una vez terminada la película, algunos
de los espectadores que nos acompañaban expresaban en voz alta su malestar por
el supuesto poco esclarecimiento del final. Decían cosas como “Habrá que
esperar la segunda parte”. O “¿Pretenderán que la veamos de nuevo para
entenderla?”.
Yo tenía ganas de decirles: Pónganse a repasar que fue
lo que vieron y les saldrá solos el porqué termina cómo termina. Pero el cine
contemporáneo no promueve el rearmado de los rompecabezas, no, lo da todo
deglutido, explicado, subrayado, nos dicen las piezas se acomodan así y así, no
se preocupen, mastiquen sus pochoclos y adormilen su inteligencia que nosotros
les diremos qué pensar. La Cordillera
exige un mínimo de capacitación intelectual, de reflexión obvia sobre cómo se
vinculan los elementos y el por qué de esa música harto reveladora,
machaconamente prepotente, única objeción a un film bastante inobjetable. Es tan
mínimo lo que se nos exige que en los años setenta, tiempos en los que las
películas exigían la astucia de los espectadores, La Cordillera estaría dirigida para niños de Jardín de Infantes
como Bolilla Uno de rearmado de enigmas. Según decíamos en un principio, el
mundo ya no es lo que era y el cine, tampoco.
En tiempos de grieta, La Codillera, por suerte, a pesar del ambiente elegido, no es una
película “antipolítica” o sea de derechas… mal. No, en este mundo en particular,
como en el mundo en general, hay una tensión entre las fuerzas del bien y del
mal, de la oscuridad y de la luz.
Gustavo Monteros
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