jueves, 28 de septiembre de 2017

La estafa de los Logan

Los directores de cine son también seres humanos. Sí, ya sé, estoy diciendo una pavada, que no lo es tanto cuando conciben una genialidad y uno sospecha que sean semi-dioses. El Bergman de El séptimo sello, el Fellini de La dolce vita, el Welles de El ciudadano, el Truffaut de Los 400 golpes, el Favio de El romance del Aniceto y la Francisca o el Scorsese de Buenos muchachos, por mencionar solo algunos indiscutibles, fueron más que humanos cuando crearon esos hitos de la historia del cine. Steven Soderbergh no es todavía un indiscutible, pero va camino de serlo. El hombre derrocha talento aunque no haya producido su obra maestra. Quizá haya sido eso lo que lo llevó en 2013 a decir: me retiro, no hago más cine, no juego más. Algo dudoso porque no se iba a pintar acuarelas junto a un río serpenteante, a escribir novelas cínicas en algún sótano perdido o a soñar margarita en mano en una playa tropical. No, seguiría como la cabeza rectora y a veces ejecutora de la serie protagonizada por Clive Owen, The Knick (sobre la vida personal y profesional de los que trabajaban en el Hospital Knickerbocker de Nueva York a principios del siglo XX). Y no hacía falta ser clarividente ni prever en bolas de cristal para suponer que regresaría a hace cine más temprano que tarde.


Es que el hombre ama al cine. En todos sus géneros y variantes. Su filmografía es un zafarrancho ecléctico de títulos que van desde la inaugural Sexo, mentiras y videos (1989) pasando por Traffic (2000) hasta los dos Che (2008). Y que conste que menciono solo algunos de los más recordados para no apabullar. Dejé afuera a propósito la saga de ladrones que contribuyó y mucho a su fama y fortuna: Ocean’s Eleven/La gran estafa (2001), Ocean’s Twelve/La nueva gran estafa (2004) y Ocean’s Thirteen/Ahora son trece (2007). La primera película fue una recreación de una que con el mismo título, Ocean’s Eleven, había protagonizado Frank Sinatra en 1960, junto a Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford, Angie Dickinson, Joey Bishop, Richard Conte, César Romero, Akim Tamiroff y Henry Silva y que aquí conocimos como Once a la medianoche. En ambas, claro, se robaba un casino.


Como se recuerda esta saga dirigida por Soderbergh estuvo protagonizada por George Clooney, Brad Pitt, Matt Damon y con Scott Caan, Casey Affleck, Shaobo Qin, Bernie Mac, Don Cheadle, Carl Reiner, Elliott Gould, Eddie Jemison y Andy García, en los secundarios de las tres. Julia Roberts estuvo en las dos primeras y no en la última, mientras que Vincent Cassel y Eddie Izzard faltaron a la primera, pero no a las dos últimas. Catherine Zeta-Jones solo estuvo en la del medio y Al Pacino y Ellen Barkin pasearon solo por la tres.


Como decíamos no hace mucho, el género de ladrones es muy popular, y cuando está bien hecho se vuelve inolvidable y se lo revisita en sus reapariciones. Pecado que confieso cometí con las tres. Las vi en cine, después las bajé y volví a verlas, me detenía en ellas cuando las pasaron por cable o televisión abierta, y cuando estuvieron en plataforma de contenidos, las reví, por las dudas recordara mal algún detalle. Es la ventaja de las comedias policiales amables, uno puede volver a verlas, un  gran drama o una de llorar, en cambio, solo se las vuelve a ver si se está en vena de desahogo.


Y ahora Steven Soderbergh sale de su autoexilio con otra banda. El título elegido quiere emparentarlo con la presidida por Clooney, Pitt, Damon, pero tuerce un poco los términos. Más apropiado hubiera sido llamarla La suerte de los Logan o para fortalecerlo un poco más, La maldición de los Logan.


