jueves, 27 de diciembre de 2018

Lazzaro felice


Los paladares exquisitos que prefieren degustar el cine arte antes que el cine industrial se quejan de que en Netflix hay pocas opciones para ellos. Uno les recuerda los pocos títulos de cine arte, más para darles la razón que para contradecirlos.


Ahora que Netflix va a la caza de premios y prestigios, esa situación se está corrigiendo de a poco. A las pruebas me remito: La balada de Buster Scruggs de los hermanos Coen y Roma de Alfonso Cuarón. Y eso que menciono solo las producidas enteramente por la plataforma.


Entre las asociadas indirectamente está Lazzaro felice o como la bautizaron en anglosajón Happy as Lazzaro. Gran sorpresa este año en Cannes, en donde se quedó con el premio al mejor guión.


Lazzaro felice está escrita y dirigida por Alice Rohrwacher, que a pesar de los orígenes que podamos atribuirle al apellido es una hija dilecta, nacida y criada, en la Toscana. O sea italiana como la que más.


Leo por ahí que Lazzaro felice es una película en estado de gracia. No sé si tanto, pero que es bella y lograda, no hay duda. Arranca como un retrato realista crudo, y a uno le sale compararla o acercarla a las películas de los hermanos Taviani (Remember Padre Padrone, 1977?) o a las de Ermanno Olmi (Remeber L’albero degli zoccoli / El árbol de los zuecos, 1978?), pero al rato la cosa deriva para el lado de lo mágico y a uno le viene a la cabeza el Vittorio de Sica de Milagro en Milán, 1951 o el Roberto Rossellini de L’amore, 1948, pero no el de “La voz humana”, sino el de la segunda parte, en la que Anna Magnani está convencida de que lleva en el vientre al hijo de San José, y así, porque la cinefilia es eso, asociar recuerdos gratos.


Ante Lazzaro felice, lo mejor es dejarse llevar, por más que el cuento por momentos procure abarcar mucho terreno, como el de la crítica social o la sabiduría del folklore. Importa menos las etiquetas que podamos pegarle que la travesía en sí, porque en esencia es un viaje revelador por lo humano.


Lazzaro felice o Happy as Lazzaro, como fue mencionado puede verse en Netflix.

Gustavo Monteros

jueves, 20 de diciembre de 2018

Roma


En la vida de cada uno de nosotros hay dos historias, la que protagonizamos puertas adentro y la otra, la que atestiguamos o de la que participamos puertas afuera. La de puertas adentro se escribe injustamente con minúsculas, aunque sea la raíz de nuestras alegrías y dolores, y la de puertas afuera se escribe con mayúsculas, aunque a veces sea tan mezquina como injusta.


¿Cómo representarlas para que la pequeña esté a la misma altura de la grande? Alfonso Cuarón propone una respuesta: filmarla con grandes planos generales. Darle a la supuesta pequeñez la amplitud de la épica. Y no es una mala respuesta, todo lo contrario.


Roma es el nombre de un barrio mexicano y cuenta un año en la vida de dos mujeres, sirvienta y patrona. Y para una completa justicia poética, se cuenta la vida de la patrona desde la perspectiva de la sirvienta.


Cleo (Yalitza Aparicio) es una sirvienta cama adentro que goza (más que padece como suele ser la costumbre) de la promiscuidad de la servidumbre y se hace querer de puro noble, buena y generosa. Y la vemos trajinar de aquí para allá con la alegría de quien puede, en vez de con la condena de quien no tiene más remedio. Le tocó una buena familia y lo agradece.


Su señora, Sofía (Marina de Tavira) no tiene un buen año y si se permite algún grito o alguna injusticia, se debe a que ya no se aguanta más que por maldad.


Y hay, claro, un señor, Antonio (Fernando Grediaga), la madre de la señora, Teresa (Verónica García), cuatro chicos, uno de preescolar y tres de primaria (Marcos Graf, Diego Cortina Autrey, Carlos Peralta y Daniela Demesa), otra cocinera/también mucama, Adela (Nancy García García) y un perro, Borras.


Dicen que Cleo recibió su nombre en referencia a Cléo de 5 a 7, esa vieja película de 1962 de Agnès Varda. No sé ni me interesa, siempre me lleve fatal con esta señora.


El año de la acción de Roma es 1970 y 1971, ya cuando el blanco y negro casi había desaparecido. Hasta los grandes maestros ya lo habían dejado atrás, algunos (Visconti, Fellini) más temprano que otros (Bergman, Kurosawa), pero por entonces, inicios de los setenta, ya casi todos filmaban en colores, adelanto técnico que el cine industrial abrazó con fervor ni bien pudo. Pero para Cuarón (cincuentón largo, nació en el 61) y para todos los que nos criamos con el cine clásico, el CINE, así con mayúsculas, es en blanco y negro. Además para la fecha evocada, Cuarón tenía 10 años, de modo que es una evocación de infancia, que debe tener mucho de autobiográfico, deduzco porque a propósito quise saber lo menos posible de esta película, para que me gustara o disgustara sin interferencia alguna.


Alfonso Cuarón, que se dio a conocer internacionalmente con la bella y sensible La princesita (1995), y siguió deslumbrando con Grandes esperanzas (1998), Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), Hijos del hombre (2006) y Gravedad (2013), es un mago de la imagen que aquí no solo reverdece sus laureles sino que los cultiva en nuevas cumbres.


Aunque no exige mucho del espectador salvo dejarse ganar por la historia, es cine de autor. Bah, sí, exige una cosa, adecuarnos al ritmo de su narración que no es el del apurado cine actual. En ese sentido es magistral la apertura, el baldeo de un pedazo de patio que puede parecer eterno, pero que en realidad nos está adaptando al detalle con el que se narrarán los hechos. Esta escena y la del cierre me traen a la memoria la ya legendaria Forrest Gump, porque como en ese film de 1994 de Robert Zemeckis, las escenas de apertura y de cierre hacen al sentido de lo que se quiere contar y me callo, porque si revelara algo más sería imperdonable.


Roma tiene más nominaciones para la temporada de premios que propiedades el aloe vera. Y si bien se disfrutaría a lo grande en la sala de un cine, gracias a su productora, Netflix, puede verse en dicha plataforma.


Cuando se esté con ánimo de descubrir una obra de arte imperecedera, no debe perdérsela. Es bella y emocionante, combinación si no perfecta, casi.

Gustavo Monteros

jueves, 13 de diciembre de 2018

Legítimo rey


Si alguna vez después de ver Corazón valiente (Braveheart, Mel Gibson, 1995) te preguntaste qué pasó en Escocia después de la derrota de William Wallace a manos del inglés Eduardo II, Legítimo rey (Outlaw King, David Mackenzie, 2018) te da la respuesta. (Bueno, uno se pregunta cada pavada que bien podemos preguntarnos esto…)


Los ingleses exageran en esto de aprovechar la victoria y más temprano que tarde se desata una revuelta, esta vez encabezada por Robert Bruce (Chris Pine).


El escocés Mackenzie que viene descollando desde El joven Adam (2003) excelente film protagonizado por Tilda Swinton, Ewan McGregor y Peter Mullan y que conoció la gloria y la pompa de los Óscars con Sin nada que perder (Hell or High Water, 2016) muy atendible historia de venganza con Jeff Bridges, Chris Pine, Ben Foster y Gil Birmingham como el inolvidable Alberto Parker, se destaca ahora con esta crónica histórica, dirigida con buena rienda y buen ritmo.


Dos cosas descuellan alto, la labor de los actores, la del protagonista Chris Pine (su mejor trabajo hasta la fecha), la delicia que es verlo trabajar y ser muy libre a Aaron Taylor-Johnson (Kick-ass 1 y 2 (2010 y 2013), Mi nombre es John Lennon (2009), Albert Nobbs (2011), Salvajes (2012), Anna Karenina (2012), Animales nocturnos (2016)) y corroborar el talento de Florence Pugh (que nos deslumbrara con Lady Macbeth (2016). La segunda cosa que sobresale es la escena de la batalla. Gracias a los avances técnicos desde Rescatando al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998) las guerras han recuperado horror y ferocidad y evidencian con toda crudeza esas grandes matanzas históricas, a las que el cine aludía más que reflejaba. Ahora no, ya se pueden recrear las peores batallas con todos sus cruentos pormenores. Aquí, por lanzas, caballos y banderines se acerca al magnífico episodio 9 de la temporada 6 de Games of Thrones, La batalla de los bastardos (Miguel Sapochnik, 2016). Tiene esa misma impronta de salvajismo, inmediatez, suciedad, apoteosis.