Jimmy Logan (Channing Tatum), harto de patear maltratos y miserias,  convencerá a sus hermanos, Clyde (Adam Driver) y Mellie (Riley Keough), hijos del sur estadounidense,  de participar en un gran robo. Será necesario reclutar a un experto, Joe Bang (Daniel Craig) quien a su vez involucrará a sus hermanos menores, Fish (Jack Quaid, en la vida real hijo de Meg Ryan y Dennis Quaid) y Sam (Brian Gleeson, en la vida real hijo de Brendan Gleeson y hermano de Domhall, Fergus y Rory, Gleeson, claro). Como se ve, la cosa familiar pesa mucho en esta película (y en la vida). La hija de Jimmy, la pequeña Sadie (Farrah Mackenzie) pivoteará una subtrama tan seductora como conmovedora. Alrededor de Sadie orbitan su madre, la exesposa de Jimmy, Bobbie Jo (Katie Holmes), su padrastro Moody (David Denman) y sus medio hermanitos, Dylan (Boden Johnston) y Levi (Sutton Johnston). Y mucha relevancia tendrán también los personajes de Seth MacFarlane y Hilary Swank.


Ya se sabe, para que una de ladrones funcione, uno debe simpatizar con los personajes para que su suerte nos importe, conocer el plan a medias, para garantizarnos algunas sorpresas y revelaciones, y que no todo salga según lo previsto, para que haya súbitas contingencias e imprevistos. Todo lo cual se cumple aquí a la perfección. Si los ladrones comandados por Clooney en la saga de su Danny Ocean eran como él, muy cool, estos, liderados por el bueno de Channing Tatum son tirando a muy anti-cool. Diría que hasta un poco redneck (ver definición de Wikipedia abajo).


Es una de las mejores películas del año, entretenimiento puro, claro, porque tampoco todo puede ser profundidad y filosofía. Sencillamente imperdible. Ah, Daniel Craig entrega una actuación regocijante como pocas.

Gustavo Monteros


“Redneck es el término utilizado en Estados Unidos y Canadá para nombrar el estereotipo de un hombre blanco que vive en el interior de aquel país y tiene una baja renta. Su origen se debe al hecho de que por el trabajo constante de los trabajadores rurales en exposición al Sol acaban quedando con sus cuellos enrojecidos (del inglés red neck, "cuello rojo"). Hoy en día se suele utilizar para denominar de manera peyorativa a los blancos sureños conservadores. El término también es usado ampliamente para despreciar a la clase trabajadora y los blancos rurales que son percibidos por los progresistas urbanos como no liberales. A la vez, algunos sureños blancos recuperaron la palabra, autoidentificándose con ella y usándola con orgullo.” Wikipedia dixit


jueves, 21 de septiembre de 2017

Viento salvaje

El actor Taylor Sheridan (Sons of Anarchy) devenido guionista (Sicario, Denis Villenueve, 2015, Hell or High Water/Sin nada que perder, David Mackenzie, 2016) devenido director y guionista (Wind River/Viento Salvaje, 2017) es saludado como la ascendente estrella promisoria del neo-noir.


Lamento disentir, pero tanto elogio me parece un poco exagerado. No le quito mérito a su escritura, a su favor diré que no pretende presentarse como un revolucionario del género, más bien como dice el título de la canción de Peter Allen que bailan Ann Reinking y Erzsebet Foldi en All that jazz (Bob Fosse, 1979) Everything old is new again. O sea revitalizar lo viejo para que parezca nuevo. Esa reformulación que puede ser muy estimulante para el público se vuelve rancia si se hace con los mismos viejos elementos combinados de la misma manera.


Si no se ha visto Hell or High Water/Sin nada que perder y se pretende hacerlo, saltarse el presente párrafo que contiene spoilers. En esta película, se utiliza por enésima vez un artilugio que llamo Morituri en honor a la vieja película de Bernhard Wicki de 1965 con Yul Brynner y Marlon Brando. Morituri sale de la frase latina Ave, Caesar, morituri te salutant (Salve, César, los que van a morir te saludan) que se atribuye a los condenados a muerte obligados a presentarse como gladiadores en un combate fatal. Llamo Morituri a esos momentos antes de un combate, duelo, enfrentamiento en los que uno de los personajes que participará habla de planes futuros, bien, ese personaje morirá y la mención de dichos planes se hizo para crear pathos, o sea conmoción, emoción, empatía. En los géneros policiales, de guerra, westerns, de acción, de ciencia-ficción, este instrumento se usó hasta el hartazgo desde el principio de los tiempos, ya es hora de darlo de baja e inventar otro. En Hell or High Water/Sin nada que perder, el personaje de Jeff Brigdes acosa con comentarios racistas al de Gil Birmingham, que se jubilará después de este caso. Y cuando en medio de las pujas denigratorias, Birmingham se explaya una noche sobre lo que hará cuando se jubile, uno ya sabe que no saldrá ileso del tiroteo final, cosa que ocurre…