Legítimo rey puede verse en Netflix.


Ya que abrimos con pregunta, cerramos con pregunta. El título en inglés es casi el opuesto perfecto al título elegido para Brasil y Argentina, outlaw es forajido o sea una traducción apropiada habría sido El rey forajido. El que eligieron para España, se le acerca más: El rey proscripto. Entonces, ¿de dónde saca Netflix la legitimidad? Sabrá Dios y el que decidió “Legítimo”…

Gustavo Monteros 

jueves, 6 de diciembre de 2018

En carne propia


Sulla mia pelle (En mi propia carne, Alessio Cremonini, 2018) cuenta la para nada increíble y sí muy triste historia de Stefano Cucchi (Alessandro Borghi), un joven adicto en recuperación que es detenido por unos carabineros romanos por tener droga encima, y que es golpeado por los mismos porque sí, porque creen que se lo pueden permitir. La paliza terminará muy mal ya que le provocará la muerte al pobre Stefano, y que diga esto no es ningún spoiler, solo describo la primera escena.


Sin duda se trata de un caso muy conocido por los italianos, de ahí que no se pretenda crear ningún suspenso sobre el destino de Stefano, sino que el tema de la película pasa por recrear su lento calvario. En tan solo unos días, entre un sábado y un jueves, el cuerpo de Stefano irá perdiendo fuerza y funciones hasta decir basta.


Y descubriremos también como el sistema judicial o procedimental está peleado con la lógica o con el sentido común, o sea que cae dentro de lo que se califica como kafkiano. Entre los grandes logros de esta película figuran unos retratos descarnados no solo de las cárceles y hospitales sino de la familia. Se los muestra con todas sus falencias a cuestas. Por más que por coherencia interna el film esté a favor de Stefano, en ningún momento se lo idealiza, se lo santifica. Tampoco se disculpa a la familia.


Para jugar con otro título de novela de García Márquez, asistimos prácticamente a la crónica de una muerte anunciada. A cada paso diremos que si Stefano hacía esto, que si la familia hacía aquello otro, que si los primeros camilleros que lo atienden hubieran insistido, que si aquel guardia cárcel hubiera avisado, que si la  jueza hubiera levantado la vista, pero no, todos hicieron lo que hicieron, reaccionaron como pudieron y nadie pude evitar que Stefano se desbarrancara en la muerte.


Una reflexión última, siempre miramos este tipo de películas, los conversos, los que estamos en contra de toda violencia institucional gratuita, cuando en realidad deberían verlas, los que están a favor de la mano dura, de la pena de muerte, los que se llenan la boca con que hay que matar al diferente, al marginal, al delincuente. Hay que ver si serían tan fervorosos defensores de esos horrores, si vieran lo que pasa cuando se advoca el quiebre de los derechos básicos. Porque lo que uno termina por concluir es que si la ausencia de derechos es ley, todos pasamos a ser potenciales víctimas, que ya nada queda para protegernos.


En estos tiempos en que se discute si está bien dispararle por la espalda a un supuesto malhechor, En mi propia carne adquiere una alarmante pertinencia.


En resumen, En mi propia carne es un excelente y conmovedor alegato contra la violencia institucional y puede verse en Netlfix.  

Gustavo Monteros

jueves, 29 de noviembre de 2018

Terminal - La venganza perfecta


Los actrices y los actores pueden tener papeles importantes, ser protagonistas, pero si no hallan pronto su breakthrough role (su rol consagratorio) pueden dar vueltas y vueltas hasta terminar perdidos en los repartos.


¿Qué es un breakthrough role? Esos personajes que solo tal o cual actor o actriz pudieron haber hecho. Algunos lo hallan medio tarde en sus carreras, Gene Hackman, por ejemplo, tardó en hallar su Popeye Doyle para Contacto en Francia (1971), pero cuando lo halló, fue una súper estrella imperecedera. La divina de Sharon Stone gastó tacos y galanes hasta que se cruzó con su Catherine Tramell de Bajos instintos (1992), que la catapultó a lo alto del cartel del que no la pudieron bajar ni con 200 bodrios. Algunos lo hallan al principio de sus carreras, como Barbra Streisand que reprisó en cine el personaje de Fanny Brice que la consagró en teatro, Funny girl (1968) y otras lo hallan no a mucho de empezar, como Liza Minnelli que encontró su Sally Bowles de Cabaret (1972) tres películas después del debut. Otros, como Josh Hartnett, Ashton Kutchner, quizá lo hallen alguna vez o nunca, también hay otrxs, como Keira Knightley que desaprovecha una oportunidad tras otra y no termina de adueñarse de ningún personaje.


Margot Robbie es de esas personas que parecen haber nacido para el cine. Es hermosa, escultural y la cámara la ama (ojo se puede tener las dos primeras características y fallar en la última, que es la esencial en realidad). La habíamos notado en esa cumbre de Martin Scorsese intitulada El lobo de Wall Street (2013) (¡Cómo no hacerlo! Es la chica de fucsia que le pone su zapato de taco aguja en la cara a Leo Di Caprio… ¡Guau!)


La notamos también en ese drama de la Segunda Guerra, Suite Francesa (2014) y eso que por ahí andaban su majestad Kristin Scott Thomas y la incandescente Michelle Williams, que suelen eclipsar al o la más pintadx.


Y anduvo por la Argentina del brazo de Will Smith para rodar unas escenas de Focus: Maestros de la estafa (2015), pero por más que Scorsese le hubiera dado la escena inolvidable ya mencionada, no hacía pie del todo (por culpa de los tacos de Scorsese, quizá). Y confieso que no la vi ni en La leyenda de Tarzán (2016) (me dijeron que en el final hay muchos cocodrilos y esos bichos no me gustan) ni en Suicide Squad (2016) (en cualquier momento la veo, simplemente me la perdí).  Y cuando estaba por pasar a las listas de los “quizá alguna vez se me dé” le llegó su San Martín.



Yo, Tonya es un viaje de ida, deja un surco en el alma y uno puede que pierda en el olvido hasta el propio nombre, pero no desvanecerá de la memoria a la Robbie en Tonya. La chica es odiosa hasta que uno la comprende, y si no se la perdona, se la compensa con el respeto. A Tonya le dieron un talento singular, el de patinar sobre hielo como los dioses, sin enseñarle cómo usarlo, porque la hicieron nacer y criar en el sitio equivocado. Y la pobre va a los tumbos, cometiendo glorias y bajezas sin poder evitarlas.



Suele suceder que una vez que un actor o una actriz logran su breakthrough role, junto con el estrellato se ganan la simpatía o el amor incondicional de la platea para siempre. Es mi caso con Margot Robbie, después de Yo, Tonya soy su fan a perpetuidad.


Puede que pueda hacer niñas modositas, casi educadas por el cine argentino del cuarenta, como la mejor, pero sus chicas guarras son mucho más deliciosas.

Y encarna a una de ellas en un estreno reciente de Netflix. Terminal es lo que la plataforma de contenidos define como una película “extravagante”. Los personajes y los ambientes por donde transitan parecen salidos de un comic. La terminal del título (una estación cabecera de ferrocarril)  juega también con lo terminal, lo letal.


Hay un enfrentamiento entre asesinos a sueldo, el que sobreviva se queda con un premio misterioso que se sabrá sobre el final. El humor es negro, con toques más de brillantez que de pesimismo. Lógico, ya que es más la historia de una venganza que un manifiesto misantrópico.


Dirigió Vaugh Stein, en su debut en el largometraje. El film exhibe un virtuosismo notable, dato que no sorprende cuando se sabe que el hombre fue Director de la Segunda Unidad en varias películas importantes.