Con tres guiones en su haber, ya podemos hablar de rasgos en común que se corroboran. Se agradece que parta siempre de conflictos entre los personajes principales, eso evita recurrir a la dialéctica del pasillo (contar antecedentes de la historia y de los personajes como chusmaje del lugar de trabajo) o el montaje de noticieros con el mismo objetivo que la dialéctica del pasillo. Sheridan en cambio contrapone personajes lo que dinamiza mejor la historia. En Sicario como en Viento salvaje las protagonistas femeninas (Emily Blunt en el primer caso, Elizabeth Olsen, en el segundo) inician trabajos en ambientes nuevos del que desconocen casi todo. En Hell or High Water/Sin nada que perder los dos viejos investigadores de historiales opuestos se ven obligados a convivir en la misma habitación de hotel.


Y en las tres historias hay una sorpresa final que resignifica lo que aconteció, más rica en Sicario y Hell or High Water/Sin nada que perder que en este Viento salvaje.


Y si bien los tres filmes son policiales, transitan ese sendero estrecho que participa tanto del western como del drama policial.


Ahora atengámonos a Viento salvaje. En un inhóspito ambiente nevado, se produce un crimen contra una adolescente india. El FBI se ve obligado a intervenir y manda a una novata, Jane Banner (la mencionada Elizabeth Olsen) para que comande la investigación. Estará por encima del cowboy del lugar, Ben (el siempre impecable Graham Greene) y procurará la ayuda de un rastreador, Cory Lambert (Jeremy Renner) de triste pasado.


Taylor Sheridan ganó el premio al mejor director en Cannes 2017 en la sección Un Certain Regard, y durante la primera parte del film uno se pregunta cómo habrán sido los otros candidatos, porque lo que se ve no supera lo genérico, sin vuelo ni imaginación, por suerte en el flashback ilustrativo de lo que pasó y en el enfrentamiento final Sheridan muestra nervio y mano firme en el manejo de la violencia y justifica el lauro recibido.


Jeremy Renner está bien, pero se supone que su secreto es más terrible de lo que muestra.  El personaje de Elizabeth Olsen tendría que repensar su elección de carrera, si bien es inexperta, es demasiado emocional para enfrentar los problemas  que vienen con su cargo.


En 2001 Sean Penn dirigió The Pledge, llamada aquí Código de honor, con Jack Nicholson, Patricia Clarkson y Robin Wright entre otros notables. La refiero porque con personajes que arrastraban penas similares que las padecidas por estos personajes, establecieron una vara de actuación que los intérpretes de esta película no llegan ni por asomo. Gil Birmingham, como el padre de la víctima, está muy bien en sus dos escenas con Jeremy Renner y conmueve, pero su tragedia no llega a ser devastadora.


La película tiene una agenda noble, visibilizar los femicidios contra las mujeres indias. Sin embargo, esta loable intención le resta espontaneidad a la narración.


En resumen, si no se es un hinchapelotas como yo respecto del policial y sus variables, y no se es impresionable con escenas de violación, puede verse con complacencia y apreciación.


Gustavo Monteros

jueves, 14 de septiembre de 2017

Duro de cuidar

Como bien lo señala el afiche, Duro de Cuidar (The Hitman’s Bodyguard) es una buddy movie, en su variable comedia policial, motorizada por las avenencias y desavenencias de sus protagonistas, tal como lo requiere el género. El bueno de Ryan Reynolds es Michael Bryce, un especialista en seguridad para ejecutivos caído en desgracia. Su ex novia, Amelia Roussel (Elodie Yung, la Elektra de Daredevil y The defenders de Netflix) le pide que la ayude con Darius Kincaid (Samuel L. Jackson) un asesino a sueldo que debe presentarse a atestiguar en un juicio contra Vladislav Dukhovich (Gary Oldman), un feroz dictador bielorruso. Darius aceptó hacerlo para que el amor de su vida, Sonia (Salma Hayek) sea liberada de prisión. La tarea de Michael no será fácil porque un ejército de asesinos quiere callar a Darius para siempre.


Reynolds y Jackson llevan en el negocio lo suficiente para saber que deben complementarse para que la trama fluya y triunfe. Lo hacen a la perfección, a tal grado que hasta sus voces coordinan, cuando uno se pone en bajo, el otro juega de tenor y viceversa. Y así  logran que sean graciosas hasta las líneas nada brillantes, pocas por suerte. Salma está desternillante en un personaje que mezcla su propia latinidad con un toque de Sofía Vergara, que gracias a su Gloria de Modern Family es la reina de las sudamericanas rotundas y estridentes.


Toda película industrial norteamericana contemporánea, las denominadas pochocleras, debería venir con el subtítulo de Welcome to Movieland. Ya ningún film de esa procedencia puede verse como una pieza independiente, es tal el triunfo de la interrelación, de la intertextualidad que no son nada en sí mismas, sino el capítulo de una novela en progreso. Una buddy movie se mide en relación a todas las buddy movies que la precedieron. Tal como mencionamos, un personaje de caricatura pura como el de Salma se mide en relación a todas las latinas pulposas y gritonas que la antecedieron, incluso con algunas que ella misma interpretó. El film pochoclero existe según una lógica sustentada y alimentada en un equilibrio de imposibles, que dimos por posibles en inmensas suspensiones de la incredulidad. Tanto el perfil psicológico de los personajes como sus acciones o sus relaciones poco y nada tienen que ver con lo que llamamos realidad fuera del cine. El cine pochoclo es convención pura que vive dentro de convenciones ultra puras. Ya es un artefacto sofisticado, equiparable a la ópera o al ballet. Mucho debe darse por sentado para aceptar su sistema de signos y seguir una historia.


Es una paradoja que algo tan popular sea, al analizarlo en detalle, un producto de altísima sofisticación. Supongamos por un momento lo imposible: que a alguien que nunca jamás haya visto una película se lo lleve a ver un film pochoclero. No entendería nada. Le parecería delirante que aceptemos como si nada una sucesión de sinrazones y disparates, y ¡que la demos por “reales”! (aunque más no sea en el contexto de la ficción)


Esto me retrotrae a otra paradoja. Cuando comencé a ver cine, o a ser consciente de lo que era cine, allá a fines de los sesenta, el cine arte necesitaba una preparación previa, una advertencia sobre sus signos determinantes, sobre su disrupción de la narrativa tradicional, etc. En cambio, el cine industrial, apegado todavía a la gramática clásica, se explicaba por sí solo, no necesitaba prólogos ni pies de página. Hoy, en líneas generales, es casi al revés (nótese que he aprendido a ser prudente con mis generalizaciones), el cine arte tiende a explicarse por su cuenta, en tanto que el industrial necesita de ejemplos precedentes para ser decodificado.


Se dice que en el fondo somos chicos y que nos gusta que nos cuenten la misma historia. El cine industrial cumple dicho precepto a rajatabla. Siempre nos cuentan lo mismo de la misma manera. La cuestión es que de tanto relacionarse endogámicamente, más que una imagen es un juego de espejos enfrentados.


Filosofadas al margen, Duro de cuidar de Patrick Hughes entretiene con gozosa efectividad. Y como ocurre siempre con las formas que se fosilizan o estandarizan, son los actores los que dan vida a la velada. El trío ya mentado de Reynolds, Jackson y Hayek devuelven la entrada y el tiempo invertido con creces y de paso acrecientan nuestro afecto por ellos. No es poco. Para nada.