Junto a la magnífica Margot Robbie, se lucen el híper talentoso Simon Pegg, el nunca bien ponderado Mike Myers, el ascendente Max Irons  (el hijo de Jeremy), y voz de platino Dexter Fletcher.


Terminal - La venganza perfecta (2018) puede verse en Netflix y, hecha la salvedad de su extravagancia, es altamente recomendable.

Gustavo Monteros

jueves, 22 de noviembre de 2018

The Ballad of Buster Scruggs


Y ya se sabe, el cine de los hermanos Coen es versátil, ecléctico, proteico. Su amplia cinematografía abarca ejercicios sobre el noir: Simplemente sangre (1984), Miller’s crossing (1990), Fargo (1996), El hombre que nunca estuvo (2001), Sin lugar para los débiles/No country for all men (2007); ejercicios sobre la comedia: Educando a Arizona (1987), El gran salto/The Hudsucker Proxy (1994), El gran Lewoski (1998), ¿Dónde estás, hermano? (2000), El amor cuesta caro/Intolerable Cruelty (2003), El quinteto de la muerte/The Ladykillers (2004), Quémese después de leerse (2008), Salve, César (2016); ejercicios sobre el western Temple de acero (2010) y ejercicios sobre el drama existencialista Barton Fink (1991), Un hombre serio (2009) e Inside LLewyn Davis: Balada de un hombre común (2013).


Más allá de tanta variedad de estilos, dos características atraviesan toda su cinematografía: una cinefilia militante y un corrosivo sentido del humor. Características que se agradecen y mucho.


Ahora tentados por el gigante Netflix, pensaron primero hacer cortos o mediometrajes ambientados en el Lejano Oeste, pero después optaron por el viejo y querido formato de película de episodios, formato en el que no habían incursionado. Formato que hoy tiene la vara muy alta gracias a Damián Szifrón y sus Relatos salvajes (2014).


Son seis relatos. Tim Blake Nelson protagoniza el primero (el más delirante) y que le da título al conjunto: The Ballad of Buster Scruggs. James Franco protagoniza Near Algodones, un relato armado en apariencia para llegar a un antológico chiste final. Liam Neeson protagoniza el amargo Meal ticket. Tom Waits protagoniza una fiel transcripción (incluidos animales que huyen del hombre cuando llega al valle y que regresan cuando se va) de un gran cuento de Jack London: All Gold Canyon. Zoe Kazan protagoniza otro relato adaptado, esta vez la autoría original es de Stewart Edward White: The Gal Who Got Rattled, en el que un perrito no tiene un rol menor precisamente. Y por último Brendan Gleeson, Tyne Daly, Saul Rubinek, Jonjo O’Neill y Chelcie Ross protagonizan The Mortal Remains, un delicioso juego existencialista.


Como sucede con los mejores trabajos de los Coen (y este figura entre ellos) uno se enamora, y sabe que no será esfuerzo alguno revisitarlos una y otra vez.


Hablando de veces, muchas veces se ha acusado a Ethan y Joel Coen de ser unos misántropos incurables detrás de tanto fuego de artificio. No estoy tan seguro, pero de ser así, deben ser los mejores filósofos de las peores opiniones sobre el ser humano.


The Ballad of Buster Scruggs puede verse en Netflix. Hoy, mañana o pasado no se la pierdan. Es goce puro.

Gustavo Monteros

jueves, 15 de noviembre de 2018

King of Peking - El rey de Pekín


Las “feel good movies” se traducen como las películas optimistas, de finales si no felices al menos reconfortantes.


King of Peking  (2017) de Sam Voutas, protagonizada por Jun Zhao como Big Wong y Wang Naizun como Little Wong,  entra con creces dentro de esa categoría. Dista mucho de ser una película perfecta, pero es de esas que uno mira con una sonrisa de principio a fin.


Trata el viejo y querido cuento del padre que lucha para retener la custodia de su hijo, después de un divorcio peliagudo. Por un lado debe ganar lo suficiente para pasar la consabida cuota, y por el otro debe demostrar que es lo suficientemente maduro como para afrontar la crianza. Y por supuesto tiene dificultades con lo primero y es más que inmaduro para lo segundo. Por momentos su hijo es el verdadero adulto.