Gustavo Monteros

Un novio para mi boda




No tuve tiempo de verla, pero me refiero a ella porque el cine de la directora Rama Burshtein es único en el sentido más estricto del término. Burshtein profesa el judaísmo ortodoxo (de la rama jaredí) y hace cine sin salir de dicha comunidad.La conocimos con su ópera prima La esposa prometidahttp://cronicas-de-cine.blogspot.com.ar/2014/10/la-esposa-prometida.htmlAhora nos brinda una comedia romántica. Una novia próxima a casarse es plantada por el futuro esposo. Decide no suspender la boda porque cree que Dios le dará en término un novio. Tiene Dios unos veinte días para cumplir su promesa. Una premisa atractiva como se ve. 

jueves, 7 de septiembre de 2017

Un hombre llamado Ove

Si bien sé inglés, me fastidia que últimamente las palabras para definir los nuevos géneros o subgéneros cinematográficos o para catalogar sus características o especialidades sean todas en el idioma anglosajón. Algo lógico por otra parte, dado que Hollywood ostenta la hegemonía absoluta de la industria mundial. Me fastidia que ni las palabras sean el último bastión de resistencia ante la prepotencia invasora. Bah, mejor me resigno y defino a esta película sueca de 2015, Un hombre llamado Ove (En man som heter Ove, en el original) de Hannes Holm como un “feel good” “crowd pleaser” “tear jerker”.


No demos por sentado que todos dominan el lenguaje de la Rubia Albión e intentemos un glosario. “Feel good” es optimista, agradable, que hace “sentir bien”. “Crowd pleaser” es popular, que gusta a las multitudes, lo que en clave futbolística llamamos “tribunero”. Y “tear jerker” es una película sentimental, sensible, que “arranca lágrimas”. En tres palabras (que son cuatro a decir verdad): un melodrama popular efectivo. A lo que le agregaría que el film tiene también ínfulas de cine de autor, aunque no puede evitar una hechura industrial. 


Ove es un viudo de 59 años, gruñón y con poca tolerancia a la frustración, de nula paciencia y fácil fastidio. Vive en un barrio, semi-privado con claras reglas de convivencia, que Ove resiente que no se cumplan… al pie de la letra. Sus vecinos lo soportan con sueco estoicismo porque saben cosas a las que el espectador accederá por completo cerca del final como corresponde. En el trabajo lo jubilan de prepo y al pobre solo le queda cumplir con la promesa que le hizo a su esposa de reunirse con ella en el más allá lo más pronto posible. Claro que el hombre propone y Dios y los guionistas disponen. Una y otra contingencia evitarán el reencuentro de los esposos. La mayoría de las cuales las ocasionan los nuevos vecinos, una muy embarazada persa y un sueco torpe (lo que se presenta como el colmo de los colmos, según parece un sueco puede ser lo que sea… menos torpe). Esta pareja tiene, además del que viene en camino, dos hijas, niñas tan encantadoras y afectuosas como solo las de las películas pueden llegar a serlo.


En crónicas recientes subrayamos que el cine se ha estandarizado según el modelo hollywoodense, y que las cinematografías locales poco de local tienen para ofrecer. Esta, por más detalles suecos que mostrara, me parecía una “gema” Hallmark.


Demás está decir que mis alarmas de cinismo no solo estaban prendidas sino que chillaban con virulenta altisonancia. Pero lentamente, paso a paso, no sé si por simpatía etaria, ando por la edad de Ove, qué joder, o por la sinceridad de la narración, o por la persistencia de los detalles arteros, que es lo que asegura la perdurabilidad en el arte, la historia me fue ganando, y Ove pasó de sueco y extraño a cercano y conocido.


Como el título bien lo indica, trata de la vida de este hombre, la presente y la pasada. El Ove maduro es interpretado por Rolf Lassgård, en tanto que al joven lo hace Filip Berg, ambos de gallardo histrionismo. El resto del elenco no se queda atrás y se ganan el odio y el amor, según la índole de sus personajes.


Como  estrellas masculinas sesentonas hay en todo el mundo, veamos este original antes de que sea “calcado” en otras cinematografías con Darín, Colin Firth, Kenneth Branagh, Sean Penn, Mark Rylance, Antonio Banderas, Hugh Grant o Tom Hanks. Eso sí, llevar un paquete de pañuelos descartables. Uno completo, porque es probable que se usen todos.

Gustavo Monteros