Y es una película llena de cine, dado que la profesión del padre es proyectorista. Y que sea china y transcurra en China le suma más encanto. Y da mucho descanso a la oreja que la banda sonora esté compuesta por clásicos de la música clásica.


En resumen, es como el viejo slogan de la ginebra Bols: estimula y sienta bien.


El rey de Pekín puede verse en Netflix

Gustavo Monteros

jueves, 8 de noviembre de 2018

Peregrinación por los caminos del dolor


En medio de toda la oferta de Netflix, puede pasar desapercibida Peregrinación por los caminos del dolor, serie filmada en conmemoración de la Revolución Rusa de 1917. Se basa en Hermanas, el primer tomo de la trilogía. Las dos novelas restantes son El año 1918 y Una mañana lúgubre. El título Peregrinación por los caminos del dolor es en realidad el de toda la trilogía.


El autor es Alekséi Nikoláyevich Tolstói (no, de ningún parentesco con León Tolstói, el célebre autor de La guerra y la paz y Ana Karenina, entre otros grandes y geniales mamotretos) que vivió entre 1883 y 1945 y que fue autor de novelas históricas y de ciencia ficción.


Su trilogía fue célebre y muy popular en su tiempo y se inscribe en la tradición de novelones de amor con el trasfondo épico de un momento histórico clave, muy querido por el cine. Sí, como Lo que el viento se llevo (Victor Fleming, 1939), Por siempre Ambar (Otto Preminger, 1947), Doctor Zhivago (David Lean, 1965), Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1971) o la multiversionada La guerra y la paz (la última fue una miniserie inglesa de 2016 dirigida por Tom Harper y protagonizada por Paul Dano, James Norton, Lily James, Tuppence Middleton, Greta Scacchi, Jack Lowdes, Jim Broadbent, entre otros notables)


Esta versión del primer tomo de Peregrinación por los caminos del dolor que ofrece Netflix está dirigida por Konstantin Khudyakov (entre otros), y adaptada por Elena Rayskaya (entre otros)  y protagonizada por las bellísimas Yuliya Snigir (Katya) y Anna Chipovskaya (Dasha), secundadas por los buen mozotes Leonid Bichevin (Ivan Ilich Telegin) y Pavel Trubiner (Vadim Roschin) y la no menos deslumbrante Svetlana Khodchenkova (Liza Rastorgueva) entre muchos otros (¡¿Hay alguien feo en Rusia?!)


Y, como todos los ejemplos cinematográficos mencionados, ofrece una primera parte detallada, con presentación de personajes  y conflictos, y una segunda parte tan llena de resoluciones que da la sensación de que no va a quedar ni un técnico en pie para dar el desenlace final.


Hecha la salvedad, resta decir que está muy bien contada, tanto en su épica como en su intimidad de amores correspondidos (o no), e ilustra con solvencia los entretelones de la participación rusa en la Primera Guerra Mundial y los despelotes que acompañaron a la imposición de los bolcheviques en la mentada revolución.


La historia se centra en las aventuras y desventuras amorosas de dos hermanas de la alta burguesía zarista y cómo enfrentaron los cambios que les trajo el siglo nuevo en su segunda década. Y gracias a Dios, todo es muy ruso. Los rusos son como la exacerbación de todo lo humano, si aman, aman hasta la agonía, si odian, odian hasta el sacrificio. Y tanta intensidad no agobia. En ellos es tan natural que dan envidia, dejan al resto de la humanidad en una medianía pasional espantosa. Eso sí, así como son de pasionales, son cruentos e impiadosos. Bah, como decíamos, todo lo humano muy potenciado.


Por más que los Caminos sean de Dolor, imposible no emprender esta Peregrinación.


Peregrinación por los caminos del dolor va por Netflix y tiene 12 episodios de una hora.


En dos palabras: Im-perdible.

Gustavo Monteros

jueves, 25 de octubre de 2018

A royal night out - Un escape real


Respecto de los reyes en general y los de Inglaterra en particular, era un ácrata irredento, en mi imaginación andaba tirándoles bombas a sus carruajes, sus autos, sus carrozas. Mi etapa anarquista terminó cuando me choqué con Peter Morton , primero con La reina (2006) y después con The Crown (2016) y aprendí que Isabel II era algo más que una señora insulsa con cara de nada y peinados ridículos con sombreros inadjetivables  más vestidos chingados y sin gracia.


No, para nada. Es que yo había caído con anterioridad en un pecado muy moderno y muy de moda: la despersonalización, la objetivación de las personas. Eso que nos lleva a olvidar que detrás de cualquier figura pública, hay un ser humano. Feo, lindo, pero humano. Y que no se trata de insultar, de odiar, de despreciar, que es lo que viene cuando se le quitó a la persona pública todo rasgo humano.


Peter Morgan me enseño que puede que Isabel no sea el alma de la fiesta, la más bonita del grupo, la más brillante del salón, la más elegante del evento o la más grácil del baile, aunque sin embargo tenga un humor tosco pero efectivo, un sentido común que raya en lo supremo y una entereza envidiable para cumplir con el rol que el destino le dio. No ser la más ocurrente no la hace la menos atractiva. Esta mujer pasó por cosas con las que muchos solo sueñan. Está bien, está bien, está más cerca de la mercera de la esquina que de Simone de Beauvoir, pero nadie le quita lo bailado.


Ojo, no poco tienen que ver para que le desarrollara una empatía, las dos actrices que la interpretaron en los trabajos de Morgan mencionados: Helen Mirren (La reina) y Claire Foy (The Crown). Ya era un espectador fiel y agradecido de Mirren, ahora soy también un incondicional devoto de Foy, y si bien quiero y respeto a Olivia Coleman que la reemplazará en The Crown, no me resigno a que ya no la veré como Isabel.



A royal night out / Un escape real (Julian Jarrold, 2015) es casi un desprendimiento de The Crown. Estamos en el Día de la Victoria, en 1945. Toda Inglaterra festeja el fin de la guerra. En Londres, a las princesas Elizabeth (o Isabel, para los íntimos) y Margaret (Margarita para los ídem) se les permite asistir a unas galas sin el aparato oficial habitual de escoltas y damas de compañía, un par de oficiales oficiarán de chaperones. No se necesita mucha suspicacia para deducir que deambularán por su cuenta y que vivirán sino aventuras, peripecias muy iluminadoras. Las de Margaret tendrán que ver con fiestas y tugurios y la de Isabel (o Elizabeth) con algo cercano al romance.


Y eso fue lo que ganó de esta película ¿Quién no ha sentido alguna vez al convivir momentos con otra persona el hormigueo de suponer que de no ser quienes fuéramos y tener los compromisos que nos atan, viviríamos la más deslumbrante historia de amor con este alguien?


Sarah Gadon es Elizabeth, Bel Powley es Margaret, las dos son la esencia de la delicia. Emily Watson es la Reina consorte y Rupert Everett es el Rey, los dos son la quintaesencia de la maravilla. Pero es el ascendente Jack Reynor como Jack Hodges, el imprevisto acompañante de Elizabeth (o Isabel para los íntimos) el que se roba los laureles y las miradas. Está perfecto como ese soldadito cansado, irritado y a la vez fascinado por esta compañía regia que le cae del cielo.


Ultra deliciosa, imperdible.


A Royal Night Out / Un escape real puede verse en Netflix. Véanla pronto, hace mucho que está y por ahí la sacan.

Gustavo Monteros

jueves, 18 de octubre de 2018

Slow West


Slow West podría llevar como subtítulo “Jorge Luis Borges va al Oeste”, porque es como si algunas de sus obsesiones sobre el azar y el destino se ilustraran en este western. Nada raro, algunas de sus historias tienen algo de films de vaqueros. Sin ir más lejos cuando Héctor Olivera filmó su cuento El muerto, 1975, con Juan José Camero, Francisco Rabal y Thelma Biral, la cosa participaba del género. No puedo decir mucho de por qué me vino Borges a la mente sin spoilear. Básteme decir que cuanto el film termina y podemos armar el rompecabezas, hay algo de un destino que se creía reservado para uno, pero que lo termina por cumplir otro.


La historia habla de una chico escocés, Jay Cavendish (Kodi Smit-McPhee)  que a fines del siglo XIX se pierde en el Oeste estadounidense para buscar a la chica que ama, Rose (Caren Pistorius) que ha huido con su padre, John (Rory McCann) tras un hecho de sangre en la Escocia originaria de todos ellos. En el camino, por suerte, a Jay se le aparece Silas (Michael Fassbender) mezcla rara de ángel protector y malhechor consumado. Como las cabezas de Rose y su padre tienen precio, en el camino atraerán a unos cuantos cazarecompensas, entre ellos a un viejo socio de Silas, Payne (el prolífico Ben Mendelsohn).


Como corresponde al género, habrá unos cuantos tiros y flechas, persecuciones y enfrentamientos con desenlaces sorprendentes.


La película conquistó unos cuantos premios y otras tantas nominaciones. Ganó, por ejemplo, un premio importante en el Sundance.


Dos cosas llaman la atención, uno la música de Jed Kurzel, muy hermosa, algo que no debería sorprender puesto que el director John Maclean también es músico y dos, el carisma insobornable de Michael Fassbender y también el de Ben Mendelsohn, que no me cae bien del todo, pero que no está en todas partes porque sí, es talentoso y sabe lucirse.


Muy entretenida.


Slow West puede verse en Netflix

Gustavo Monteros






jueves, 11 de octubre de 2018

22 de julio



Netflix ambiciona producir contenidos que generen en su lanzamiento la expectativa de un estreno cinematográfico. Competir con las salas de cine y quizá en el futuro reemplazarlas.


Conmigo logró ese objetivo de las expectativas con 22 de julio de Paul Greengrass. El cine de Greengrass es mejor cuando recrea hechos tomados de la realidad. La marcha y posterior masacre a los irlandeses del 30 de enero de 1972, Bloody Sunday (2002); los últimos momentos vividos a bordo de uno de los aviones secuestrados el 11 de septiembre de 2001, United 93 (2006); el secuestro de un barco a manos de piratas somalíes en 2009, Capitán Phillips (2013), con otra gran actuación del inmenso Tom Hanks. Su tratamiento de ficciones a secas es eficiente y apenas notable: La supremacía de Bourne (2004), El ultimátum de Bourne (2007) y la menos lograda de toda la saga, Jason Bourne (2016), además de Green Zone – La ciudad de las tormentas (2010), todas con el carismático Matt Damon, y una romántica perdida en el tiempo: The Theory of Flight –Vuelo en busca del amor (1998) con Helena Bonham Carter y Kenneth Branagh, en los tiempos de su breve y tumultuoso amor, asediado por el despecho de Emma Thompson.


22 de julio según su gacetilla de prensa: Narra el atentado terrorista más letal de la historia de Noruega y los sucesos posteriores. El 22 de julio de 2011, un ultraderechista radical detonó un coche bomba en Oslo y luego disparó a los adolescentes de un campamento de verano en la isla de Utøya. Murieron 77 personas. A través de los ojos de un superviviente, y en paralelo a su recuperación física y emocional, "22 de julio" retrata la trayectoria del país para lograr su curación y reconciliación.


Greengrass, fiel a su estilo, narra con brío y urgencia, más técnicas de documental, los aspectos más salientes de la masacre, para después concentrarse en dos contrapuntos, el terrorista por un lado y una de sus víctimas que lucha por recuperarse por el otro, y el que hay entre los abogados defensores y acusadores por el otro, más el dilema del Primer Ministro ante el ataque: ¿pudo preverse?, ¿se actuó con la diligencia necesaria?


Para no sobrecargar las tintas e inclinar la balanza, Greengrass recurre quizá a demasiadas simplificaciones, lo que puede restarle profundidad pero no claridad para repensar este auge de las ultraderechas y los peligros que representan.


Y por eso el film se vuelve ineludible. ¿Qué hay detrás de la xenofobia, del resurgimiento de los nacionalismos exacerbados? ¿Por qué en tiempos de globalización en que la información se supone asequible a todos es posible estimular odios primales y prejuicios raciales más asociados a la ignorancia?

Gustavo Monteros